El Anticristo según sta Hildegarda

La promesa de Dios de mandar de nuevo a Enoch y Elías, y cuál es mientras tanto su estado, y, como se comportarán entre los hombres cuándo sean de nuevo enviados, y cuánto se esforzarán en combatir al Anticristo con la potencia de la predicación y los milagros. Sin embargo, martirizados por él, tendrán que dejar el mundo junto a innumerables otros, y así el número de los santos mártires llegará a la plenitud de la debida perfección. 


Pero Yo, el que soy, me acordaré de qué manera he formado al primer hombre y de qué manera preví todas las obras con las que Lucifer combatiría contra Mí a través del hombre, y como destiné las santas virtudes a combatir contra él. Y lo mismo hice con Enoch y Elías, que elegí de la estirpe de los hombres y que se adhirieron a Mí con todo su deseo. Por eso los mostraré a los hombres hacia el fin de los tiempos, para que acojan con confianza el testimonio de estos dos testigos. En efecto, los instruyo en mis misterios y les revelo las obras de los hombres, para que las conozcan como si las vieran con los ojos del cuerpo, y su sabiduría sea superior a la que contienen los escritos y las palabras de todos los sabios. Cuando con el cuerpo fueron arrebatados de los hombres, perdieron todo temor y terror y se hicieron capaces de soportar sin turbaciones todo lo que ocurrió alrededor de ellos. Yo los custodio en lugares ocultos y su cuerpo está intacto.

Y cuando el hijo de la perdición vomite su doctrina perversa, la misma fuerza que entonces los sustrajo del lado de los hombres los reconducirá como en el viento, y mientras vivan sobre la tierra con los hombres, sólo se alimentarán cada cuarenta días, como mi Hijo que tuvo hambre después de cuarenta días.

Estos hombres fuertes y sabios están representados por la cabeza de la cabra en la cadena de la joya de la justicia, ya que al igual que la cabra es fuerte y se levanta, ellos serán fuertes en mi potencia y se elevarán velozmente en lo alto de mis milagros. Tendrán de Mí tales facultades para realizar milagros que podrán hacer en el firmamento, en los elementos y en las demás criaturas signos mayores que los del hijo de la perdición, de modo que desenmascararán con sus signos verdaderos la naturaleza tramposa de los signos de ése. Entonces por la gran fuerza de sus milagros acudirán a ellos gentes de todos los lugares, porque creerán en sus palabras y con fe ardiente se encaminarán rápidamente, como si fueran a un banquete, al martirio que les infligirá el hijo de la perdición. Y serán tantos los que mueran que sus asesinos se cansarán de contarlos, y gran cantidad de sangre correrá como un río.

Pero cuando al final el hijo de la perdición comprenda que no es posible superar a estos dos hombres realmente santos ni con halagos ni con amenazas, y que no puede oscurecer sus milagros, ordenará que sean sometidos a un martirio cruel y que su recuerdo sea borrado de la tierra, para que sobre la tierra no quede nadie capaz de resistirle.

Pues, como se ha dicho, el número de oro de los santos mártires asesinados a causa de la verdadera fe en la iglesia de los orígenes, será llevado a la plenitud de su perfección con estos nuevos mártires que serán asesinados en la iniquidad del fin de los tiempos, ya que aquel tiempo que todo lo pisa y todo lo devora es el lobo descrito en el libro Scivias. En efecto, como el lobo en su ansia devora todo lo que puede, así en aquel tiempo serán tragados los fieles que creen en el Hijo de Dios. Por eso el mismo Hijo de Dios dirigiéndole al Padre le dice:

Y ahora el Hijo se dirige al Padre enseñándole sus heridas y encomendándole a los seres humanos, para que sea misericordioso con ellos. Al mismo tiempo exhorta los hombres a arrodillarse frente al Padre, para que tenga piedad de ellos.

“Ya estoy cansado de ver cómo, después de que por tu mandato me he revestido de carne, mis miembros, es decir los que he convertido en mis seguidores con el sacramento del bautismo, ahora se alejan de Mí, son burlados por la ilusión diabólica, prestan mucha atención al hijo de la perdición y lo adoran. A los que han caído, los levanto, pero a los rebeldes y a los que perseveran en el mal los rechazo de Mí. Padre, ya que Yo soy tu Hijo, mírame con el amor con que me has mandado al mundo y considera mis heridas, con las que redimí a la humanidad por tu voluntad. Te las enseño para que tú tengas misericordia de los que he redimido y no permitas que sean borrados del libro de la vida, sino que por la sangre de mis heridas vuelve a tomarlos cerca de de ti en la penitencia, para que el que se burló de mi Encarnación y mi Pasión no domine sobre de ellos llevándolos a la ruina”.

“Ahora, pues, hombres todos que deseáis abandonar a la antigua serpiente y volver a vuestro Creador, considerad que Yo, Hijo de Dios y hombre, muestro al Padre mis heridas por vosotros. Por tanto también vosotros doblad con fe pura vuestras rodillas que habéis dirigido tan a menudo hacia la vanidad y a la iniquidad contraria al bien, arrodillaos frente al Padre que os ha creado y os ha dado el soplo de la vida, y confesad todos vuestros pecados del corazón, para que él os alargue a vosotros que estáis en la aflicción del cuerpo y el alma, su mano fuerte e invencible para arrancaros del diablo y de todos los males”

Así habla el Hijo vuelto hacia el Padre y le encomienda sus miembros, y los castiga para que sigan a su verdadero jefe, para que no se los trague la perdición del primer y último traidor. Pues cada vez que el Padre omnipotente se irrita por las obras malvadas de los hombres, el Hijo le enseña sus heridas para que perdone a los hombres. Él no reservó su cuerpo, para devolver con su sangre la oveja que le robaron, y por esta razón sus heridas quedarán abiertas mientras en el mundo haya hombres que pequen. Por tanto el Hijo de Dios pide a los hombres que se arrodillen ante el Padre omnipotente cada vez que merezcan su juicio, para que por las heridas que ha padecido en la carne y que su Padre conoce desde siempre, sean liberados de todo mal. 

Parte I 
Parte II 
Parte III 
Parte V