Muerte global en un mundo globalizado




Nunca seré partidaria de la violencia contra el ser más vulnerable del planeta, al que se agrede hasta la muerte para deshacerse de él y que no cause problemas, mediante legislaciones aprobadas en parlamentos democráticos y que se denominan: “leyes de la interrupción voluntaria del embarazo”, como si después de un tiempo, se pudiera retomar éste y devolver la vida a los muertos, a ese embrión humano a una madre que no lo quiso y que jamás podrá ya recuperarlo aunque se arrepienta de su decisión.

El aborto ha alcanzado proporciones alarmantes en un mundo cada vez más globalizado en la transgresión, en un mundo en el que el bien y el mal están confusamente entremezclados y que hasta hace imposible discernir la conducta que uno debe seguir para considerarse a sí mismo, una persona honesta. El aborto sigue campando a sus anchas sin ningún remordimiento gracias a una pujante industria abortista, encargada de traficar con los órganos de los pequeños difuntos, y de crear en la madre un problema mayor del que ya tenía cuando estaba embarazada en contra de su voluntad. 

La ex madre pasa a ser la víctima culpable de la víctima inocente de su hijo, muerto, esta vez sí, por su voluntad, el cual le recordará de por vida que le negó la existencia. Ese alguien que tenía derecho a existir y a dar al mundo su legado único e insustituible, deja un vacío que nadie podrá nunca llenar, puesto que los dones que Dios da al mundo para su desarrollo y competente evolución, los materializa en sus hijos, y así todo concebido, es amado y es necesario, y debe dar todo de sí para no defraudar los planes divinos.

Hoy, con los medios tecnológicos modernos, capaces de reconocer el latido del ser humano en gestación desde el primer mes, se hace aún más incomprensible el desprecio por esas vidas diminutas. Vidas a merced de sus caínes o de sus cuidadores que velan para que esa etapa del desarrollo humano enlace con la etapa posterior, la infancia, haciendo de cada persona que viene al mundo, un motivo de sorpresa, alegría y agradecimiento y que fructificará, si se le tutela hasta la juventud, en un beneficio insustituible para toda la raza humana.

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