4 casos del exorcista G Amorth




Una muchacha de dieciséis años, Anna Maria, estaba angustiada porque desde hacía algún tiempo le iba mal en los estudios (en el pasado nunca había tenido dificultades) y oía en su casa extraños ruidos. Vino a verme acompañada por sus padres y su hermana. La bendije y noté algunos pequeños signos de negatividad. Luego bendije a la madre, que acusaba algunos trastornos. En cuanto le puse las manos sobre la cabeza, dio un gran alarido y se deslizó hasta el suelo desde la silla en la que estaba sentada. Hice salir a las dos hermanas y continué el exorcismo, asistido por el marido; noté una negatividad mucho más fuerte que en la hija. Para Anna Maria me bastaron tres bendiciones: era un caso débil y fue inmediatamente remediado. Para la madre se necesitaron algunos meses, con un ritmo de una bendición por semana, y se curó completamente, mucho antes de lo que hubiera podido prever por sus reacciones a la primera bendición.

A Giovanna, una señora de unos treinta años, madre de tres hijos, me la envió su confesor. Acusaba dolores de cabeza, de estómago y desvaneci- mientos. Según los médicos estaba sanísima. Poco a poco salió fuera el mal, o sea la presencia de tres demonios, cada uno de los cuales había entrado en ella como consecuencia de hechizos, en tres ocasiones distintas de su vida. El hechizo más fuerte se lo había hecho una muchacha que, antes del matrimonio de Giovanna, aspiraba con vehemencia a casarse con el novio de ésta. Era una familia de intensa devoción y así los exorcismos se vieron facilitados; dos demonios salieron bastante pronto, mientras que el tercero fue más reacio. Se necesitaron casi tres años de bendiciones, con un ritmo de una por semana.

Después de una cita, vino a verme Marcella, una muchacha muy rubia de diecinueve años, de aire presumido. Sufría dolores de estómago lacerantes y de un temperamento que no conseguía dominar, ni en su casa ni en su trabajo: daba respuestas ofensivas, ácidas, sin poderse refrenar. Según los médicos, no tenía nada. En cuanto le puse las manos sobre los párpados, al comienzo de la bendición, se le pusieron los ojos completamente en blanco, con las pupilas apenas perceptibles abajo, y estalló en una carcajada irónica. Apenas tuve tiempo de pensar que aquello era Satanás cuando de pronto oí que me decían: «Soy Satanás», con una nueva carcajada. Poco a poco Marcella intensificó su vida de práctica religiosa, se hizo constante en la comunión, en el rosario cotidiano y en la confesión semanal (¡la confesión es más fuerte que un exorcismo!). Experimentó una progresiva mejoría, salvo algún paso atrás cuando aflojaba el ritmo de oración, y se curó al cabo de sólo dos años.

Giuseppe, de veintiocho años, vino a verme acompañado por su madre y su hermana. Inmediatamente advertí que sólo había venido para complacer a los suyos. Hedía intensamente a humo; tomaba drogas y también las vendía, blasfemaba. Era inútil hablar de oración y de sacramentos. Traté de disponerle de la mejor manera para que aceptase de buena gana mi bendición. Ésta fue brevísima: el demonio se manifestó inmediatamente de modo violento, y corté en seguida. Cuando le dije a Giuseppe lo que tenía, me respondió: «Ya lo sabía y estoy contento así; con el demonio estoy bien.»
No le he vuelto a ver.