Los sueños de san Juan Bosco


LOS REBAÑOS
SUEÑO 60.—AÑO DE 1867.


El domingo de la Santísima Trinidad, 16 de junio, en cuya festividad, hacía veintisiete años, había celebrado [San] Juan Don Bosco su primera Misa, los jóvenes esperaban con impaciencia que les contara un sueño, según les había prometido el día 13 del mismo mes.

Su ardiente deseo era buscar el bien espiritual de su rebaño 

En sus oraciones pedía al cielo el conocimiento exacto de sus ovejas; la gracia de vigilar atentamente; de asegurar la custodia del redil aún después de su muerte y de proveerle de fácil alimento material y espiritual. [San] Juan Don Bosco, pues, después de las oraciones de la noche, habló así:

«En una de las últimas noches del mes de María, el 29 o el 30 de mayo, estando en la cama y no pudiendo dormir, pensaba en mis queridos jóvenes y me decía a mi mismo: —¡Oh si pudiese soñar algo que les sirviese de provecho!

Después de reflexionar durante un rato añadí: —¡Sí! Ahora quiero soñar algo para contarlo a mis jóvenes.

Y he aquí que me quedé dormido.


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Apenas el sueño se apoderó de mí, me pareció encontrarme en una inmensa llanura cubierta de un número extraordinario de ovejas de gran tamaño, las cuales, divididas en rebaños, pacían en los extensos prados que se ofrecían ante mi vista. Quise acercarme a ellas y se me ocurrió buscar al pastor, causándome gran maravilla que pudiese haber en el mundo quien pudiera poseer un tan crecido número de animales de aquella especie. Después de breves indagaciones me encontré ante un pastor apoyado en su cayado. Inmediatamente comencé a preguntarle: —¿De quién es este rebaño tan numeroso?

El pastor no me contestó.

Volví a repetir la pregunta y entonces me dijo: —¿Y a ti qué te interesa? —¿Por qué —repliqué— me contesta de esa manera? —Pues bien —dijo el pastor— este rebaño es de su dueño. —¿De su dueño? Eso ya me lo suponía— dije para mí. Y continué en alta voz: —¿Y quién es el dueño? —No te preocupes —me dijo— ya lo sabrás.

Después, recorriendo en su compañía aquel valle, comencé a ver el rebaño y la región en que nos encontrábamos.

Algunas zonas estaban cubiertas de rica vegetación; numerosos árboles extendían sus ramas proporcionando agradable sombra, y una hierba fresquísima servía de alimento a gran número de ovejas de hermosa y lucida presencia.

En otros parajes la llanura era estéril, arenosa, llena de piedras, recubierta de espinos desprovistos de hojas y de cardos amarillentos; no había en toda ella ni un hilo de hierba fresca; a pesar de ello, también allí había numerosas ovejas paciendo, pero su aspecto era miserable.

Hice algunas preguntas a mi guía referentes aeste rebaño, pero él, sin contestarme a ninguna, dijo: —Tú no estás destinado a cuidarlas. En éstas no debes pensar. Te voy a llevar a que veas el rebaño que te ha sido reservado. —Pero ¿tú quién eres? —Soy el dueño; ven conmigo; vamos hacia aquella parte y verás.

Y me condujo a otro lugar de la llanura donde había millares y millares de corderillos. Tan numerosos eran, que no se podían contar y estaban tan flacos que apenas si se podían sostener en pie.

El prado en que estaban era seco, árido y arenoso, no descubriéndose en él ni un hilo de hierba fresca, ni un arroyuelo, sino nada más que algunos cardos secos y bastante matorrales escuálidos. Todo el pasto había sido destruido por los mismos corderos.

A primera vista se podía deducir que aquellos pobres animales, que estaban además cubiertos de llagas, habían sufrido mucho y continuaban sufriendo. ¡Cosa extraña! Cada uno tenía dos cuernos largos y gruesos que le salían de la frente, como si fuesen borregos viejos y en la punta de cada cuerno tenían un apéndice en forma de ese. Contemplé maravillado aquella rara particularidad, causándome gran inquietud el no saberme explicar por qué aquellos animales tenían los cuernos tan largos y tan gruesos y la causa de que hubiesen agotado tan pronto la hierba del prado. —Pero ¿cómo puede ser esto? —dije al pastor—. ¿Unos corderos tan pequeños y ya tienen unos cuernos tan grandes? —Mira bien —me dijo—, observa atentamente.

