Una Hora Santa salva a miles del Infierno

El Papa Juan Pablo II beatificó a Dina Belanger, una mujer canadiense muy devota del Santísimo Sacramento. Cuando ella iba a su adoración, Jesús le mostraba multitudes de almas al borde del precipicio del infierno. Y después de su hora santa, ella veía a esas almas en las manos de Dios. Jesús le hacía entender que el valor de una hora santa es tan grande que lleva a multitudes de almas del borde del infierno a las puertas del cielo. 

La visita a Jesús sacramentado es como el acercamiento a la cálida luz del sol en un día de invierno, como el beber agua en una tarde calurosa de verano, como el contemplar una hermosa flor cuando estamos tristes. Jesús desde el sagrario nos alegra y nos llena de su paz.

¡Cuánta fuerza de evangelización tiene el poder irradiante de Jesús sacramentado! ¡Cuánto poder tiene el apostolado de la adoración! ¡Cuántos ancianos y enfermos podrían dedicarse a este apostolado tan eficaz, empleando así mucho de su tiempo libre! 
Para Charles de Foucauld, en el desierto, sólo tener el sagrario era ya, una manera de evangelizar, pues la presencia poderosa de Jesús Eucaristía llegaba, de alguna manera, a todos los que lo rodeaban. 

Pienso también ahora en los conventos que tienen la adoración perpetua y en tantas religiosas viejecitas, que se pasan horas y horas ante Jesús sacramentado. ¡Cuánta fuerza de apostolado tienen estos conventos y estas personas por muy ancianas o inútiles que parezcan a los ojos del mundo! 

Monseñor Josefino nos dice: En una ocasión, estaba predicando en una parroquia, cuando aparecieron tres hombres que habían recorrido varios kilómetros para que uno de ellos se confesara. Los tres eran amigos y tenían el mismo horario de adoración. El que quería confesarse, después de cuarenta años de estar alejado de Dios, lo hacía, porque, al haber comenzado su hora de adoración, había sentido la necesidad de reconciliarse con Dios. Era un fruto de la adoración.