Müller: por qué no se puede dar la comunión a divorciados vueltos a casar

LIBRO-DIÁLOGO CON EL DIRECTOR DE LA BAC


Según revela Actuall en exclusiva, el cardenal Gerhard Müller, prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, ha vuelto a salir al paso de la polémica que rodeó al pasado Sínodo de la Familia, destacando que la doctrina de la Iglesia nunca podrá cambiar al respecto.

(Actuall) El cardenal confirma la fe de la Iglesia en el libro-entrevista Informe sobre la Esperanzaque recoge en 150 páginas el diálogo que el purpurado ha mantenido con el sacerdote español y director de la BAC, Carlos Granados. El volumen está a punto de llegar a las librerías, días antes de que el Papa Francisco publique su esperada exhortación apostólica sobre la familia.
¿La razón de por qué no es posible dar la comunión a divorciados vueltos a casar? Es «debido al carácter de derecho divino de la indisolubilidad del matrimonio». El cardenal Müller explica que esta es «doctrina teológica y espiritual» como quedó claro con la constitución Gaudium et Spes del Vaticano II.
Es cierto que en los meses anteriores al Sínodo de 2015 se propuso resolver el problema de los divorciados vueltos a casar «con una propuesta cercana a las Iglesias ortodoxas a partir de una nueva praxis penitencial en base al principio de misericordia de Dios, aplicada a ciertos casos por medio de la ‘discretio’ o discernimiento espiritual caso por caso de los pastores».
Pero el cardenal deja claro que en los trabajos sinodales se insistió en que no era posible darles la comunión. Porque «todo el orden sacramental es obra de la santidad, la justicia divina y la misericordia y que esta (…) no es nunca una dispensa de los mandamientos de Dios y de la Iglesia o una justificación para suspenderlos o invalidarlos: ‘Ve y no peques más’ (Jn 8,11) le dice Jesús a la adúltera, una vez la ha tratado con gran misericordia».
El purpurado alemán deja claro en el libro-entrevista que, de acuerdo con el Sínodo, «los pastores se deberán esforzar en acoger (a los divorciados vueltos a casar) con delicadeza y cordialidad para acompañarles e integrarles en la vida ordinaria de la Iglesia».
Ante quienes dicen que la postura de la Iglesia en moral sexual no es realista y que es mejor ajustarla a los tiempos presentes, el cardenal Müller señala: «Todos sabemos que somos pecadores y que es en el campo de la sexualidad donde precisamente se manifiesta de un modo patente la fragilidad humana. Pero esto no significa que la moral sexual que enseña la Iglesia sea un ideal inalcanzableEl mayor escándalo que puede dar la Iglesia no es que en ella haya pecadores, sino que deje de llamar por su nombre a la diferencia entre el bien y el mal y que relativice esta, que deje de explicar lo que es pecado o que pretenda justificarlo por una supuestamente mayor cercanía y misericordia hacia el pecador».
El prefecto de la Doctrina de la Fe también aborda en la larga entrevista el drama de las rupturas matrimoniales, pero precisa que «hay algo en el matrimonio que no fracasa: puede fracasar la convivencia, pueden fracasar las expectativas humanas, pero nunca fracasa en él, la acción de Dios (…) El sacramento en cuanto tal no fracasa».

No es un ideal. Es una realidad dada por Dios

Explica que el matrimonio no se puede entender como un acto social o como un ideal –dos errores comunes de esta época–. «No es un ideal que los hombres han imaginado. Un ideal es un reflejo de un deseo mío, como el niño que quiere ser astronauta… Un ideal, de hecho, suele ser inalcanzable».
Pero el matrimonio no es un ideal, sino «una realidad dada por Dios». «Es El –explica el cardenal Müller- quien, de forma inaudita, ha creado por amor al varón y a la mujer, abiertos los dos a la relación y a la fecundidad: esto no es una idea, es una realidad y, a la vez, una promesa de plenitud».
Siguiendo la doctrina del propio Jesucristo, centra la cuestión al recordar que «el matrimonio no consiste solo en la decisión de convivir con otra persona, sino en el firme propósito de ser ‘una sola carne’… ‘por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa y serán los dos una sola carne» (Mc 10,8).
Y añade que «el fin del matrimonio no es sólo natural sino también sobrenatural: la santificación de los esposos y de la vida, para poder alcanzar la plena comunión con Dios».