Análisis extensivo sobre la debacle pontificia de Amoris L


Por Christopher A. Ferrara

Nota del Editor ADELANTE LA FE: Esta es una versión electrónica revisada y ampliada del artículo del Sr. Ferrara que aparece bajo el mismo título en la actual edición impresa de The Remnant. Decidimos publicarla en su totalidad debido a la gravedad del asunto y al hecho de ser, tal vez, el mayor desenmascaramiento del papa Francisco y su plan para cambiar definitivamente la Iglesia. No nos produce alegría publicar esta crítica devastadora de ‘La Alegría del Amor’. De hecho, lo consideramos poco menos que el deber desgarrador de los fieles hijos de la Iglesia que no ven otra alternativa que resistir. Por favor, recen por el papa Francisco y por nuestra amada Iglesia Católica bajo amenaza. MJM
Ninguna dificultad puede presentarse que valga para derogar la obligación impuesta por los mandamientos de Dios, los cuales prohíben todas las acciones que son malas por su íntima naturaleza; cualesquiera que sean las circunstancias, pueden siempre los esposos, robustecidos por la gracia divina, desempeñar sus deberes con fidelidad y conservar la castidad limpia de mancha. Pío XI, Casti Connubii
Introducción: Alarma creciente
Tal como observó el Cardenal Burke en un artículo aparecido en el National Catholic Register, leída cuidadosamente, AMORIS LÆTITIA se revela a sí misma como un documento “personal, es decir, no magisterial”, “una reflexión personal del Papa” que “no debe confundirse con la fe debida al ejercicio del Magisterio”. Esto es cierto, pero quizás no por las razones que expresa el Cardenal, como demostraré al cierre de este ensayo.
Esto no logra eliminar el inmenso problema con esta “exhortación apostólica” de 262 páginas sin precedentes. Lo que motiva las páginas que siguen, es que el papa Francisco promulgó Amoris Laetitia como si fuera una auténtica y obligatoria acta de Magisterio a ser tratada como tal por sus colaboradores y progresistas eclesiales de todo el mundo católico. Por lo tanto, Amoris Laetitia es un nuevo agregado a La Gran Fachada de pseudo-doctrinas con forma de novedades pastorales y disciplinarias no vinculantes y nuevas actitudes y “enfoques”—todos surgidos por primera vez durante la gran época de iluminación conocida como los sesentas. Estos incluyen la nueva liturgia (que los fieles nunca estuvieron obligados a asistir), el “ecumenismo”, el “diálogo”, y el “diálogo interreligioso”. Sus efectos combinados han sido catastróficos. 

Y ahora esto. Un comentario en Rorate Caeli expuso lo que había que decir por amor a la verdad: “No hay otra manera de decirlo: La Exhortación Apostólica del Papa, Amoris Laetitia, es una catástrofe”. Voice of the Family también reconoció lo que resulta inmediatamente obvio de la lectura del crítico Capítulo 8: “Nuestra revisión inicial provee razones suficientes como para considerar este documento como una amenaza a la integridad de la fe católica y del verdadero bien de la familia”. 

Incluso los comentadores normalmente moderados no ocultaron su alarma frente a la evidente degradación que el documento hace a la exigente enseñanza te Nuestro Señor en el terreno de la moralidad sexual, y el temático argumento de Francisco sobre los “factores atenuantes” y “situaciones concretas” que de alguna manera convierten el adulterio y la fornicación mortalmente pecaminosos, en meras “irregularidades”, quedándose cortos del “ideal” cristiano de matrimonio pero sin embargo en posesión de “elementos constructivos”. Ver discusión ampliada en PARTE II.

El programa The World Over (El Fin del Mundo) de EWTN presentó una crítica amablemente devastadora del P. Gerald Murray, Robert Royal y Raymond Arroyo. Los participantes examinaron pasajes con descripciones como “peligrosos”, “muy perturbadores”, “muy problemáticos”, “no es el lenguaje del Evangelio”, “muy raro”, “muy extraño”, “un gran error”, “ implantando espantapájaros para derribarlos”, “una contradicción directa de Juan Pablo II en Familiaris consortio y documentos subsecuentes,” “en desacuerdo con lo que ha Iglesia ha dicho hasta ahora,” “falsa misericordia” favorable al “‘Padre Amigable’ que quiere vender la tienda,” que haría que recibir la Comunión sea “una insignia de honor que usted recibirá aunque haya creído que lo que hace es contrario a la enseñanza de la Iglesia” y un “intento de ocultar lo que en verdad es un cambio de doctrina….pero negando que está cambiando la doctrina”. Tal como observó Arroyo, y de acuerdo al tenor general del documento, “la excepción se convierte en una regla muy difícil, o no hay ninguna regla” mientras que, citando al Padre Murray, la Iglesia se involucra en “la empresa de inventar excusas, no la empresa del Evangelio”.  La última palabra la tuvo Murray, quien citando el derecho natural de los fieles a expresar sus preocupaciones reconocido en el Código de Derecho Canónico, concluyó:
Adular sería mantener la boca cerrada y no decir nada. Pero la franqueza del Evangelio…nos obliga a decir, Santo Padre, o usted estuvo mal asesorado o tiene una concepción incompleta sobre este asunto…. 

No quiero criticar al Papa…. pero lo que voy a decir es: cuando usted hace algo en público que contradice lo que hizo su predecesor, tiene que haber una responsabilidad sobre ello y responsabilidad de sostener el Evangelio, y creo que es lo que muchos obispos, cardenales y sacerdotes exigirán. 
En The Catholic Thing (La Cosa Católica), Robert Royal desechó la declaración de los usuales defensores de Francisco, que afirman que Francisco no autorizó la Sagrada Comunión para los adúlteros públicos en “ciertas circunstancias” (como se muestra más abajo). Es exactamente eso lo que ha hecho, tal como el propio Francisco admitió durante la conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Grecia. Ver Parte II en (6). Royal lamenta las inevitables consecuencias:
Amoris Laetitia espera resolver las situaciones de muchos en el mundo moderno, pero es más probable que sólo agregue más combustible al holocausto. No hace falta una bola de cristal para predecir que una vez que los divorciados/vueltos a casar reciban la Comunión en ciertas circunstancias, rápidamente se la considerará lícita para todos. Y—¿por qué no?—para personas en relaciones homosexuales que probablemente puedan alegar factores atenuantes igualmente buenos….

De un lado de la frontera entre dos países, la Comunión para los divorciados vueltos a casar ahora sería señal de una nueva efusión de misericordia y perdón de Dios. Del otro lado, dar la Comunión a alguien en circunstancias “irregulares” sigue siendo infidelidad a las palabras de Cristo y potencialmente, sacrilegio. En términos concretos, lo que se avecina alrededor del mundo es caos y conflicto, no catolicismo.
Escribiendo para LifeSiteNews, Philip Lawler afirmó:

Amoris Laetitia— “La Alegría del Amor”—no es un documento revolucionario. Es subversivo…. Desafortunadamente, el efecto total del enfoque del Papa puede llegar a ser una aceleración de la poderosa tendencia a desechar la enseñanza inmutable de la Iglesia, y por tanto un declive del ministerio pastoral que él espera fomentar [énfasis agregado aquí y hasta el final].

El Catholic World Report, publicado por el Padre Joseph Fessio, S.J., presentó un simposio de artículos sobre el documento, casi todos ellos fuertemente críticos de algún tema, particularmente del Capítulo 8, el foco de este comentario:
 Un jesuita colega del Padre Fessio, James V. Schall, S.J., coincidió en que el documento tiene un impacto subversivo respecto a la enseñanza de la Iglesia sobre la inmoralidad sexual y el pecado grave en general: “Pero cuando sumamos todo, pareciera que el efecto de este enfoque es llevarnos a concluir que el “pecado” jamás existió. Todo tiene una causa que lo excusa…. Uno se aleja de este enfoque sin pena por sus pecados sino con alivio, al reconocer que en realidad jamás pecó realmente.”

 Carl E. Olson llamó a Amoris Laetitia “profunda y confusa,” observando que “Francisco aparentemente maneja un poco a la ligera y descuidadamente algunos argumentos y fuentes.” (Ni aparentemente ni un poco, sino de verdad, como ya veremos.)

 El renombrado canonista Edward Peters lamenta que Amoris Laetitia “recurre más que ocasionalmente a los clichés, caricaturas de los puntos de vista rivales, y citas propias …” Notó un “serio mal uso de la enseñanza conciliar de Gaudium et spes 51” (un verdadero fraude que se analiza más abajo) y se maravilla frente a la sorprendente opinión de Francisco de que puede haber “fidelidad comprobada” y “compromiso cristiano” en “relaciones adúlteras constantes” siguiendo “el abandono público y permanente de una pareja anterior”. 

 Eduardo Echeverría, Profesor de Filosofía y Teología Sistemática en el Seminario Mayor Sagrado Corazón de Detroit, ofreció una serie de críticas graves:
“Francisco parece casi (no del todo, pero casi) incapaz de reconocer que un individuo es pecaminosamente responsable por rechazar la verdad sobre el matrimonio y la familia” …

“Entonces, con el debido respeto a Francisco, creo que él sí está insinuando el apoyo a la “gradualidad de la ley” y por lo tanto,  por implicancia, abre la puerta a la “ética de situación”. (Es exactamente lo que ha hecho, como lo demuestro abajo.)
Francisco “fomenta el ‘oscurecimiento de la luz’ porque minimiza la fuerza moral de este orden normativo [moral] cuando habla de ‘normas. Él quiere crear un espacio moral donde se considera a la persona libre de culpa, recurriendo incluso a acusar a quienes quieren aplicar esas normas incondicionalmente (a este punto, en su mente son “meras normas”) por exhibir una ‘moralidad fría y burocrática.’… Esta conclusión parece totalmente opuesta a la del Catecismo de la Iglesia Católica…”
Debemos extraer lo Bueno de lo Malo—¿Otra vez?

