Jesús: muchísimos sufren por culpa del Demonio

28 de Mayo de 1976 al sacerdote Ottavio Michelini, Italia

NO TENGO A NADIE

Meditad, hijos míos, el Evangelio de San Juan: "Se celebraba una fiesta de los judíos y subió Jesús a Jerusalén. Hay en Jerusalén junto a la puerta de las Ovejas una piscina que se llama en hebreo Betesda con cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, cojos, ciegos, paralíticos esperando la agitación del agua. Un Ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua quedaba curado de cualquier mal que tuviera. 

Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús viéndolo tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo le dijo: “¿Quieres curarte?” Le respondió el paralítico: “Señor, no tengo a nadie que cuando se agita el agua me meta en la piscina y mientras yo voy, baja otro antes que yo”. Jesús le dijo": “Levántate, toma tu camilla y anda”.

Y el paralítico así hizo, con gran escándalo de los Judíos. 

Os ofrezco este episodio para muchas consideraciones. En el paralítico ved representados a tantos y tantos enfermos de sufrimientos físicos o espirituales. Hace años que sufren, hace años que esperan que manos piadosas se posen sobre ellos para curarlos. 

Hace años que Pastores y Ministros de Dios pasan junto a ellos sin darse cuenta de su enfermedad espiritual y a menudo también física. Naturalmente, al no darse cuenta de nada, nada hacen para ayudarlos. 

Para ser más preciso diré, aún sabiendo que esta afirmación hará torcer la nariz a alguno, que entre ellos son muchísimos los que sufren por culpa del Demonio, y no sólo sufren espiritualmente, sino también físicamente. Una vez más será bueno recordar que Satanás tiene superioridad sobre la naturaleza humana; por el singular y grandísimo poder de que dispone, puede mucho sobre esta pobre naturaleza.  Deberíais recordar aquí los numerosos casos de endemoniados liberados por Mí, deberíais recordar también las numerosísimas curaciones obradas por Mí en persona y por medio de mis Apóstoles a los que había conferido el poder de curar y de liberar a las personas atormentadas por los demonios. 

El exorcismo

¡Leed el Evangelio y leedlo bien! Meditad los pasajes que tratan esta delicada materia. De mi Evangelio no pocos descartan lo que no les es cómodo creer. Los Sacerdotes no deberían ignorar que con un orden especial, así llamado menor, recibieron el poder de exorcizar y de bendecir. 

Se escandalizaron los Sacerdotes hebreos por la curación realizada por Jesús en día de sábado: pero muchos de mis sacerdotes se escandalizan hoy sólo de oír hablar de exorcismos. Dicen que es cosa de otros tiempos, si acaso hoy día reservada a los Obispos. Cierto, para realizarlos en público y con solemnidad, el Sacerdote exorcista debe ser autorizado por su Obispo. Pero, en privado, ¿quién le puede prohibir valerse de un poder que le ha sido reglamentariamente conferido? 

Satanás, rabiosamente activo, usa su maléfico influjo para hacer sufrir almas y cuerpos sin encontrar la mínima resistencia. Falta entonces la visión justa de un problema de primera importancia. Es ejercicio de la verdadera paternidad pastoral el bendecir y exorcizar a quien tiene necesidad. Es deber primario del Sacerdote contener y contraatacar la nefasta acción del demonio, en cualquier forma y con todos los medios de que puede disponer. 

Pero, ¿lo saben mis Sacerdotes de qué grandes poderes han sido investidos? ¿Saben quiénes son? ¿Saben que los Ángeles, superiores a ellos por naturaleza, son inferiores a los Sacerdotes en poder?

Pero ¿de qué vale vuestro poder, si no lo usáis para la finalidad para la que os ha sido dado? 

Cualquier máquina, cualquier motor, aún teniendo potencialmente capacidad de desarrollar una gran energía, no sirve para nada si no se le pone en movimiento. Vosotros, sacerdotes, sois motores parados, no desarrolláis ninguna energía, dejáis libre al Enemigo para que haga lo que le plazca. En la viña del Señor no os ocupáis más que en mínima parte de detener su maldita acción. 

Basta por ahora, hijo mío.
Te bendigo y ámame.