La pral “obra de misericordia” es la conversión del pecador

Ecos de Garabandal
La principal “obra de misericordia” es la conversión del pecador. En el Evangelio que leíamos ayer, sobre la curación del paralítico, Jesucristo primero perdona los pecados de aquel hombre y luego lo cura de su parálisis. 

Wildwonders67

El mayor bien que podemos hacer a una persona es ayudarla a convertirse, a salvar su alma. Es verdad que, en nuestra fe cristiana, está unido el aspecto espiritual y el corporal de la persona. Cristo se ha encarnado para dar valor divino a todo lo humano. Pero no podemos olvidar que el bien espiritual (la salvación de las almas) tiene prioridad sobre el material

Y el bien espiritual está unido a la lucha incesante contra el pecado, para que el Espíritu Santo no encuentre obstáculos en nuestra alma que le impidan llenarnos de su Amor y Misericordia.

Por eso, en este Año de la Misericordia, lo primero es la conversión personal, reconocernos pecadores, arrepentirnos, acogernos a la Misericordia de Dios, precisamente porque mantenemos vivo el sentido del pecado. 

¿Cómo mantener vivo el sentido del pecado en una sociedad secularizada, paganizada, que sólo busca el bienestar material y que considera el “sentido de las culpas” como una enfermedad psicológica y un trauma que hay que superar?

Lo primero es la formación moral: el conocimiento de las Leyes de Dios (La Ley Natural, los Diez Mandamientos, la Ley Nueva de la Caridad, de Cristo) y la formación de la conciencia (para aplicar en el caso concreto los mandamientos de Dios). La falta de formación moral es lo que ha diluido el sentido del pecado en nuestro mundo. 

Después, la práctica constante del examen de conciencia y de la Confesión Sacramental. Si nos examinamos diariamente y buscamos conocernos mejor, y conocer que somos pecadores; y acudimos con frecuencia al Sacramento de la Penitencia para que el sacerdote, en nombre de Cristo, borre nuestros pecados, mantendremos vivo el sentido del pecado y el Espíritu Santo irá obrando en nuestra alma la conversión a la que llamaba Jesús desde el principio de su vida pública.