Y aún a pesar de dichos comentarios condenatorios (si bien acallados), los “populares” comentadores arriba citados se vieron en figurillas para mencionar los elementos ortodoxos encontrados en las 261 divagadas páginas del texto promiscuamente verboso. Estos incluyen la condenación directa del aborto en el párrafo 83. (Sin embargo, se enreda incluso en el mismo párrafo con la falsa declaración que “la Iglesia”—en realidad, Francisco—“rechaza con firmeza la pena de muerte.”) ¿Pero por qué debiera un miembro de la feligresía esforzarse por separar las partes ortodoxas de un documento papal que, incluso como estos populares comentadores observan, conducirá al caos y conflicto en la Iglesia, es subversivo, transmite la sensación de que los pecados mortales son todos más o menos excusables, recurre a citas engañosas, argumentos deshonestos y caricaturas de los opositores,   y abre la puerta al repugnante mal de la ética de situación?

Si un renombrado chef de un restaurante con estrella Michelin nos sirviera una torta cuya receta incluye “1 cucharada de cianuro,” difícilmente alabaríamos el resto de los ingredientes por el prestigio del chef. Botaríamos esa cosa y lo haríamos arrestar. Cuando se trata de una “Exhortación Apostólica” verdaderamente subversiva, los fieles no tienen el deber de analizarlo como una enseñanza católica aceptable sobre el matrimonio y la familia. ¿No hemos tenido más que suficiente de esta tontería? No es la responsabilidad de los fieles el “purificar” la enseñanza papal defectuosa, con comentarios defensivos posteriores a la publicación que “acentúan lo positivo” mientras ignoran lo negativo. Es la responsabilidad del Papa dar a los fieles una enseñanza en cuya pureza pueden confiar implícitamente, en primer lugar—en cada página del documento.

Después de tres años de este tipo de cosas, hemos aprendido que este pontificado es una continua demostración de los límites estrictos de la infalibilidad pontificia, un carisma que termina en las fronteras de la novedad, donde Francisco se anima a ser un pionero osado. No hay comentario más revelador sobre este documento que la declaración inicial del Padre Zuhlsdorf: “hemos esquivado una bala, la esquivamos al menos para ganar tiempo y preparar la misa.” Nada puede ser más revelador del desastre de este pontificado que reconocer inadvertidamente que Francisco es como artillero activo en un campus universitario y que debiéramos estar felices porque no dio en el blanco, o al menos sólo consiguió herirnos. ¡Eso estuvo cerca! 

En cuanto a las partes de Amoris Laetitia que afirman, aunque verbosamente, aspectos de la enseñanza católica tradicional sobre el matrimonio y la familia, tenemos enseñanzas en abundancia de innumerables fuentes del Magisterio infalible, incluyendo emblemáticas encíclicas hermosamente escritasque los fieles católicos ya aceptaron con la mente y la voluntad. En cuanto a los católicos infieles, ni siquiera se molestarán en leerlas, pero se alegrarán con las noticias vociferadas ahora por todo el mundo, que Francisco aflojó con todo este asunto del “adulterio”. Y si al final del tumultuoso “camino sinodal” con el que Francisco insistió y manejó de principio a fin, los católicos tradicionalistas debieran alegrarse porque él no hizo lo que igualmente no tenía poder de hacer— “cambiar la  doctrina”—entonces ¿cuál era el punto del “Sínodo de la Familia”?

La respuesta a esta pregunta es obvia para cualquiera con uso de razón. El Sínodo era simplemente un vehículo para la entrega de Amoris Laetitia, en la que Francisco, como demostraré más abajo, finalmente llega al destino que planeó desde un principio: la admisión de “ciertos” (básicamente todos) católicos divorciados “vueltos a casar”, junto con otros habituales pecadores públicos de variedad sexual, a la Confesión y la Sagrada Comunión sin previo arrepentimiento o cambio de vida. La doctrina básica sobre la indisolubilidad del matrimonio queda intacta—ciertamente hay párrafos y párrafos de floridas alabanzas sobre ella—mientras que el plan de Francisco para que se la ignore en la práctica finalmente se confirma. Amoris Laetitia amplía en cómodas dimensiones la puerta para el resultado creado por los infames párrafos 84-86 del reporte final del Sínodo 2015.

Pero hay más. Sobrepasando incluso las predicciones más pesimistas, Francisco va más allá de la farsa del Sínodo para proclamar lo que en resumen es una “amnistía” eclesial de facto sobre la inmoralidad sexual grave en general, de ser posible. El documento alcanza este resultado reduciendo a “normas generales” la enseñanza moral de la Iglesia, del matrimonio cristiano a un “ideal”, inclusive de la propia ley natural a un “objetivo ideal” del cual los desvíos están excusados por “factores atenuantes” y “situaciones concretas”—es decir, ética de situación, como reconoce el Profesor Echeverría. 

Este ensayo demostrará que este avance catastrófico para la insurgencia neo-modernista se encuentra en el Capítulo 8, cuyo extraño título lo dice todo: “Acompañar, Discernir e Integrar la Fragilidad”. Vuelva a leer ese título y pondere sus implicancias antes de seguir leyendo. Ver discusión en la Parte II (1) – (5).

Si fuera por Francisco, la Iglesia integraría ahora a la vida eclesial a los habituales pecadores mortales públicos no arrepentidos, incluso aunque siempre haya enseñado, para su propia salvación, que ellos no son miembros vivos de la Iglesia hasta que se arrepientan, sean absueltos de sus pecados y restaurados a la vida de la gracia santificante. Este plan de “integración” incluirá y no se limitará únicamente a quienes vivan en “matrimonios” adúlteros o que convivan sin la intención de abandonar sus situaciones inmorales. Esto se hará bajo el pretexto de que estas personas son tan impotentes en sus pecados que no pueden ser consideradas culpables por ellos o exigírseles que enmienden sus vidas por el momento, y la “misericordia” exige que la Iglesia se acomode a sus “fragilidades” hasta que “maduren” espiritualmente en algún punto indefinido del futuro. ¿Pero qué hay de la gracia de Dios? En el modo usual de doble discurso modernista, Amoris Laetitia se contradice a sí misma al declarar francamente: “De Cristo, mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión. (¶ 63).”

Ojalá esto fuera sólo una broma. Pero Francisco habla en serio. Por supuesto que esto que digo aquí requiere de una demostración, la cual viene a continuación. Será bien detallada y por lo tanto bastante larga, pero un asunto de esta gravedad debe ser demostrado en su totalidad, y eso requiere de un análisis extenso en lugar de caracterizaciones generales del documento.
PARTE I.

CAPÍTULOS 1-7: INSINUACIONES SUBVERSIVAS
Si bien el foco de este ensayo es el Capítulo 8 de Amoris Laetitia, los capítulos previos contienen numerosas insinuaciones sobre la subversión posterior. Esos aperitivos retóricos del plato principal tienden a socavar o menospreciar la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, la familia, y las amenazas a ambas por parte del modernismo, expuestas por una fila de grandes Papas antes del Vaticano II. (Hay algunas citas de Pío XI y Pío XII, pero en el texto no hay nada de su “rigorismo” intransigente).

1.   La bomba del párrafo 3.

Ya desde su comienzo, Amoris Laetitia revela la sorprendente temática de la relativización ética según las circunstancias locales e individuales. Citando uno de sus propios dichos peculiares, Francisco declara:
Recordando que “el tiempo es superior al espacio”, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinalesmorales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa (cf. Jn 16,13), es decir, cuando nos introduzca perfectamente en el misterio de Cristo y podamos ver todo con su mirada. Además, en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales, porque “las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general […] necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado”. 
Las implicancias son obvias y devastadoras. El pasaje está claramente diseñado para señalar el camino para que cada región o nación adopte su propia “interpretación” cultural de la disciplina eucarística universal de la Iglesia en relación a los divorciados “vueltos a casar” y otros habituales pecadores mortales públicos, y también su propia interpretación de otros “principios generales”, incluyendo “algunos aspectos” de la enseñanza de la Iglesia.  Tal como había hecho durante el “camino sinodal”, Francisco invoca al “Espíritu” como fuente continua de la “revelación” que “nos lleva a la verdad completa”—¡hasta ahora escondida!—y finalmente “nos introduce perfectamente en el misterio de Cristo y podemos ver todo con su mirada.” En resumen, el “Dios de las sorpresas” que Francisco presentó al mundo al final del Sínodo 2014. Es evidente la perspectiva preocupantemente gnóstica de la disciplina y la doctrina.

Durante la crítica de EWTN mencionada arriba, Robert Royal observó que en la práctica el párrafo 3 conducirá a “esta absurda situación en la que uno puede subirse al auto y manejar hasta Polonia, y si uno recibe la Sagrada Comunión estando divorciado y vuelto a casar es un sacrilegio y un quiebre con la Tradición, una bofetada en el rostro de Nuestro Señor. Luego uno cruza a Alemania y de pronto fluye esta nueva fuente de misericordia y apertura al diálogo.”

