El gran milagro en Miércoles de Ceniza de 1218


«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: «Trasládate de aquí a allá», y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes».
El Miércoles de Ceniza es uno de los días festivos católicos más populares de todo el año litúrgico. Todos los fieles hacen cola para recibir las cenizas además de planificar lo que ofrecerán a Dios durante la Cuaresma.
Pero hace 8 siglos, le ocurrió un milagro extraordinario a uno de los santos más grandes de la Iglesia.
Durante el Miércoles de Ceniza en 1218, Santo Domingo discutía con algunos cardenales sobre algunas cuestiones administrativas. De repente, un hombre golpeó la puerta. De acuerdo con Vidas de los Santos de Butler, que registra esta historia, aquel hombre “se rasgaba las vestiduras mientras lloraba y gritaba.” Esto era porque traía una mala noticia: el sobrino de uno de los cardenales presentes fue arrojado de su caballo y asesinado.
Al principio, todo el mundo se quedó en silencio y el cardenal cayó en un profundo dolor. Santo Domingo trató de ofrecer algunas palabras de consuelo, pero no tuvo el efecto esperado.
Después de pensarlo, Santo Domingo se hizo cargo de la situación: ordenó que se trajera el cuerpo del hombre muerto y que se preparara una Misa en una iglesia cercana.
Durante la Misa, Santo domingo “derramó un mar de lágrimas”. Entonces, durante la Consagración, sucedió algo increíble (¡además la Transubstanciación, por supuesto!): Mientras Santo Domingo elevaba el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cayó en éxtasis y comenzó a levitar. Todos los presentes vieron el milagro.
Una vez terminada la Misa, Santo Domingo llevó a todos delante del cadáver. Se arrodilló y oró en silencio durante algún tiempo; luego se puso de pie mientras hacía la señal de la cruz. Entonces, de nuevo, empezó a levitar y proclamó en voz alta: “¡te digo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, levántate!”.
Por la gracia de Dios, y delante de todos los presentes, el muerto volvió a la vida y se levantó completamente ileso.
La noticia del milagro se extendió rápidamente. La ciudad, la iglesia local, e incluso el propio Pontífice, todos celebraron la noticia y alabaron a Dios.