Y al hacerlo pude comprobar que aquellos animales tenían grabado el número tres en todas las partes del cuerpo: en el dorso, en la cabeza, en el hocico, en las orejas, en la nariz, en las patas, en las pezuñas. —¿Qué quiere decir esto?—pregunté a mi guía—. A la verdad que no entiendo nada. —¿Cómo? ¿Qué no comprendes nada? —me replicó el pastor—. Escucha, pues, y todo lo comprenderás: Esta extensa llanura es figura del mundo. Los lugares cubiertos de hierba significan la palabra de Dios y la gracia. Los parajes estériles y áridos, aquellos sitios en los cuales no se escucha la palabra divina, en los que sólo se procura agradar al mundo. Las ovejas son los hombres hechos y derechos; los corderos, los jovencitos, para atender a los cuales ha mandado Dios a [San] Juan Don Bosco. Este rincón de la llanura que contemplas, representa el Oratorio y los corderos en él reunidos, tus hijos. Este lugar tan árido es símbolo del estado de pecado. Los cuernos son imagen de la deshonra. La letra S quiere decir el escándalo. Los escandalosos, por la fuerza del mal, marchan a su perdición. Entre los corderos observarás algunos que tienen los cuernos rotos; fueron escandalosos, pero después cesaron en sus escándalos. El número tres quiere decir que soportan la pena de su culpa; esto es, que tendrán que sufrir tres grandes carestías: una carestía espiritual, otra moral y otra material.

1º La carestía de los auxilios espirituales; pediránestos auxilios y no los tendrán. 2º La carestía de la palabra de Dios. 3º La carestía del pan material.

El que los corderos hayan agotado toda la hierba quiere decir que no les queda más que el deshonor y el número tres, o sea, las carestías. Este espectáculo significa también los sufrimientos que padecen actualmente muchos jóvenes en medio del mundo. En el Oratorio, en cambio, incluso los que son indignos de ello, no carecen del pan material.

Mientras yo escuchaba y observaba todas aquellas cosas con verdadera perplejidad, he aquí que pude contemplar algo no menos maravilloso que cuanto había visto hasta entonces. Vi que de pronto todos aquellos corderos cambiaban de aspecto.

Levantándose sobre las patas posteriores adquirían una estatura elevada y las formas de otros tantos jóvenes.

Yo me acerqué para comprobar si conocía a alguno. Eran todos muchachos del Oratorio. A muchísimos no los había visto nunca, pero todos aseguraban que pertenecían a nuestro Oratorio. Y entre los que eran desconocidos para mí había algunos que están actualmente aquí, entre los que me escuchan. Son los que no se presentan nunca a [San] Juan Don Bosco; los que no acuden a pedirle un consejo; los que, por el contrario, huyen de él; en una palabra: los jóvenes a los cuales [San] Juan Don Bosco aún no conoce...

Pero la inmensa mayoría de los desconocidos estaba integrada por los que no están ni han estado en el Oratorio.

Mientras observaba con pena aquella multitud, el que me acompañaba me tomó de la mano y me dijo:

—Ven conmigo y verás otras cosas.

Y así diciendo me condujo a un extremo apartado del valle rodeado de pequeñas colinas y cercado de un vallado de plantas esbeltas, en el cual había un gran prado cubierto de verdor, lo más riente que imaginarse puede y embalsamado por multitud dé plantas aromáticas, esmaltado de flores silvestres y en el que, además, se descubrían frondosos bosquecillos y corrientes de agua limpísimas. En él me encontré con una gran multitud de hijos, todos alegres, dedicados a formar un hermosísimo vestido con flores del prado.

—Al menos, tienes a estos que te proporcionan grandes consuelos. —¿Quiénes son?—, pregunté. —Son los que están en gracia de Dios. —¡Ah! Les puedo asegurar que jamás vi criaturas tan bellas y resplandecientes y que nunca habría podido imaginar tanta hermosura. Sería imposible que me pusiese a describirlo, pues sería echar a perder lo que no se puede imaginar si no se le ve.

