No hay misericordia para Vallejo Balda



por Gabriel Ariza 21 noviembre, 2016 

El Papa Francisco ha cerrado el año jubilar sin ejercer la misericordia con el único preso de la Ciudad del Vaticano, un sacerdote que lleva más de un año confinado y abandonado por un delito menor.

Por alguna razón, Francisco ha querido cerrar el año de la misericordia sin ofrecer su perdón al único preso que tiene en el país del que es jefe del estado: La Ciudad del Vaticano.
Un año de la misericordia cargadísimo de gestos elocuentes: Encuentros con sacerdotes casados, audiencias extraordinarias,  visitas a hospitales pediátricos y centros de pobres… aunque el momento más irónico tuvo lugar el primer fin de semana de noviembre, durante el Jubileo de los Encarcelados.
Aquel día, el Papa reunió en la Basílica de San Pedro a presos de todos los lugares del mundo. 25 convictos españoles cogieron un vuelo para participar en la ceremonia, junto con reos de otros países del mundo. El Papa celebró la Misa para ellos, y al día siguiente clamó desde la ventana del Palacio Apostólico para que los países hicieran un “acto de clemencia” para con los presos.
Sin embargo, a los que nos somos amigos de Vallejo Balda nos resultó lamentable que Francisco reuniera presos de todo el mundo e hiciera peticiones públicas de clemencia a otras naciones soberanas mientras en la suya mantiene solo y abandonado a un sacerdote en manos de la gendarmería vaticana desde hace más de un año, viendo como a miles de kilómetros, en La Rioja, su anciana madre, Gregoria, muere lentamente.
El sacerdote español Lucio Ángel Vallejo Balda lleva más de un año entre los muros vaticanos, aislado y encarcelado, acusado de haber entregado unos documentos confidenciales a unos periodistas, documentos que mostraban graves escándalos de corrupción en la administración del patrimonio apostólico y en las causas de los santos. Sin embargo, los únicos procesados por el escándalo han sido los “mensajeros”, sin que los titulares de los escándalos hayan respondido ante la justicia por el uso corrupto del dinero sagrado.
Más de un año después de su detención cerca de Florencia, Vallejo Balda dedica ahora el tiempo que le queda de condena a pelar patatas y repasar la vida de San Francisco de Asís, a la espera del último gesto de misericordia del Papa, aunque no será dentro del año jubilar.
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Además, el Papa Francisco, ayer, durante la entrevista en TV2000, se refirió de nuevo a los encarcelados:
Querría preguntarle una cosa sobre los presos. Usted hace dos semanas recibió en Roma a los reclusos y dijo que a menudo se pregunta –y quizás deberíamos hacerlo todos– ‘por qué no yo, por qué ellos y no yo’. ¿Qué debemos decir y hacer para entender esto y qué debemos hacer frente a las leyes?
Papa Francisco: La primera parte de la pregunta. El otro día llamé, el domingo pasado, a uno que conocía, en la cárcel de Buenos Aires, y le he preguntado: ‘¿cómo estás?’ ‘Bien…’.  Busco, cuando tengo un poco de tiempo, poder llamar, telefonear a los presos que he conocido cuando los visitaba porque tengo este sentimiento: ¿por qué él y no yo? Si yo… pero el Señor tiene motivos suficientes para mandarme a la cárcel, y él lo ha cubierto… Porque un preso no es castigado al final, es castigado cuando empieza, puede ser castigado cuando inicia y yo he tenido muchos inicios de cosas feas y he tenido en mi vida que si el Señor hubiese quitado la mano de encima mío… esto es el ‘por qué ellos y yo no’.
Y después hay un pensamiento entre nosotros que es una idea difundida: ese que está en la cárcel es porque ha hecho alguna cosa fea. Que la pague. La cárcel como castigo. Y esto no es bueno. La cárcel es como un ‘purgatorio’, pensemos, es decir, para prepararse para la reinserción. No hay una verdadera pena sin esperanza. Si una pena no tiene esperanza no es una pena cristiana, no es humana. Por eso, la pena de muerte no está bien.
Sí, usted me podrá decir que en el 400, en el 500, ataban a los criminales, la pena de muerte, con la esperanza de que fuesen al Paraíso, ahí estaba el capellán que te mandaba al paraíso. Pienso en el gran don Cafasso, allí, al lado de la horca. Pero era otra antropología, otra cultura. Hoy no se puede pensar así. También los prisioneros de por vida, así frío, es una pena de muerte un poco encubierta. ¿Pero en el caso de una persona que por sus características psicológicas no de una garantía de reinserción? Hay forma de reinsertarlo con el trabajo, con la cultura en el interior de un cierto régimen de cárcel, pero en la que él se sienta útil en la sociedad, despierto, y el alma es cambiada, no es aquello que ha hecho el reo, un criminal, sino uno que ha cambiado su vida y ahora hace algo en la cárcel que lo reinserta y se siente con otra dignidad. Esto es importante. Pero el muro sea de muerte, sea cadena perpetua, así, como pena– no ayuda. No sé si me he explicado.
Y después, algo que me da mucha ternura cuando miro –o miraba en Buenos Aires– la cola para entrar a la visita en la cárcel: las madres. Mujeres que no tienen vergüenza de hacer la fila, delante de toda la ciudad, porque pasan los buses, pasa la gente… ‘Es mi hijo: yo voy’. Cuánto amor ¿eh? Una madre… También esposas que van allí y que sufren tantas humillaciones por entrar, pero también la humillación de hacer la cola delante de todo el mundo. Esto a mí me ha hecho mucho bien y me ha hecho preguntarme: ‘¿Yo doy la cara por mis fieles, por mis cristianos? ¿O no?’. Para mí ha sido motivo de reflexión, me ha hecho mucho bien ver a estas mujeres valientes.