2.   Un plato de aperitivos subversivos.

Después de esta apertura agorera, Amoris Laetitia ofrece varias pistas de la subversión subsiguiente entre alabanzas piadosas del “plan de Dios” para el matrimonio. Recomiendo la brillante disección y discusión de Chris Jackson sobre estos elementos tendenciosos, entre los que identifica los siguientes:
 alabanza del supuesto “reparto equitativo de cargas, responsabilidades y tareas” en la familia “moderna” versus “las formas y modelos del pasado” (32);

 una queja débil y risible de que la Iglesia no puede “renunciar a proponer el matrimonio” porque “estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar” (35);

 afirmar que “no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo”—cuando Francisco nunca cesa de denunciar “los males actuales” que considera más urgentes, de los cuales todos resultan ser objetivos políticamente correctos (35);

 la falsa acusación a la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio que “quedó opacada por un acento casi excluyente en el deber de la procreación” versus el llamado aspecto “unitivo”, cuando en realidad fue al revés (36);

 la falsa acusación a la Iglesia por presentar una “ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido” (36);

 las falsas acusaciones a la Iglesia por dedicarse durante mucho tiempo a “insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia,” olvidándose injustamente de “dejar espacio a la conciencia de los fieles” (37)—una obvia preparación para el Capítulo 8;

 declarar que “es legítimo y justo que se rechacen viejas formas de familia “tradicional”, caracterizadas por el autoritarismo e incluso por la violencia,” fallando perceptiblemente en especificar a qué se refiere por “viejas formas de familia tradicional” (53);

 una astuta mención directa sobre las “uniones del mismo sexo” como parte de la “gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad,” si bien ellas “no pueden equipararse sin más al matrimonio” (52)—abandonando implícitamente la enseñanza de la Iglesia sobre el deber moral de oponerse a la legalización y resistir la implementación de cualquier forma de estas “uniones”;

 la sutil reducción de “la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer” a una mera “situación familiar” que tiene “una función social plena, por ser un compromiso estable”—dando a entender que las “uniones del mismo sexo” pueden tener un rol menor, cosa que va de la mano con la negativa de Francisco a oponerse a su legalización en Irlanda, Estados Unidos e incluso Italia (52);

 la “emancipación de la mujer” es enaltecida y absuelta de toda culpa por los “problemas actuales” mientras que los que piensan lo contrario son acusados de “machismo” (54);

 la increíble sugerencia—nada más y nada menos que de parte de un Pontífice Romano—que como “la cuestión es tener la libertad para aceptar que el placer encuentre otras formas de expresión en los distintos momentos de la vida… se puede acoger la propuesta de algunos maestros orientales que insisten en ampliar la consciencia, para no quedar presos en una experiencia muy limitada que nos cierre las perspectivas” (149);

 el rechazo completo de la amonestación bíblica “las mujeres estén sujetas a sus maridos,” reemplazada aquí por otro consejo de San Pablo “una mutua sumisión,” que no tiene nada que ver con el orden de autoridad dentro de la familia (156);

 declarar que a los sacerdotes católicos les falta la formación adecuada para tratar los problemas familiares y debieran aprender de la “experiencia de larga tradición oriental de los sacerdotes casados…”—una indicación encubierta de lo que probablemente sea el destino del próximo “camino sinodal”: el comienzo de la abolición del celibato sacerdotal. (202)
En resumen, para cuando alcancemos el Capítulo 8, donde se hace la mayor parte del daño, el lector estará preparado para la Gran Revelación.
PARTE II.

Un Ensayo sobre la Subversión
Phil Lawler tiene razón en decir que Amoris Laetitia es un documento “subversivo” que probablemente cause “una aceleración de la ya poderosa tendencia a desechar la enseñanza inmutable de la Iglesia”. Leer el Capítulo 8, compuesto por los párrafos 291-312, es comprender que estas páginas que abogan explícitamente por “acompañar, discernir e integrar la fragilidad” en la Iglesia, no podrían haber estado mejor escritas con fines subversivos.

(1)  “Ecumenismo moral” y alabanza de relaciones sexuales “irregulares”; el matrimonio cristiano reducido a un ideal (291-294).

Amoris Laetitia intenta cubrir con el manto del Magisterio al absurdo “ecumenismo moral” que apareció por primera vez en el Sínodo 2015. Según esta repulsiva novedad, se espera que ahora la Iglesia reconozca los “elementos constructivos” de las relaciones que tradicionalmente condenó como mortalmente pecaminosas, incluyendo los “segundos matrimonios” o “la simple convivencia”, siempre y cuando cumplan con varios casilleros en una nueva lista de “características constructivas” que supuestamente otorgan nobleza a las uniones sexuales ilícitas: “estabilidad,” “afecto profundo,” “responsabilidad por la prole” y “la capacidad de superar las pruebas.” (293)

De la misma manera en la que el “ecumenismo” machaca incesantemente sobre los “elementos positivos” de las falsas religiones plagadas de herejía y superstición, dejando a sus practicantes continuar en sus errores, ahora el nuevo invento del ecumenismo moral del Sínodo de Francisco machacará incesantemente sobre los elementos positivos de las relaciones falsas de adulterio y fornicación, dejando a sus participantes tranquilos en su pecado. En el 2016, luego del Sínodo, el concepto de vida en pecado se suprime de golpe, así como luego del Vaticano II se suprimió de golpe el concepto de estar fuera de la única Iglesia verdadera.

De la misma manera, en línea con el ecumenismo, Amoris Laetitia nos informa que ahora “el matrimonio cristiano, reflejo de la
unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento …” (292) El lector adivinará enseguida lo que sigue a continuación: “Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo”.

Entonces ahora el matrimonio cristiano se convierte en la “plenitud” del matrimonio, mientras que los diferentes tipo de uniones sexuales ilícitas se describen verdaderamente como cumpliendo este “ideal” “de modo parcial”. De manera similar, la Iglesia Católica es descrita “ecuménicamente” como poseedora de la “plenitud de la verdad” mientras que otras religiones tienen una cantidad más o menos aceptable de ella. Por lo tanto, todos están a salvo allí donde estén, aunque sería mejor estar en “plenitud”. Los efectos de esta noción sobre las conversiones al Catolicismo son obvias; así como el efecto sobre las conversiones al matrimonio cristiano.

El siguiente elemento subversivo (citando el Sínodo 2015) es la justificación moral del matrimonio civil e incluso de la convivencia, como alternativas al “ideal” del matrimonio cristiano: “La elección del matrimonio civil o, en otros casos, de la simple convivencia, frecuentemente no está motivada por prejuicios o resistencias a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes…. casarse se considera un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material impulsa a vivir uniones de hecho.” (294)

Sólo podemos reírnos ante lo declarado en el Sínodo, que la pobreza hace imposible una ceremonia católica sencilla, o que “mudarse a vivir juntos” es menos costoso que vivir en Sagrado Matrimonio con la misma persona bajo el mismo techo. Aquí uno recuerda El Espíritu de las Leyes de Montesquieu, que intenta socavar el matrimonio cristiano y promover el divorcio catalogando diversas “alternativas culturales” a la institución divina, bajo secos datos antropológicos. (294)

Según Francisco, “la unión de hecho” debe ser vista ahora como una “oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio.” (294) Por lo tanto, las personas viviendo en pecado ahora tienen “parte” de la realidad del matrimonio—una propuesta tan irrazonable como afirmar que los herejes que rechazan la propia existencia de la Iglesia Católica o practican varias formas de inmoralidad sexual gravemente pecaminosas están de alguna manera en “comunión parcial” con ella.

Lo que Romano Amerio llamó la “pérdida de las esencias” en el pensamiento postconciliar—una tendencia a evitar distinguir con exactitud el bien del mal, la verdad de la mentira, lo lícito de lo ilícito e incluso algunas veces una cosa de otra—ahora reclama para sí el matrimonio cristiano e incluso la propia ley moral. La reducción del matrimonio a un “ideal” mina radicalmente el respeto por la institución divina que Francisco dice defender, y la única relación conyugal lícita entre hombre y mujer se convierte ahora en el mero punto final de una escala de elecciones relacionales, las cuales deben ser vistas todas como más o menos buenas. Las uniones sexuales mortalmente pecaminosas ya no son tratadas como amenazas a la salvación, sino solo como etapas en una evolución moral “gradual”. 

Esta “pérdida de las esencias” es prácticamente temática en Amoris Laetitia. De la misma manera, el Cardenal Christoph Schönborn, tristemente célebre por su orientación en favor del divorcio y “amigo de los homosexuales”, se alegró durante la presentación del documento al mundo: “Mi gran alegría ante este documento reside en el hecho de que, coherentemente, supera la artificiosa, externa y neta división entre ‘regular’ e ‘irregular’…”—es decir, entre uniones conyugales morales e inmorales. 

(2) “Integrar la fragilidad” de aquellos en uniones sexuales inmorales; Ignoran la conducta objetiva y el consecuente escándalo y profanación de la Eucaristía (295-299).

Como observé antes en estas páginas, en referencia al reporte final del Sínodo 2015, la inmutable prohibición de la Iglesia para la recepción de la Sagrada Comunión por parte de los adúlteros públicos en “segundas nupcias” no es un simple cambio de disciplina. Antes bien, tal como observó el Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos en el 2000, rechazando el esfuerzo que el mismo Francisco encabezó en los últimos tres años, esta disciplina enclaustrada en el Canon 915, “deriva de la ley divina y trasciende el ámbito de las leyes eclesiásticas positivas…”

El asunto no es la culpabilidad subjetiva en casos particulares de divorciados “vueltos a casar”, por más implausible sea afirmar que ellos no son conscientes de su condición pecaminosa. Antes bien, el verdadero asunto encuadrado por el Pontificio Consejo es este:
En efecto, recibir el cuerpo de Cristo siendo públicamenteindigno constituye un daño objetivo a la comunión eclesial; es un comportamiento que atenta contra los derechos de la Iglesia y de todos los fieles a vivir en coherencia con las exigencias de esa comunión. En el caso concreto de la admisión a la sagrada Comunión de los fieles divorciados que se han vuelto a casar, el escándalo, entendido como acción que mueve a los otros hacia el mal, atañe a un tiempo al sacramento de la Eucaristía y a la indisolubilidad del matrimonio.
El escándalo existe aunque desafortunadamente dicho comportamiento ya no causa sorpresa: de hecho, es precisamente respecto a la deformación de la conscienciaque se has más necesario que los sacerdotes actúen, con tanta paciencia como firmeza, para proteger la santidad de los Sacramentos y la defensa de la moralidad Cristiana, y la correcta formación de los fieles.
Entonces, Amoris Laetitia pretende abolir una disciplina que no puede ser abolida sin violar la ley divina. Lo hace en dos pasos, una “integración” general según el “discernimiento pastoral” realizado por sacerdotes parroquiales, seguida finalmente por la admisión a los sacramentos en “ciertos casos” según el mismo “discernimiento”. 
Primero, “integración.” Aquí es donde Francisco maneja a la ligera y descuidadamente sus argumentos y fuentes, recordando el comentario de Carl Olson. Tal como hizo el Sínodo 2015, Francisco cita engañosamente a Juan Pablo II y su supuesta “ley de gradualidad” en la obediencia de “las exigencias objetivas de la ley.” (295) Pero en realidad, en Familiaris consortio, Juan Pablo II hablaba del progreso espiritual a la vez que rechazaba toda noción de aceptación “gradual” de los preceptos morales que atañen a todos los hombres:   
Por ello la llamada “ley de gradualidad” o camino gradual no puede identificarse con la “gradualidad de la ley”, como si hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos hombres y situaciones. (Familiaris consortio, 34).
Como veremos, Francisco propone precisamente que haya “diferentes grados o formas de precepto en la ley de Dios para diferentes individuos o situaciones”. Él intenta evitar la acusación, afirmando que mientras la ley moral es la misma para todos, el deber de obediencia a la ley puede variar de acuerdo a “circunstancias concretas,” lo cual es, justamente, la “gradualidad de la ley” disfrazada, o ética de situación, por llamarla de otra manera.