Pero me estaba reservado un espectáculo aún más sorprendente. Mientras estaba yo contemplando con inmenso placer a aquellos jóvenes, entre los que había muchos a los cuales no conocía, el guía me dijo: —Ven, ven conmigo y te haré ver algo que te proporcionará una alegría y un consuelo aún mayor.

Y me condujo a otro prado todo esmaltado de flores más bellas y olorosas que las que había visto anteriormente. Parecía un jardín real. En él pude ver un número menor de jóvenes que en el prado anterior, pero de una tan extraordinaria belleza y de un esplendor tal que anulaban por completo a los que había contemplado poco antes. Algunos de éstos están en el Oratorio, otros lo estarán con el tiempo.

Entonces el pastor me dijo: —Estos son los que conservan la bella azucena de la pureza. Estos están revestidos aún con la estola de la inocencia.

Yo contemplaba estático aquel espectáculo. Casi todos llevaban en la cabeza una corona de flores de una belleza indescriptible. Dichas flores estaban compuestas por otras flores pequeñísimas de una gallardía sorprendente y sus colores eran tan vivos y tan variados que encantaban al que las miraba. Había más de mil colores en una sola flor y en cada flor se veían más de mil flores.

Hasta los pies de aquellos jóvenes descendía una vestidura de fascinante blancura, toda entretejida de guirnaldas de flores, semejantes a las que formaban las coronas.

La luz encantadora que partía de las flores iluminaba toda la persona haciendo reflejar en ella la propia belleza.

Las flores se reflejaban también las unas en las otras y las de las coronas en las que formaban las guirnaldas reverberando cada una los rayos emitidos por las otras. Un rayo de un color al encontrarse con otro de otro color daba origen a nuevos rayos, diversos entre sí y, por consiguiente, cada nuevo rayo producía otros distintos, de manera que yo jamás habría creído que en el Paraíso hubiese un espectáculo tan múltiple y encantador. Pero esto no es todo. Los rayos de las flores y de las coronas de unos jóvenes se espejaban en las flores y en los de las coronas de todos los demás; lo mismo sucedía con las guirnaldas y con las vestiduras de cada uno. Además, el resplandor del rostro de un joven al expandirse, se fundía con el resplandor del rostro de los compañeros y al reflejarse sobre aquellas facciones angelicales e inocentes producían tanta luz que deslumbraba la vista e impedía fijar los ojos en ellas.

Y así, en uno solo, se concentraban las belleza de todos los compañeros de una forma tan armónica e inefable que sería imposible el describirlo. Era la gloria accidental de los santos. No hay imagen humana capaz de dar una idea aunque pálida de la belleza que adquiría cada uno de aquellos jóvenes, en medio de un tan inmenso océano de esplendor.

Entre ellos pude ver a algunos que están actualmente en el Oratorio y estoy seguro de que si pudiesen apreciar aunque sólo fuese la décima parte de la hermosura de que los vi revestidos, estarían dispuestos a sufrir el tormento del fuego, a dejarse descuartizar, a afrontar el más cruel de los martirios, antes que perderla.

Apenas pude reaccionar un poco después de haber contemplado semejante espectáculo, me volví a mi guía y le dije: —Pero ¿en tan crecido número de jóvenes, son tan pocos los inocentes? ¿Tan contados son los que nunca han perdido la gracia de Dios?

El pastor respondió: —¿Cómo? ¿Te parece pequeño su número? Por otra parte, ten presente que los que han tenido la desgracia de perder el hermoso lirio de la pureza, y, por tanto, la inocencia, pueden seguir a sus compañeros por el camino de la penitencia. ¿Ves allá? En aquel prado hay muchas flores, con ellas pueden tejer una corona y una vestidura hermosísima y seguir también a los inocentes en la gloria.

—Dime algo más que yo pueda comunicar a mis jóvenes— añadí entonces. —Insísteles y diles que si supiesen cuan bella y preciosa es a los ojos de Dios la inocencia y la pureza, estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio para conservarla. Diles que se animen a cultivar esta bella virtud, la cual supera a las demás en hermosura y esplendor. Por algo los castos son los que crescunt tanquam lilia in conspectu Domini.

Yo quise entonces introducirme en medio de aquellos mis queridos hijos tan bellamente coronados, pero tropecé al marchar y me desperté encontrándome en la cama.


