Almas destinadas al Cielo: no deben temer a la muerte (S Antonio)

10 de Julio, 2004 San Antonio a Anne, una apóstol laica, Irlanda. Direction for our Times. 



Muchas cosas se les han dicho a mis hermanos y hermanas del mundo: les hemos hablado sobre los cambios y la oscuridad; las persecuciones; el amor, la paz y la oración. Hoy deseo hablarles de la muerte, porque muchas son las almas terrenas que le temen. Queridas almas destinadas a venir al cielo: no deben temer a la muerte, pues la única forma de que su alma pueda vivir realmente es mediante la muerte del cuerpo. Consecuentemente, es algo que se debería anticipar con gozo y no con temor. Consideren a una criatura en el vientre: ¿tendría razón esa criatura de querer permanecer en el vientre por temor a la vida? Se reirían de semejante cosa y, sin embargo, es exactamente lo mismo que el temor que ustedes le tienen a la muerte. Quizás la criatura tenga miedo a la vida porque para ella significaría un cambio; ustedes también tienen miedo de morir porque significa un cambio. Pero así como ustedes le asegurarían a esa criatura que la vida es maravillosa, igualmente yo les digo que el cielo es maravilloso, y que el día de su muerte se convierte en realidad en el día de su nacimiento, porque su alma nace para la eternidad: esto es algo bueno, es motivo de gran gozo para quien haya seguido a Cristo. Todos sus actos de fe, sus sacrificios, y cualquier acto que hayan hecho en cumplimiento de su deber, serán justificados y recompensados. No vayan por el camino sintiendo temor de la muerte, porque eso provocará que se aferren de tal modo a la vida que no podrán vivir libremente. 

Si lo consideran un tema evasivo, reflexionen en lo que acabo de afirmar: es importante. Deseo ayudarlos a liberarse de sus temores; por ello, si tienen miedo de morir les pido que soliciten mi ayuda. Es preciso que destruyamos ese temor que será un estorbo para su espiritualidad. 

Pequeños: llegará un tiempo en que verán la muerte en grandes proporciones. Las sociedades que han sufrido hambre o guerras han tenido este tipo de expe- riencia; los cristianos cambian su forma de vivir y eso es algo bueno. Todos los que experimenten situaciones trágicas como éstas se darán cuenta de que son mortales mientras permanezcan en la tierra, y que en cualquier momento podrían ser arrebatados. Sin embargo, un verdadero cristiano se conduce por el camino del servicio porque ¿qué otra cosa podría tener más valor cuando uno podría ser llamado abruptamente al cielo? No tiene sentido estar atesorando riquezas si poco después se han de dejar. Los hombres que habitan los lugares de mayor opulencia también deberían comprender esta realidad, pero no lo hacen. Allí es donde se nota el falso sentido del hombre que pretende controlar su destino creando ambientes en donde las almas sólo viven para el mundo, y ensimismados en sus múltiples ocupaciones, tampoco se ponen a considerar como es debido que la realidad, comparada con su pequeño y reducido círculo de vida, les sobrepasa. 

Pero lo harán, amigos míos, cuando las dificultades y la muerte atraviesen su núcleo vital. No lo digo alegremente, por favor créanme; al contrario, lo digo con toda solemnidad. Pero todo esto tendrá un buen resultado, porque las almas volverán a tener en consideración a Dios, los asuntos celestiales y el servicio que deben rendir al Creador durante la vida. Eso es lo que se necesita y sucederá. Nos sentiremos dichosos, tu y yo, de que Dios introduzca estos cambios. Permanezcan en oración y en el silencio tantas veces como sea posible, pues de esa forma podremos ayudar a que Jesús los colme de paz.