Luego, el “discernimiento de ‘situaciones irregulares.’” Aquí Francisco—citando el Sínodo que él mismo llenó de progresistas para asegurar la creación de la verbosidad sobre la que ahora se resguarda—comienza a arrojar bombas revolucionarias:
El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre… hay que ‘evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones’, y hay que ‘estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición…. (296)
Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia “inmerecida, incondicional y gratuita”. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren. (297)
En otras palabras, las personas que viven en una condición objetiva de pecado mortal no necesitan arrepentirse ni enmendar sus vidas porque “nadie puede ser condenado para siempre”. Aparentemente, Francisco se imagina una especie de estatuto de limitaciones al pecado mortal que, al expirar, ya no constituye un verdadero impedimento para la vida eclesial. ¡No, la “fragilidad” de todos debe ser “integrada” tarde o temprano! Por sobre todo, la de los divorciados “vueltos a casar”.

Luego, Francisco sugiere los criterios de un nuevo procedimiento para clasificar la calidad de las relaciones que constituyen   adulterio público:
Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. (298)
Increíble como parece, tenemos un Papa que seriamente propone que algunos adúlteros públicos reciban un tratamiento de Primera Clase, mientras que otros deban quizás permanecer en Turista, al menos durante parte de su “viaje” hacia la “integración”. Que un Romano Pontífice declare en un documento papal que los adúlteros públicos de cualquier tipo exhiben “fidelidad” y “compromiso cristiano” hace que uno se pregunte si Francisco piensa que luego de cincuenta años de “diálogo ecuménico”, es tiempo de que la Iglesia Católica emule a la Iglesia Anglicana en el reconocimiento de la revolucionaria incursión de Enrique VIII en el “divorcio católico”. Su ataque sorpresa con la “reforma” del proceso de nulidad se dirige ciertamente en esa dirección.

En la siguiente manipulación de fuentes, Francisco cita nuevamente el Familiaris consortio (84) de Juan Pablo II, esta vez proponiendo que “la Iglesia reconoce situaciones en que ‘cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación.’” (298) No hay elipses para indicar que falta texto antes y después, texto que Francisco claramente quiere ocultar. El texto completo [en Familiaris consortio] dice: “Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos».”

¿Qué tiene para decir Francisco sobre la enseñanza de Juan Pablo II, también enseñanza inmutable de la Iglesia, que las parejas divorciadas vueltas a casar civilmente que no pueden separarse por causa de los niños deben vivir en plena continencia y abstenerse de toda relación sexual adúltera? Es de no creer, pero ahí está, escondida en una nota al pie de la página con la engañosa y recortada cita.
En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad [!] de convivir ‘como hermanos’ que la Iglesia les ofrece, destacan que si faltan algunas expresiones de intimidad ‘puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole’.” (Concilio Ecuménico Vaticano Segundo, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual, Gaudium et Spes, 51).
Observen, antes que nada, cómo la nota al pie tergiversa aún más la enseñanza de Juan Pablo II, reduciendo su afirmación del deber moral positivo a una mera “posibilidad” que la Iglesia “ofrece”. ¿Qué otra cosa, además de horror mezclado con miedo, debieran experimentar los fieles cuando un Romano Pontífice sugiere que las personas viviendo en adulterio necesitan “intimidad” para poder permanecer “fieles” a sus compañeros de adulterio por el bien de los hijos? 

Peor aún, como observa mordazmente Sandro Magister, Francisco ha dado “una bofetada en el rostro” de los católicos fieles que obedecieron la enseñanza inmutable reafirmada por Juan Pablo, al vivir castamente en situaciones de “segundas uniones” civiles donde los niños hacían imposible la separación: “De hecho, se les dice a estos que al hacerlo podrían dañar su nueva familia, dado que ‘si faltan algunas expresiones de intimidad “puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole”’. Dando a entender que los demás [divorciados “vueltos a casar”] hacen bien en vivir una vida plena de pareja, incluso en segundas uniones civiles, y quizás incluso reciban ahora la Comunión.”

Sumando insulto sobre insulto, la misma estratégica nota al pie contiene otratergiversación más en cuanto a las fuentes. La cita del párrafo 51 de Gaudium et spes se refiere en realidad a la situación de parejas casadas válidamente en la que uno o ambos evitan las relaciones maritales por miedo a tener hijos. Más aún, la cita es totalmente inexacta. El texto en español en la página web del Vaticano dice: “Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro.” Es llamativo, o quizás no tanto, que la frase “fortaleza para aceptar los que vengan” está faltando en la cita de Francisco. 

Volviendo a su objetivo principal de “integrar las fragilidades”—la Sagrada Comunión para los divorciados “vueltos a casar”—Francisco “coincide” con la declaración de su manipulado Sínodo:
…los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo…. Su participación puede expresarse en diferentes servicioseclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. (299)
Por lo tanto, todas las restricciones a la realización de funciones eclesiales por parte de adúlteros públicos, desde ser padrinos y “ministros de la Eucaristía” a dictar clases de religión, deben ser ahora revisadas como injustas “formas de exclusión”. El resultado deseado por Francisco es que todas estas restricciones sean eventualmente abolidas, tal como él mismo demandó hace más de un año:
No están excomulgados, es verdad. Pero no pueden ser padrinos de bautismo, no pueden leer la lectura en la misa, no pueden dar la comunión, no pueden enseñar catequesis, no pueden como siete cosas, tengo la lista ahí. ¡Pará! ¡Si yo cuento esto parecerían excomulgados de facto!…¿Entonces por qué no pueden ser padrinos?
Esta “integración” de los adúlteros (y convivientes), que beneficiaría convenientemente a la hermana de Francisco, divorciada y “vuelta a casar” y al sobrino de Francisco que convive, debe realizarse a través de una “conversación con el sacerdote, en el fuero interno,” donde el “discernimiento” evaluará la “humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza” del pecador público antes de conceder “excepciones”. Las excepciones no se concederán “rápidamente”, pero finalmente se concederán. (300)

Insinuando lo que luego vendrá en el párrafo 305, el párrafo 300 y su nota al pie vinculan la “integración” directamente con los sacramentos. Luego de aludir a la “innumerable diversidad de situaciones concretas” entre los divorciados “vueltos a casar” y otros viviendo en uniones “irregulares”—como si la palabra “concretas” agregara algo a la cuestión—Francisco, citando el Sínodo 2015 pero yendo más allá, aboga por un “responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que «el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos», las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas.” 

Las palabras en itálicas pertenecen únicamente a Francisco, incluyendo la temática reducción de leyes morales a “normas”. La nota al pie, citando nada más que sus propias opiniones en Evangelii Gaudium, prepara sin duda el camino para que se ofrezca la Sagrada Comunión a los adúlteros públicos considerados subjetivamente libres de culpa según el nuevo “discernimiento”:
336. Tampoco en lo referente a la disciplina sacramental, puesto que el discernimiento puede reconocer que en una situación particular no hay culpa grave. Allí se aplica lo que afirmé en otro documento: cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44.47: AAS 105 (2013), 1038.1040.
En resumen, el novedoso “discernimiento pastoral” de Francisco ignora la conducta objetiva en favor de la presunción programáticamente indulgente de que las personas viviendo en estado constante de adulterio público están subjetivamente libres de culpa por una miríada de razones que pueden encontrarse en sus situaciones “concretas”.  De acuerdo con este enfoque, sería imposible insistir con que alguien está “subjetivamente” en un estado de pecado mortal que le impide participar en cualquieraspecto de la vida eclesial sin importar su comportamiento “objetivo”. Esta idea desembocará en la apertura explícita de la Confesión y la Sagrada Comunión del párrafo 305.
(3) La ley moral reducida a “normas generales”; Santo Tomás abusado (301-302).
En el ya infame párrafo 301, Francisco entrega una declaración más revolucionaria aún: “Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”. Este ipse dixit cubre a los que conviven, a los divorciados “vueltos a casar” y presumiblemente incluso “parejas” en las “uniones del mismo sexo” que Francisco ya citó (52) como ejemplo de “la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad” aunque no puedan “equipararse sin más” al matrimonio.

Observen la frase “ya no es posible”—es decir, ahora que Francisco es Papa, pero no antes que él. Asombrosamente, a Francisco no le importa si los que viven en pecado saben que la Iglesia enseña que están pecando, enseñanza que él reduce a “norma”: “Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.” (301) Es retóricamente esencial llamar “norma” a la ley moral porque la frase “aun conociendo bien la ley moral, puede tener una gran dificultad para comprender sus valores inherentes” connota un sociópata, no un pobre y “abandonado” pecador cuyo “amor” está “herido”. 

