Manifestaciones de la acción extraordinaria de Satanás

Extractado del libro de G Amorth, "Habla un exorcista"





Hay una acción ordinaria del demonio, que está orientada a todos los hombres: la de tentarlos para el mal. Incluso Jesús aceptó esta condición humana nuestra, dejándose tentar por Satanás. No nos ocuparemos ahora de esta nefasta acción diabólica, no porque no sea importante, sino porque nuestro objetivo es ilustrar la acción extraordinaria de Satanás, aquella que Dios le consiente sólo en determinados casos.

Esta segunda acción puede clasificarse de seis formas distintas.

1. Los sufrimientos físicos causados por Satanás externamente. Se trata de esos fenómenos que leemos en tantas vidas de santos. Sabemos cómo san Pablo de la Cruz, el cura de Ars, el padre Pio y tantos otros fueron golpeados, flagelados y apaleados por demonios. Es una forma en la que no me detengo porque en estos casos nunca hubo ni influencia interna del demonio en las personas afectadas ni necesidad de exorcismos. A lo sumo, intervino la oración de personas que estaban al corriente de cuanto ocurría. Prefiero detenerme en las otras cuatro formas, que interesan directamente a los exorcistas.
2. La posesión diabólica. Es el tormento más grave y tiene efecto cuando el demonio se apodera de un cuerpo (no de un alma) y lo hace actuar o hablar como él quiere, sin que la víctima pueda resistirse y, por tanto, sin que sea moralmente responsable de ello. Esta forma es también la que más se presta a fenómenos espectaculares, del género de los puestos en escena por la película El exorcista o del tipo de los signos más vistosos indicados por el Ritual: hablar lenguas nuevas, demostrar una fuerza excepcional, revelar cosas ocultas. De ello tenemos un claro ejemplo evangélico en el endemoniado de Gerasa. Pero que quede bien claro que hay toda una gama de posesiones diabólicas, con grandes diferencias en
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cuanto a gravedad y síntomas. Sería un grave error fijarse en un modelo único. Entre muchas otras, he exorcizado a dos personas afligidas de posesión total; durante el exorcismo permanecían perfectamente mudas e inmóviles. Podría citar varios ejemplos con fenomenologías muy diversas.
3. La vejación diabólica, o sea trastornos y enfermedades desde muy graves hasta poco graves, pero que no llegan a la posesión, aunque sí a hacer perder el conocimiento, a hacer cometer acciones o pronunciar palabras de las que no se es responsable. Algunos ejemplos bíblicos: Job no sufría una posesión diabólica, pero fue gravemente atacado a través de sus hijos, sus bienes y su salud. La mujer jorobada y el sordomudo sanados por Jesús no sufrían una posesión diabólica total, sino la presencia de un demonio que les provocaba esos trastornos físicos. San Pablo, desde luego, no estaba endemoniado, pero sufría una vejación diabólica consistente en un trastorno maléfico: «Por lo cual, para que yo no me engría por haber recibido revelaciones tan maravillosas, se me ha dado un sufrimiento, una especie de espina en la carne [se trataba evidentemente de un mal físico], un emisario de Satanás, que me abofetea» (2 Cor. 12, 7); por tanto, no hay duda de que el origen de ese mal era maléfico.
Las posesiones son todavía hoy bastante raras; pero nosotros, los exorcistas, encontramos un gran número de personas atacadas por el demonio en la salud, en los bienes, en el trabajo, en los afectos... Que quede bien claro que diagnosticar la causa maléfica de estos males (o sea comprobar si se trata de causa maléfica o no) y curarlos, no es en absoluto más sencillo que diagnosticar y curar posesiones propiamente dichas; podrá ser diferente la gravedad, pero no la dificultad de entender y el tiempo oportuno para curar.

4. La obsesión diabólica. Se trata de acometidas repentinas, a veces continuas, de pensamientos obsesivos, incluso en ocasiones racionalmente absurdos, pero tales que la víctima no está en condiciones de liberarse de ellos, por lo que la persona afectada vive en continuo estado de postración, de desesperación, de deseos de suicidio. Casi siempre las obsesiones influyen en los sueños. Se me dirá que éstos son estados morbosos, que competen a la psiquiatría. También para todos los demás fenómenos puede haber explicaciones psiquiátricas, parapsicologías o similares. Pero hay casos que se salen completamente de la sintomatologia comprobada por estas ciencias y que, en cambio, revelan síntomas de segura causa o presencia maléfica. Son diferencias que se aprenden con el estudio y la práctica.

5. Existen también las infestaciones diabólicas en casas, objetos y animales. No me extiendo ahora sobre este aspecto, al que aludiremos más adelante en el libro. Básteme fijar el sentido que doy al término infestación; prefiero no referirlo a las personas, a las que, en cambio, aplico los términos de posesión, vejación, obsesión.


6. Cito, por último, la sujeción diabólica, llamada también dependencia diabólica. Se incurre en este mal cuando nos sometemos deliberadamente a la servidumbre del demonio. Las dos formas más usadas son el pacto de sangre con el diablo y la consagración a Satanás.

¿Cómo defendernos de todos estos posibles males? Digamos en seguida que, aunque nosotros la consideramos una norma deficiente, en sentido estricto los exorcismos son necesarios, según el Ritual, sólo para la verdadera posesión diabólica. En realidad, nosotros, los exorcistas, nos ocupamos de todos los casos en que se reconoce una influencia maléfica. Pero para los demás casos distintos de la posesión deberían bastar los medios comunes de gracia: la oración, los sacramentos, la limosna, la vida cristiana, el perdón de las ofensas y el recurso constante al Señor, a la Virgen, a los santos y a los ángeles.