Joël cuenta su experiencia mísitica después de Medjugorje

 Joël nos cuenta el episodio clave que cambió su vida: “Llego a Medjugorje sin gran convicción llevando por equipaje, en el crepúsculo de una vida bien completa, mis penurias, mis lamentos, no pocas traiciones, todos los ingredientes como para enfrentar el porvenir bajo un aspecto más bien pesimista.
Un joven seminarista nos acompaña. Muy simpático pero un poco fastidioso en verdad por sus certidumbres. Soy legista, estoy imbuido de lógica cartesiana, y tengo la costumbre de arreglármelas solo, sin contar demasiado con los demás. Ni bien llegamos, siento una presencia maternal envolvente, muy dulce pero también muy fuerte; incontestable. Por lo tanto me dejo guiar y me encuentro a cada momento con el amor de los demás en múltiples detalles. La Virgen María me ha tomado a cargo; ella nos conoce perfectamente y sabe qué necesitamos.
Una vez de regreso en Francia, la Santísima Virgen me “inscribe” en su escuela. Siento deseos de servir a los demás. Me empeño en ayudar aquí y allá, en pequeñas tareas que no parecen ser muy importantes pero que para Dios seguramente lo son. A pesar de todas mis torpezas recibo comprensión, mansedumbre y amor de parte de los demás… Cada vez más, durante la Misa, en el momento de la Consagración experimento la necesidad de contemplar la hostia con mucha atención y fervor.

El joven seminarista de quien hablaba se ha convertido en sacerdote y viene a celebrar su primera misa en mi parroquia. Me arrodillo y cierro los ojos. Cuando los abro en el momento de la Consagración quedo muy sorprendido: el sacerdote “desaparece” progresivamente y veo al Señor Jesús en su lugar, rodeado por sus discípulos. Sin embargo, toda la asistencia entre la cual me encuentro, sigue estando allí. Y veo a muchos ángeles que, por su presencia, bendicen esta escena que no es otra que la de la Última Cena. Lo que más me llama la atención es que esta Cena es animada, ¡no es estática! Además de una gran belleza se desprende un sentimiento de amor y de una paz inconmensurable al resguardo de todas las vicisitudes de la vida cotidiana. Entonces siento ganas de no irme nunca de aquel lugar donde uno se siente tan bien. Estoy seguro de que no se trata de una alucinación, sino de una realidad. Poco a poco todo vuelve a ser como antes, pero nunca olvidaré este encuentro con Jesús vivo; viviré siempre de manera diferente, intensamente, la Santa Eucaristía”.

Estas palabras de Joël son para nosotros como un llamado de atención sobre nuestra manera de acoger el inmenso regalo que Jesucristo nos ofrece por medio de su presencia real. ¡Creo que la adoración de Jesús Eucaristía es lo que salvará el mundo de hoy de todos sus horrores y desvaríos! No es casual que las capillas de adoración se multipliquen en la Iglesia. Cuando adoramos a Jesús, sobre todo es Él quien nos mira y su mirada de Creador reconstruye nuestro ser profundo. El reúne los pedazos dispersos que nuestra vida ha dividido y recrea en nosotros aquella unidad íntima que es nuestra belleza propia y que nos permite amar. Restaura así nuestra paz interior haciéndonos volver a lo que somos en verdad, en el magnífico plan de Dios. En una palabra, nos recrea con una infinita delicadeza. Es la mirada de Cristo sobre Pedro, después de su negación, que le ha permitido a ese querido apóstol convertirse en “San” Pedro. Una sola mirada ha bastado, pero ¡qué mirada!