La mente católica queda atónita ante el espectáculo de Papa que, por conveniencia retórica, reduce la ley moral a “normas” de las que uno puede ser excusado si no comprende su “valor” o si su “situación concreta” hace supuestamente imposible su cumplimiento—como si los preceptos de la ley natural fueran una serie de reglas de tráfico. San Pablo enseña infaliblemente que “Dios es fiel, y no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que aún junto a la tentación preparará la salida, para que podáis sobrellevarla (1 Cor. 10:13).” Sin embargo, Francisco no coincide aparentemente con la palabra de Dios en ese punto particular. Tampoco lo hizo Martín Lutero, cuyo lanzamiento de la “Reforma” estará celebrando Francisco el próximo año en Suecia, incluyendo una liturgia conjunta con ministros luteranos cuyas Iglesias rechazan la indisolubilidad del matrimonio, consienten la anticoncepción y el aborto, ordenan mujeres y homosexuales activos como “sacerdotes” y “obispos”, y apoyan la legalización de las “uniones del mismo sexo” a las que Francisco ha fallado constantemente en oponerse. Quizás esto sólo sea una coincidencia.

En apoyo de esta barbaridad, Francisco sostiene que Santo Tomás de Aquino enseña que “alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes, de manera que aunque posea todas las virtudes morales infusas, no manifiesta con claridad la existencia de alguna de ellas, porque el obrar exterior de esa virtud está dificultado”. Aquí Francisco tergiversa una observación de Santo Tomás, no su enseñanza, en la Summa Theologiae, la que dice que “Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes, en cuanto que experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de todas las virtudes.”

Pero citar esta observación de la Summa es una total insensatez. Las virtudes infusas, a diferencia de las adquiridas, se encuentran animadas por la caridad sobrenatural, no sólo por el hábito de actuar virtuosamente. Santo Tomás no está hablando de pecadores cuya conducta objetiva—en este caso, el adulterio, como la llamó Nuestro Señor—contradice la propia existencia de una virtud infusa, o cualquier virtud, de castidad. Al contrario, Tomás habla de santos que poseen todas las virtudes infusas, pueden ejercitarlas si bien con alguna dificultad, y no actúan habitualmente de una manera que pueda ser objetivamente pecaminosa. ¡Qué vergonzoso abuso del Doctor Angélico! Tal como observó el horrorizado P. Murray durante el panel de discusión de EWNT: “No puedo creer que un grupo de buenos Tomistas no tengan respuesta para esto.”

Avanzando en su teoría de normas de la ley moral, en el párrafo 302 Francisco cita dos secciones del nuevo Catecismo (§§ 1735 y 2352) relacionadas con factores que pueden atenuar la culpabilidad subjetiva de acciones pecaminosas particulares. Pero ese principio de teología moral aplica a actos pecaminosos individuales tales como la masturbación (§2352), no el estado constante de inmoralidad pública y el escándalo resultante sin arrepentimiento o firme propósito de enmienda

En cuanto al adulterio público en particular, las dos secciones del Catecismo que Francisco se abstiene de mencionar siquiera una vez en las 261 páginas, derriban su teoría:
‘Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.’… Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios [y] no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación… La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que a aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia. (§ 1650)

El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente… (§ 2384)
Con la evidente esperanza de anticipar o mitigar lo que él sabía iba a ser un desastre inminente, el Cardenal retirado Walter Brandmüller emitió un comunicado días antes de la publicación de Amoris Laetitia (desde entonces repetido en esenciaque, ateniéndose al Catecismo y a la enseñanza infalible de la Iglesia, declara que “quien a pesar de un lazo matrimonial existente, entra en una nueva unión civil luego del divorcio, comete adulterio” y “no puede recibir ni la absolución en Confesión ni la Eucaristía (Sagrada Comunión) si no está dispuesto a poner fin a esa situación…” Obviamente no puede haber “excepciones” para ciertos individuos porque “lo que es fundamentalmente imposible por razones de fe también es imposible en el caso individual”. El Cardenal concluye: “el documento post-sinodal, Amoris Laetitia, debe interpretarse a la luz de los principios mencionados arriba, especialmente debido a que una contradicción entre un documento papal y el Catecismo de la Iglesia Católicaes inimaginable.” 

Sin embargo, para Francisco, la contradicción es bastante imaginable. Él cree, aparentemente, que puede hacerla realidad por su propio fíat, sin la más mínima contemplación por la enseñanza contraria de sus predecesores—ciertamente, sin contemplación por la verdad misma, que el razonamiento casuístico de Amoris Laetitiadistorsionó repetidamente para poder llegar más lejos. Francisco considera suficiente que durante su propia orquestación de la farsa del Sínodo “muchos padres sinodales”—incluyendo aquellos que agregó a su favor en el proceso—sostuvieron que “en determinadas circunstancias, las personas encuentran grandes dificultades para actuar en modo diverso,” por lo tanto “el discernimiento pastoral, aun teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada de las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones. Tampoco las consecuencias de los actos realizados son necesariamente las mismas en todos los casos.” (302)

Según la teoría moral de Francisco, entonces, todo precepto moral sería una “norma general” que admite excepciones bajo circunstancias “difíciles”. La teoría está fundad nada más que en su propia opinión, en citas de sus propios documentos y homilías improvisadas, una engañosa referencia a la enseñanza de Santo Tomás, y cualquier apreciación de la ética de situación que Francisco pueda haber imbuido durante sus estudios y carrera eclesiástica.

(4) Supremacía de la consciencia individual sobre la moralidad como “norma” (303).

Luego, en el párrafo 303, Francisco decreta una nueva supremacía de la consciencia individual por sobre las “normas” de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. El Reporte Drudge vociferó este desarrollo bajo el título “La Era de la Consciencia Individual.” Cita a Francisco: “partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio.”
Aparentemente, Francisco cree seriamente que todos los Papas, santos, grandes teólogos y doctores de la Iglesia, de alguna manera pasaron por alto esta importante tarea, durante los 2.000 años previos a su llegada desde Buenos Aires.
Sin dejar lugar a dudas sobre la magnitud de su intento de dar un golpe teológico, Francisco declara incluso que una consciencia rectamente formada, que sabe lo que exige la “norma general”, puede reclamar aún la exención de la “norma” si decide “honestamente” que Dios no requiere cumplimiento total en ese momento. Créase o no, la siguiente es la opinión de un Romano Pontífice:
Ciertamente, que hay que alentar la maduración de una conciencia iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del pastor, y proponer una confianza cada vez mayor en la gracia. Pero esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo.
Parece imposible creer que un Romano Pontífice pueda promulgar un documento declarando que una consciencia rectamente formada está excusada de obedecer la ley moral que conoce, si el actor considera que “por ahora” es suficiente algo menos que la obediencia, y que Dios aprobaría este alejamiento “del ideal”. ¿Cómo puede este pasaje no ser señal de un giro apocalíptico en los acontecimientos de la Iglesia? 

(5)   Ley natural socavada; Santo Tomás abusado nuevamente (304-305).

En el párrafo 304, Francisco amplía su idea que los preceptos morales son “normas generales” no siempre aplicables a situaciones particulares: “Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano.” Esto hace eco de la aseveración del párrafo anterior, que incluso una consciencia rectamente formada puede informar al actor que “por ahora” Dios no desea que cumpla con la “norma general””—es decir, con la ley moral, que ahora se reúne con el matrimonio en una especie de reino platónico de lo “ideal”. 

Aquí Francisco comete otro abuso lamentable de la enseñanza de Santo Tomás en la Summa, citándola engañosamente fuera de contexto (como la enseñanza de Juan Pablo II en Familiaris consortio) para poder atacar la propia ley natural:
Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay… En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos… Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación. (ST, I-II, C. 94, art. 4).
Basándose en esta cita recortada, Francisco osa involucrar al Doctor Angélico para apoyar su declaración que “es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares.”

Esto es sencillamente inaceptable. Santo Tomás no discute la “formulación” de las “normas”, dado que Dios inscribe los preceptos básicos de la ley natural en la naturaleza humana como “los primeros principios de los actos humanos”.  Antes bien, él aborda el fracaso humano para sacar las conclusiones correctas de la aplicación de principios de la ley natural universalmente aplicables y siempre válidos en escenarios factualmente más complicados. Un ejemplo que da Tomas es: si los bienes dados en depósito deben ser regresados a su dueño incluso si su dueño pretende utilizarlos con un propósito inmoral. Otros ejemplos serían: qué constituye exactamente la usura o qué formas de obtención constituyen el robo. Estas aplicaciones particulares son usualmente la base de la ley escrita (como la ley contra la usura). Y si en estos casos se alcanzan las conclusiones moralmente erróneas, que Tomás describe como “unas pocas”, es sólo “debido a que algunos tienen la razón oscurecida por una pasión, por una mala costumbre o por una torcida disposición natural.” (I-II, Q. 94, Art. 4).

Por lo tanto, en contexto, cuando Santo Tomás dice sobre un principio de la ley natural que “cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación” quiere decir que falla sólo en su aplicación a cuestiones más complejas, por defectos en el razonamiento, y no que el principio mismo es de algún modo una “formulación” inadecuada que no puede cubrir la situación si se lo aplica correctamente. La falla radica en el actor, no en el principio de la ley natural subyacente. Más aún, la autoridad de enseñar en la Iglesia está encargada divinamente para rectificar dichas fallas a través de su teología moral. Francisco supone un enorme incumplimiento de esta tarea.

En cualquier caso, el precepto moral universal que prohíbe el adulterio no implica ninguna aplicación compleja en el divorcio y la nueva unión. Como se observe más arriba, el Catecismo que Francisco ignora establece sencillamente que: “el divorcio es una ofensa grave a la ley natural.” Fue Nuestro Señor quien declaró a toda la humanidad que cualquiera que abandone a su mujer y se case con otra comete adulterio. No hay “detalles” que permitan “excepciones difíciles” a esta aplicación divinamente expresada de la ley natural, obligatoria para todos los hombres. Por lo tanto tampoco puede haber “excepciones” a la disciplina sacramental de la Iglesia intrínsecamente conectada desde hace siglos, como observa el Cardenal Brandmüller. Esa disciplina está “basada en las Sagradas Escrituras” como enseña Juan Pablo II en la misma exhortación apostólica que Francisco cita engañosamente fuera de contexto. Y es el mismo Francisco el que tiene el deber divinamente impuesto para afirmar eso, en lugar de hacer de cuenta que una vida de adulterio público constante o de fornicación es del tipo de materia grave que Santo Tomás estaba considerando. 