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Hijos míos: ¿son todos inocentes? Tal vez entre vosotros hay algunos que lo son y a ellos van dirigidas estas mis palabras de una manera especial. Por caridad: no pierdan un tesoro de un tan inestimable valor. ¡La inocencia es algo que vale tanto como el Paraíso. ¡Si hubieran podido admirar la belleza de aquellos jovencitos recubiertos de flores! El conjunto de aquel espectáculo era tal, que yo habría dado cualquier cosa por seguir gozando de él, y si fuese pintor, consideraría como una gracia extraordinaria el poder plasmar en el lienzo, de alguna manera, lo que vi.

Si conocieran la belleza de un inocente, les someterían a las pruebas más penosas, incluso a la misma muerte, con tal de conservar el tesoro de la inocencia.

El número de ¡os que habían recuperado la gracia, aunque me produjo un gran consuelo, creí, con todo, que sería mayor. También me maravillé de ver a algunos que aquí parecen buenos jóvenes y en el sueño tenían unos cuernos muy grandes y muy gruesos.

[San] Juan Don Bosco terminó haciendo una cálida exhortación a los que habían perdido la inocencia para que se empeñasen voluntariosamente en recuperar la gracia por medio de la frecuencia de los Sacramentos.

Dos días después, el 18 de junio, el [Santo] subía a su tribuna y daba algunas nuevas explicaciones del sueño.

«No sería necesario —dijo— explicación alguna respecto al sueño, pero volveré a repetir lo que ya ¡es dije.

La gran llanura es el mundo, y los distintos parajes, el estado a que es llamado cada uno de nuestros jóvenes. El rincón donde estaban los corderos es el Oratorio. Los corderos son todos ¡os jóvenes que estuvieron, están y estarán en el Oratorio. Los tres prados de esta zona, el árido, el verde y el florido, indican los estados de pecado, de gracia y de inocencia. Los cuernos de los corderos son los escándalos dados en el pasado. Había, además quienes tenían los cuernos rotos, o sea los que fueron escandalosos y después se enmendaron por completo. Todas aquellas cifras que representaban el número tres y que se veían grabadas en las distintas partes de¡ cuerpo de cada cordero, simbolizan, según me dijo el pastor, tres castigos que Dios enviará a los jóvenes: 1º Carestía de auxilios espirituales. 2º Carestía moral, o sea, falta de instrucción religiosa y de la palabra de Dios. 3º Carestía material, o sea, carencia incluso del alimento.

Los jóvenes resplandecientes son los que se encuentran en gracia de Dios y, sobre todo, los qué conservan la inocencia bautismal y la bella virtud de la pureza. ¡Qué gloria tan grande les espera a los tales!

Entreguémonos, pues, queridos jóvenes, con el mayor entusiasmo a la práctica de la virtud. El que no esté en gracia de Dios, que la adquiera con la mayor buena voluntad y que después emplee todos los medios necesarios para conservarse en ella hasta la muerte; pues, si es cierto que no todos podemos estar en compañía de los inocentes y formar corona a Jesús, Cordero Inmaculado, al menos podemos seguir detrás de ellos.

Uno de vosotros me preguntó si estaba entre los inocentes y yo le dije que no, que tenía los cuernos rotos.

Me preguntó también si tenía llagas y le dije que sí. —¿Y qué significan esas llagas?-—, me preguntó.

Yo le respondí:

—No temas. Tus llagas están ya casi cicatrizadas y desaparecerán con el tiempo; tales llagas no son deshonrosas, como no lo son las cicatrices de un combatiente, el cual, a pesar de las heridas y de tos ataques de¡ enemigo, supo vencer y conseguir la victoria.

¡Por tanto, son cicatrices gloriosas! Pero aún es más honroso combatir en medio del enemigo sin ser herido. La incolumidad del que lo consigue es causa de admiración para todos».

Explicando este sueño [San] Juan Don Bosco dijo también que no pasaría mucho tiempo sin que se dejasen sentir estos tres males:

Pestes, hambres y también falta de medios para hacer bien a las almas.

Añadió que no pasarían tres meses sin que sucediese algo de particular.

Este sueño produjo en los jóvenes la impresión y los frutos que había conseguido otras muchas veces con relatos semejantes.