Esta es la enésima vez que Francisco juega “a la ligera y descuidadamente” con las fuentes, desde hace tres años. Un equipo de sacerdotes diocesanos españoles ha demostrado meticulosamente que esta tendencia impregna el pontificado completo. Incluso Nicole Winfield de Associated Press se vio obligada a observar que en Amoris Laetitia Francisco está “citando selectivamente a sus predecesores” para evadir frases clave que niegan su posición: 
Mientras que Francisco cita frecuentemente a Juan Pablo, cuyo papado estuvo caracterizado por una insistencia firme de la doctrina y de la moral sexual, lo hizo selectivamente.  Francisco remite a ciertas partes del ‘Familius [sic] Consortio,’ de 1981 de Juan Pablo, el documento Vaticano que guió la vida familiar hasta el viernes, pero omite toda referencia a más divisivo párrafo 84, que prohíbe explícitamente los sacramentos para los divorciados vueltos a casar civilmente.   
Santo Tomás estaría horrorizado por el abuso que Francisco está haciendo de su enseñanza, torciéndola hacia algo que se parece más al intento confuso e incoherente de John Locke sobre una filosofía de la ley natural, que exploro en mi libro sobre el ascenso y la rápida caída de la modernidad política. Locke negaba que los preceptos de la ley natural estuvieran inscritos en el alma racional del hombre y que de manera innata lo inclinaran a actuar correctamente en ejercicio de su razón a pesar de los efectos del Pecado Original (que en esencia Locke también negaba). Y qué vemos en Amoris Laetitia sino una clase de ataque Lockeano sobre el entendimiento católico tradicional de la ley natural, como lo explica Santo Tomás.  En el párrafo 305 leemos lo siguiente:
En esta misma línea se expresó la Comisión Teológica Internacional: “la ley natural no debería ser presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal, de toma de decisión”.
En esencia, Francisco declara—contrario a la Tradición y la misma revelación divina (cf. Rom. 2:14-15)—¡que la ley natural no es ley, inscrita en la naturaleza humana e inclinando la razón hacia el bien, sino una especie de guía externa para “inspirar” nuestras decisiones “profundamente personales”! Para esta sorprendente proposición, en la nota al pie 350, Francisco cita nada más y nada menos que un documento de la Comisión Teológica Internacional, que no tiene autoridad educativa en absoluto. El documento se titula “En busca de una Ética Universal: Nueva perspectiva sobre la ley natural.”

La audacia desplegada es asombrosa. De acuerdo a la “nueva perspectiva sobre la ley natural” de Francisco, un precepto moral desobedecido se considera ahora, no sólo como “norma general” sino simplemente como un objetivo inspirador que puede no ser alcanzable “en medio de la complejidad concreta” (303) de la situación de cada individuo. En breve, una especie de ética de situación que los católicos no deben de ninguna manera aceptar como enseñanza del Magisterio. 

(6) La venenosa nota al pie; admisión de adúlteros públicos y otros pecadores sexuales habituales a los sacramentos (305-312); confirmación del Papa.

Finalmente, en el párrafo 305, nos encontramos con la dosis de veneno que todo el documento y el total “proceso sinodal” claramente planearon administrar a la Iglesia: la autorización para la admisión de adúlteros públicos, y por implicancia a cualquier tipo de pecador público habitual, a la Confesión y a la Sagrada Comunión en “ciertos casos”. Esto significa, en pocas palabras, todos los casos. Por cuanto Francisco reveló en noviembre pasado a su amigo de confianza, el militante ateo Eugenio Scalfari, en otra entrevista cuyos contenidos ni Francisco ni el Vaticano desmintieron: “Este es el resultado final, el discernimiento será confiado de facto a los confesores, y al final de caminos más rápidos o más lentos, todos los divorciados que lo soliciten serán admitidos.” 
Llegando al crescendo de estos tres años de asalto demagógico al imaginario “rigorismo” farisaico de de Iglesia, incluyendo el de Juan Pablo II, ahora Francisco anuncia: “un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas.” Citando su propia erupción de ira contra los prelados conservadores que lo enfrentaron durante el Sínodo 2015, Francisco dice que aplicar meramente las leyes morales denotaría “corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia «para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas».” Qué extraña acusación para arrojar a los mismos prelados que se opusieron al deseo irrefrenable de Francisco de un regreso neo-Mosaico a la dispensa de divorcio del Viejo Testamento, en lugar de defender la abolición perpetua hecha por Jesucristo, cuyo vicario se supone debe ser Francisco. Pero Francisco dedicó mucho de su tiempo en los últimos tres años para hacer lo que él mismo condena en los miembros de su rebaño—más que nada, burlarse públicamente y casi a diario de los católicos cumplidores a quienes considera inadecuados, mientras clama contra los que juzgan.

Francisco no quiere nada de ese “esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia,” porque “por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios”. Sí, el Romano Pontífice en verdad promulgó un documento cuya temática es el slogan de la vacía mente moderna: “Bueno, verán, no todo es blanco o negro.” No, hay muchos tonos de gris—quizás hasta cincuenta.

Y luego el resultado que los fieles han estado temiendo desde que comenzó el “camino sinodal”. Con poca fanfarria y enterrado en una nota al pie, el tren sinodal arriba a destino. El párrafo 305 declara: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado… se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia.” ¿A qué se refiere Francisco con “la ayuda de la Iglesia”? Se refiere a la Confesión y la Sagrada Comunión, como afirma la catastrófica nota 351:
En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»: Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (ibíd, 47: 1039).
La frase “premio para los perfectos” está tomada de la intervención del Cardenal Kasper con la que Francisco comenzó toda la charada del “Sínodo de la Familia”: el discurso de Kasper al consistorio de febrero 2015 en el que reveló la “propuesta Kasper”—el único discurso permitido por Francisco, que luego alabó por “hermoso y profundo.” El círculo de la manipulación se cerró cuando Francisco reveló finalmente que la “propuesta Kasper” era, desde un comienzo, su propia propuesta. 
Sin dejar dudas al respecto, el Cardenal Lorenzo (“ladrón de libros”) Baldisseri y otros subversivos modernistas que Francisco nombró para la ocasión lo dejaron en claro incluso para los observadores más obtusos, en la conferencia de prensa en la que presentaron Amoris Laetitia al público. El copresentador, el Cardenal Schönborn, siguiendo con la tergiversación sistemática de la enseñanza de Juan Pablo II sobre el “discernimiento” en Familiaris consortio 84, presentó la cuestión de esta manera en su discurso introductorio:
Francisco vuelve a recordar la necesidad de discernir bien las situaciones siguiendo la línea de la Familiaris consortio de San Juan Pablo II (84) (AL 298). “El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios” (AL 305)….
En el sentido de esta “vía caritatis” (AL 306), el Papa afirma, de manera humilde y simple, en una nota (351), que se puede dar también la ayuda de los sacramentos en caso de situaciones “irregulares”. Pero a este propósito él no nos ofrece una casuística de recetas, sino que simplemente nos recuerda dos de sus frases famosas: “a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de tortura, sino el lugar de la  misericordia del Señor” (EG 44) y la Eucaristía “no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (EG 44)…
Entonces, el confesionario es una “sala de tortura” a menos que algunos—en última instancia todos—adúlteros públicos no arrepentidos sean eventualmente admitidos sin arrepentimiento, evitando todo compromiso de enmendar sus vidas, y se retiren con una declaración de absolución por el pecado mortal constante que continuarán cometiendo porque su “fragilidad” está siendo ahora “integrada”. De otra manera, todo sería “blanco o negro”. 

¿Puede ser real? Ciertamente lo es. Y ahora sabemos, gracias al mismo Francisco, qué tan real es. Durante la conferencia de prensa en su vuelo de regreso del viaje a Grecia, Francisco fue cuestionado sobre si, contrario a los que dicen que nada ha cambiado, Amoris Laetitia autoriza “para los divorciados que se han vuelto a casar….nuevas posibilidades concretas que no existían antes de la publicación de la exhortación.” Enfatizando la respuesta con un gesto de la mano y un asentimiento con la cabeza, respondió: “Podría decir que , y punto.” (“Io posso dire sì. Punto.”) También recomendó a todos que lean la presentación de Schönborn en la que “encontrará usted la respuesta a su pregunta.” Y la respuesta de Schönborn es: “el Papa afirma, de manera humilde y simple, en una nota (351), que se puede dar también la ayuda de los sacramentos en caso de situaciones “irregulares”.” Así que Francisco recomendó al reportero consultar al Cardenal Schönborn en relación a lo que Francisco afirma en su propio documento—evasivas y pases de pelota que uno esperaría de un político, no del Papa.

Sin embargo, en respuesta a la pregunta siguiente, específicamente sobre la nota al pie 351, Francisco respondió: “No me recuerdo esa nota.” Esa es una sorprendente pérdida de memoria respecto a un elemento crucial del documento en el cual todo el mundo católico se está enfocando y que Schönborn mencionó específicamente en la presentación que Francisco recomendó a todos leer para encontrar “la respuesta” a la pregunta sobre la Sagrada Comunión para los adúlteros públicos. Luego procede a evadir la pregunta sugiriendo que los medios de comunicación están demasiado preocupados por ello cuando “los verdaderos problemas” son el declive en el número de matrimonies, los padres con dos trabajos sin tiempo para sus hijos, los jóvenes que no se casan, etc. Es imposible evitar concluir que se trata de una maniobra puramente engañosa: Francisco dice sí, pero de una manera que deja un mínimo espacio para la duda. Sin embargo, mientras tanto,  lo es y todos están procediendo en consecuencia. 

Consideren la catástrofe moral que Francisco acaba de desatar: un adúltero público en un segundo “matrimonio” es admitido a la Sagrada Comunión como parte del proceso de “discernimiento” que le permite la “integración” mientras avanza “gradualmente” hacia la aceptación de la enseñanza de la Iglesia que quizás nunca acepte. Sin embargo, una vez que el sacerdote que conduce su “discernimiento” le haga tomar consciencia de que la Iglesia enseña que su condición constituye adulterio—¡como si no lo hubiera sabido antes!—¿cómo puede continuar declarando que ignora inocentemente la ley moral? Por supuesto que no puede. Pero como vimos arriba, Francisco tiene la respuesta: un sujeto, aún conociendo bien la norma ahora, a través del “discernimiento” pastoral, será excusado de cumplirla porque encuentra grandes dificultades “para actuar de modo diverso” (302) por culpa de “factores atenuantes”. (301-302) 

Esta lógica conduce de hecho a la eliminación del pecado mortal como impedimento para la Sagrada Comunión de parte de cualquiera y de todos los pecadores habitualesque encuentran “difícil” cambiar su comportamiento. En cuyo caso, se pregunta el P. Schall, ¿por qué necesitaría alguien confesarse? “Si dicha conclusión es correcta,” escribe, “realmente no se necesita la misericordia, dado que no tiene sentido fuera del pecado actual y su libre reconocimiento… Por lo tanto, no hay una urgente necesidad de preocuparse demasiado por estas situaciones.” 
Entonces, ahí lo tenemos: Francisco aboga por un nuevo régimen sin precedentes, de “discernimiento pastoral” que de un modo extraño supone falta de culpabilidad subjetiva ante una conducta objetiva endémica constituida por pecado mortal público y habitual, reducido ahora de golpe a mera “irregularidad”. En un par de estratégicas notas al pie de página se recomiendan la absolución sacramental y la Sagrada Eucaristía para “integrar” y “ayudar” a estos pecadores mortales objetivos sin previa enmienda de vida—pero sólo en “ciertos casos”, como si eso constituyera un verdadero límite.  
Por otro lado, como el nuevo “discernimiento” es supuestamente discrecional, por sacerdotes locales actuando bajo la autoridad de los obispos locales, los resultados variarán de parroquia a parroquia, región a región, y nación a nación. Recordando el análisis de Robert Royal: “En términos concretos, lo que se avecina alrededor del mundo es caos y conflicto, no catolicismo.”

Con exquisita ironía, Sandro Magister resume toda la farsa de esta época y el enorme insulto que representa a los fieles que obedecieron la enseñanza de la Iglesia durante sus vidas:
El capítulo ocho de la exhortación “Amoris Lætitia”, que concierne a los divorciados que se han vuelto a casar y similares, es el que más asombra.
Es una inundación de misericordia. Pero es también un triunfo de la casuística, aunque haya sido tan vituperada verbalmente. Con la sensación, una vez se ha acabado de leerlo, de que se disculpa cualquier pecado, pues son muchos los atenuantes; por lo tanto, ése desaparece, dejando espacio a praderas de gracia también en el ámbito de “irregularidades” objetivamente graves. No hace falta decir que se admite el acceso a la eucaristía; no es ni siquiera necesario que el Papa lo proclame desde los tejados. Bastan un par de notas alusivas a pie de página. 

¿Y qué pasa con todas aquellas personas que hasta ahora han obedecido a la Iglesia y se han reconocido en la sabiduría de su Magisterio? ¿Y con esos divorciados que se han vuelto a casar y que con tan buena voluntad y humildad, durante años y decenios no han comulgado pero han rezado, ido a misa, educado cristianamente a sus hijos, hecho obras de caridad, aunque en una unión distinta a la sacramental? ¿Y con los que han aceptado vivir con el nuevo cónyuge “como hermano y hermana” y no en contradicción con el precedente matrimonio indisoluble, pudiendo así acceder a la eucaristía? ¿Qué pasa con todos ellos, después del “libre para todos” que muchos han leído en la “Amoris lætitia”?
Sin embargo, como veremos más abajo, Francisco aparentemente cree que puede limitar su amnistía eclesial para el pecado mortal a los pecados del tipo sexual, haciendo de esta “exhortación apostólica” un desarrollo más extraño aún. 
Algunos de los primeros defensores neocatólicos de la escena del desastre argumentaron de manera desesperada que la nota 351 (ignorando la 336) sólo implica que la gente viviendo en pecado puede ir a Confesión, ser absuelta, y recibir la Comunión siempre y cuando tenga un firme propósito de vivir en castidad. Pero esta vez ni el usualmente infatigable Jimmy Akin tuvo ganas de esforzarse por negar lo obvio. Simplemente admitió la verdad—al menos en parte. En respuesta a la pregunta “¿Contempla el documento alguna posibilidad para absolver sacramentalmente y dar la Comunión a personas que se han vuelto a casar civilmente si no están viviendo como hermanos?” Akin escribió:
Lo hace…. El documento concibe administrar la absolución sacramental y sagrada [sic] Comunión a aquellos viviendo en situaciones objetivamente pecaminosas que no son culpables mortalmente por sus acciones debido a varias circunstancias cognitivas o psicológicas.  Debido a que no son mortalmente culpables, podrían ser absueltos válidamente en Confesión y estando en estado de gracia podrían en principio recibir la Comunión. Nada de esto es nuevo.
¿Nada de esto es nuevo? Akin ciertamente sabe más que eso. Él sabe que Francisco acaba de derrocar—o más bien trató de derrocar, dado que este documento no puede obligar a la Iglesia—la enseñanza de Benedicto XVI, Juan Pablo II, la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Catecismo de la Iglesia Católica, el Código de Derecho Canónico y toda la Tradición sobre la imposibilidad de los adúlteros públicos de ser admitidos a los sacramentos debido a su estado objetivo de vida. Y sin embargo Akin hace de cuenta alegremente que nada de esto ha ocurrido.

Pero peor aún, Akin se une a Francisco en pronunciar la eliminación concreta del pecado mortal como impedimento para la Sagrada Comunión, porque ¿qué pecador mortal no declararía estar subjetivamente libre de culpa, basándose en “varias circunstancias cognitivas o psicológicas”? lo cual (citando el párrafo 302) hace difícil “actuar en modo diverso”…Y si algunos pecadores mortales habituales son autorizados a recibir los sacramentos bajo ese criterio nebuloso, ¿sobre qué bases, además de una “discreción pastoral” puramente arbitraria, podrían los sacerdotes negar los sacramentos a cualquiera, sin importar su pecado “objetivo”? Las puertas están abiertas para el sacrilegio masivo.
 Aquí vemos la confirmación más dramática vista hasta ahora, de lo que nuestro periódico viene afirmando desde hace tiempo: para poder mantener su posición y un mínimo de prestigio, no hay nada que ciertos líderes de opinión neocatólicos no estén dispuestos a tragar en defensa del expansivo régimen de novedades postconciliar. 
Más aún, admitir que Amoris Laetitia es verdaderamente un “documento subversivo”, como lo llamó Philip Lawler, sería admitir toda la crítica tradicionalista del régimen al que ellos mismos pertenecen, siendo este documento el punto más bajo hasta ahora en una trayectoria descendente continua que los escritos tradicionalistas han rastreado y a la que se han opuesto correctamente durante décadas, mientras que la dirigencia neocatólica no hizo más que aplaudir la última novedad. Habiendo estado equivocados por tanto tiempo, prefieren hundirse con el barco, que no debe ser confundido con la barca insumergible de Pedro. Su embarcación es un barco fantasma que salió de la niebla del Vaticano II y desaparecerá inevitablemente bajo las olas de la historia como la cosa efímera que es. ¡Pero cuántas calamidades debe soportar la Iglesia hasta entonces!
Misión cumplida, Francisco concluye el Capítulo 8 con los mismos trucos retóricos que utilizó incesantemente durante los últimos tres años: caricatura, demagogia, y citas propias:
Es verdad que a veces “nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.” (310)

Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real. (311)

Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados. (312)
Las preguntas abundan: ¿La Iglesia no era la casa del Padre, donde todos eran bienvenidos antes que Francisco fuera Papa? ¿Cuáles son exactamente esas “tantas condiciones a la misericordia” que roban su sentido y significación? ¿Qué es una “fría moral de escritorio” en oposición a un permisivo moral?  ¿Qué distingue los asuntos morales “más delicados” de los meramente delicados? ¿Sólo la sexualidad?  
Pero por supuesto que no habrá respuestas.

(7) Una Amnistía Selectiva para los Pecados de la Carne

El análisis anterior demostró que nos enfrentamos con una debacle pontificia sin precedentes. Citando nada más que sus propias afirmaciones anteriores, tergiversando fuentes sin pudor, y utilizando declaraciones de un Sínodo que él mismo controló firmemente y que llenó de modernistas progresistas elegidos a dedo, ignorando la enseñanza contraria de sus dos predecesores inmediatos que están en harmonía con toda la Tradición, Francisco intenta introducir ahora una versión atenuada de la ética de situación como práctica pastoral de la Iglesia universal.  

Recordando lo que el Prof. Echeverría observa en el Catholic World Report: “Entonces, con el debido respeto a Francisco, creo que él sí está insinuando el apoyo a la “gradualidad de la ley” y por lo tanto,  por implicancia, abre la puerta a la “ética de situación”.” ¡Es más que eso! Francisco abre la puerta de par en par, entra, se sienta como en casa, y sugiere a todos los sacerdotes de la Iglesia que lo acompañen en la construcción de un nuevo orden moral para la Iglesia. El sello distintivo de la herética teología moral alemana, ejemplificada por el favorito de Francisco, el Cardenal Kasper, equivale a una amnistía de hecho para la inmoralidad sexual. 

PERO OBSERVEN BIEN: No hay nada en Amoris Laetitia que indique que Francisco podría extender su amnistía para pecadores sexuales a otros tipos de pecadores que nunca deja de acusar, como los mafiosos, traficantes de armas, avaros capitalistas, contaminadores del medioambiente, opositores a la inmigración descontrolada, simpatizantes de la pena de muerte, y no nos olvidemos de los católicos “rigoristas” que se oponen a su idea de “misericordia”. ¿Les diría Francisco a los sacerdotes, por ejemplo, que debido a “varias circunstancias cognitivas o psicológicas” que dificultan el “actuar en modo diverso”, los millonarios avaros, ricos traficantes de armas o católicos “rigoristas” están subjetivamente libres de culpa y no puede esperarse que cambien sus formas para estar en conformidad con el “ideal”?  La pregunta se responde a sí misma.

Antonio Socci, tal como hizo frecuentemente durante las tempestades provocadas por lo que él denominó hace tiempo  “Bergoglianismo”, expone el corazón de esta cuestión:
Esta “revolución” se lleva a cabo mediante la cancelación de la noción de “pecado mortal”… En compensación, Bergoglio introduce nuevos pecados graves. Los de los llamados “rigoristas”, culpables de recordar la ley de Dios, pero, sobre todo, aquellas [personas] que no comparten sus ideas políticas sobre cuestiones sociales. 
Entonces este funesto asunto de años se reduce a una “amnistía” extendida únicamente para los pecados de la carne. Pero, tal como advirtió Nuestra Señora de Fátimaestos son los pecados que llevan más almas al infierno que cualquier otra razón. Recordemos que la Hermana Lucía de Fátima advirtió al Cardenal Caffarra, uno de los principales opositores de la propuesta de Kasper, que “la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de la familia.” ¿Sabría ella que un Papa estaría liderando las fuerzas enemigas?
PARTE III.
Conclusión: Evaluación del Daño
¿Qué pasará con la Iglesia después de Amoris Laetitia? Primero podemos agradecer a Dios que—por la Providencia—el enfoque elegido por Francisco permite desechar el documento en su totalidad como no más que una opinión personal que él no impone (y no puede imponer) a la Iglesia, como observa el Cardenal Burke. Por ejemplo:
Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad… (308)
Francisco puede “creer sinceramente” que “Jesucristo quiere” un cuidado pastoral que sí deja lugar a confusiones, pero no hay lugar para confusiones en la declaración divina: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio.” No tenemos la obligación de considerar como auténtica enseñanza del Magisterio, o incluso como pensamiento racional, la afirmación de Francisco que “Jesucristo quiere” que él “integre la fragilidad” a la Iglesia por primera vez en 2.000 años.

Pero incluso si suponemos que este documento es una aparente acta del Magisterio, realmente no puede serlo. Así como Dios no puede contradecirse a sí mismo, el Magisterio no puede contradecirse a sí mismo. Dado que el Magisterio posee la enseñanza de la Iglesia; presenta lo que la Iglesia enseña, que no está determinado por la última aseveración del Papa actual. Por lo tanto, todo lo que contradiga la enseñanza previa e inmutable de la Iglesia no puede pertenecer al Magisterio, sin importar qué apariencia se le haya dado. Antes bien, constituiría un error, que es posible con cualquier ejercicio del Magisterio “ordinario” que incluye las novedades. De otra manera, tendríamos que decir que todo pronunciamiento papal, sin importar las novedades que contenga, es infalible. Tampoco podemos confiar en la afirmacióntraidora del Cardenal Schönborn, el clásico doble discurso modernista como “hay auténticas novedades pero no una ruptura.” Auténticas novedades en la teología moral de la Iglesia y en sus dos mil años de aplicación a adúlteros públicos y fornicadores son rupturas por definición. 
Amoris Laetitia presenta claramente una ruptura en al menos dos aspectos: Primero, pretende cambiar no una mera ley eclesial positiva sino la disciplina eucarística inmutable enraizada en la ley divina y conectada intrínsecamente con la integridad de la verdad revelada, relacionada tanto con la Presencia Real como con la indisolubilidad del matrimonio sacramental. Segundo, intenta introducir en la teología moral católica, una forma totalmente inadmisible de ética de situación que el Magisterio siempre condenó. Tampoco puede argumentarse que los fieles no tienen capacidad para reconocer estas contradicciones y deben suponer ciegamente que de alguna manera no existen. Esta es la Iglesia Católica, cuyo depósito de fe es conocible objetivamente, no una secta gnóstica liderada por el Oráculo de Roma que anuncia lo que “Jesucristo quiere hoy”. 
Esto significa que los sacerdotes y prelados que aún “prefieren una pastoral más rígida”, es decir la pastoral inmutable de dos mil años de Iglesia que incluso la Iglesia afirmó por medio de dos predecesores de Francisco, no hay nada en Amoris Laetitia que pueda obligarlos a hacer lo contrario. Por lo tanto los “normalistas” podrán decir, como siempre hacen, “nada ha cambiado realmente”.
Ojalá fuera así de simple. Paradójicamente, si bien es totalmente cierto, todo ha cambiado.
Como exulta el Cardenal Kasper, el documento “no cambia la doctrina ni el derecho canónico – pero cambia todo.” Amoris Laetitia cambia todo, vaciando la doctrina al autorizar una “práctica pastoral” que contradice la doctrina mientras la deja intacta como proposición escrita, reduciéndola a un mero “ideal”, junto con la propia ley natural sobre el matrimonio. 

El régimen de la novedad post-Vaticano II quizás alcance aquí el mayor y último avance en su larga marcha destructiva por la Iglesia. Los hombres de Francisco ya están corriendo frenéticamente con el documento, luciéndolo triunfantemente como autoridad nueva y revolucionaria del propio Papa, para utilizarla en lo que Phil Lawler teme: “una aceleración de la poderosa tendencia a desechar la enseñanza inmutable de la Iglesia”. Nos dirán, como ya lo está haciendo el Cardenal Schönborn, que Amoris Laetitia es “un desarrollo orgánico de la doctrina”—¡tergiversando citas y notas a pie incluidas! Un “desarrollo orgánico” en el que Francisco contradice al mismo Papa que él canonizó, cuya verdadera enseñanza ocultó en una tergiversación crítica de lo que Juan Pablo II llamó “discernimiento” pastoral. 

Así sucede con La Gran Fachada de novedades no vinculantes que plagaron la Iglesia por casi cincuenta años. El “proceso constante de deterioro” que el Cardenal Ratzinger lamentó y que, como Papa, detuvo sólo por un tiempo, penetrará más amplia y profundamente que antes, acelerado por el agregado largo como un libro cuyos aspectos novedosos sólo tienen el peso de la opinión y que sin embargo causarán un incalculable daño a la comunidad eclesial. 

Por lo tanto, acelere Cardinal Burke, que a pesar de su carácter no vinculante, la promulgación de Amoris Laetitia confirma todas las expresiones de alarma de la solicitud de The Remnant de diciembre pasado, que imploraba a Francisco que cambie de rumbo o considere renunciar al papado tal como prometió hacer en caso de estar incapacitado para el cargo:
Usted declara que esta “revolución de la ternura” tendrá lugar durante su Jubileo de la Misericordia… El motivo señalado para la “revolución de la ternura” es que, según usted, “la Iglesia misma a veces sigue una línea dura, cae en la tentación de seguir una línea dura, en la tentación de poner énfasis sólo las reglas morales, mucha gente es excluida”….

Los católicos saben que una verdadera revolución de ternura ocurre en cada alma que pasa por el Bautismo o que, correspondiendo a la gracia del arrepentimiento, entra al confesionario con el firme propósito de hacer enmienda y con un corazón contrito, se libra del peso del pecado, [y] recibe la absolución por un sacerdote ejerciendo in persona Christi… La Iglesia Católica siempre ha sido una fuente inagotable de divina misericordia por medio de sus Sacramentos. ¿Qué es lo que su propuesta “revolución” le puede agregar a lo que Cristo ya ha provisto en Su Iglesia? ¿Puede usted declarar la amnistía al pecado mortal?
Ahora, en tanto que usted condena la “línea dura” de la Iglesia sobre “las reglas morales” y proclama una “revolución de ternura”, nos vemos encarados ante la inminente amenaza de inauditos “gestos” de “misericordia”… Entre estos gestos al parecer podría estar una exhortación apostólica post-sinodal autorizando la admisión a la Santa Comunión de los públicamente adúlteros, de acuerdo con el juicio individual de los obispos o conferencias episcopales… 
Se tiene la sensación de un giro casi apocalíptico de los acontecimientos en la historia de la Iglesia.
Todo católico que se precie tiene el deber de resistir este intento de derrocamiento del Magisterio inmutable por parte de un Papa descarriado que claramente no tiene respeto por la enseñanza de sus propios predecesores—habiendo tergiversado la enseñanza contraria y crucial de uno de ellos, junto con otras fuentes—y que se rebaja a la demagogia apelando a una “misericordia” que sería la peor clase de crueldad espiritual. Es impensable que los líderes de la Iglesia, nada menos que con un programa pastoral, pongan a las almas en riesgo de condenación al dejarlas permanecer en la condición que las amenaza, fomentando incluso que agraven su pecado con una participación sacrílega en la Sagrada Comunión mientras consideran si cesarán o continuarán en adulterio o fornicación.

Este es un desquicio nunca antes visto en la historia de la Iglesia. ¿Y dónde están los miembros de la jerarquía para conducirnos en medio de esta locura? Tal como ocurría en el tiempo de la crisis Arriana, cuando San Atanasio estaba casi solo defendiendo públicamente la fe entre los jerarcas, así será hoy: los prelados que se mantengan firmes y se nieguen a despreciar la enseñanza de su propia Iglesia serán muy pocos en número, quizás tan pocos que puedan ser contados con los dedos de una mano. Es apropiado entonces, concluir este ensayo con las palabras de un prelado que puede llegar a estar entre esos pocos, el acertadamente nombrado Athanasius Schneider, quien dijo incluso antes que esta catastrófica amenaza se volviera realidad: 
“Non possumus!” Yo no aceptaré un discurso ofuscado ni una puerta falsa, hábilmente ocultada para la profanación del sacramento del Matrimonio y de la Eucaristía. Del mismo modo, no voy a aceptar una burla al sexto mandamiento de Dios. Prefiero ser ridiculizado y perseguido en lugar de aceptar textos ambiguos y métodos insinceros. Prefiero la cristalina “imagen de Cristo, la Verdad, en lugar de la imagen del zorro adornado con piedras preciosas” (San Ireneo), porque “yo sé a quién he creído”, “Scio, Cui credidi!” (II Timoteo 1: 12 ).