La corrección: eres peor tú callando que el otro pecando

http://adelantelafe.com/author/lucasprados/

Cómo practicar la corrección

La corrección fraterna es una advertencia que el cristiano dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad. Es un instrumento de progreso espiritual que contribuye al conocimiento de los defectos personales, a veces inadvertidos por las propias limitaciones o enmascarados por el amor propio.
Jesucristo nos enseña: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18:15). Él mismo corrige a sus discípulos en diversas ocasiones según nos muestran los evangelios: les amonesta ante el brote de envidia que manifiestan al ver a uno que expulsaba demonios en nombre de Jesús; reprende a Pedro con firmeza porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres…
San Ambrosio (s. IV) aconseja: “Si descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto […] Las correcciones, en efecto, hacen bien y son de más provecho que una amistad muda. Si el amigo se siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque el sabor amargo de la corrección le disguste. Está escrito en el libro de los Proverbios las heridas de un amigo son más tolerables que los besos de los aduladores (Prov 27: 6)”. 
Y también San Agustín advierte sobre la grave falta que supondría omitir esa ayuda al prójimo: “Peor eres tú callando que él faltando”.
Toda persona necesita ser ayudada por los demás para alcanzar su fin, pues nadie se ve bien a sí mismo ni reconoce fácilmente sus faltas. El cristiano precisa del favor que sus hermanos en la fe le hacen con la corrección fraterna. Junto a otras ayudas imprescindibles (la oración, la mortificación, el buen ejemplo…).
La corrección fraterna cristiana nace de la caridad y es fuente de santidad personal para quien la hace y para quien la recibe. Al primero le ofrece la oportunidad de vivir el mandamiento del Señor: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado”; al segundo le proporciona las luces necesarias para renovar el seguimiento de Cristo en aquel aspecto concreto en que ha sido corregido.
La corrección fraterna no brota de la irritación ante una ofensa recibida, ni de la soberbia o de la vanidad heridas ante las faltas ajenas. Sólo el amor puede ser el genuino motivo de la corrección al prójimo.
El Apóstol Santiago señala: “Si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro hace que vuelva a ella, debe saber que quien hace que el pecador se convierta de su extravío, salvara el alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados”(Sant 5:19).
Y San Pablo considera la corrección fraterna como el medio más adecuado para atraer a quien se ha apartado del buen camino: “Si alguno no obedece lo que decimos en esta carta […] no le miréis como a enemigo, sino corregidle como a un hermano” (2 Tes 3:15).
Ante las faltas de los hermanos no cabe una actitud pasiva o indiferente. Mucho menos vale la queja o la acusación destemplada: “Aprovecha más la corrección amiga que la acusación violenta; aquella inspira compunción, esta excita la indignación”.
Otra actitud igualmente necesaria es estar dispuestos a vencer las dificultades que puedan presentarse:
1) una visión excesivamente humana y poco sobrenatural que lleve a pensar que no merece la pena hacer esa corrección;
2) el temor a contristar al corregido;
3) considerar que la propia indignidad impide corregir al otro, a quien se considere mejor capacitado o dispuesto;
4) juzgar que es inoportuno corregir cuando uno mismo posee –incluso de modo más acentuado– el defecto que ha de advertir en el otro;
5) pensar que ya no es posible una efectiva mejora en el corregido, o que esa corrección ya se hizo anteriormente sin aparentes resultados.
Estos conflictos suelen proceder, en último término, de los respetos humanos, del temor a quedar mal o de un excesivo espíritu de comodidad.
La corrección fraterna ha de ser realizada:
  • Con visión sobrenatural y humildad. Conviene que quien corrige discierna en la presencia de Dios la oportunidad de la corrección y la manera más prudente de realizarla (el momento más conveniente, las palabras más adecuadas, etc…) para evitar humillar al corregido. Pedir luces al Espíritu Santo y rezar por la persona que ha de ser corregida favorece el clima sobrenatural necesario para que la corrección sea eficaz.
  • Con delicadeza y cariño, que son los rasgos distintivos de la caridad cristiana. Para asegurar que esa advertencia es expresión de la caridad auténtica, importa preguntarse antes de hacerla: ¿cómo actuaría Jesús en esta circunstancia con esta persona? Así se advertirá más fácilmente que Jesús corregiría no sólo con prontitud y franqueza, sino también con amabilidad, comprensión y estima.
  • Con la debida prudencia. La prudencia desempeña un papel importante como guía, regla y medida del modo de hacer la corrección fraterna. Es una norma de prudencia, sellada por la experiencia, pedir consejo a una persona sensata (el director espiritual, el sacerdote, etc.) sobre la oportunidad de hacer la corrección. La prudencia llevará también a no corregir con excesiva frecuencia sobre un mismo asunto, pues debe contarse con la gracia de Dios y con el tiempo para la mejora de los demás.
  • Con firmeza. Si pasado un tiempo prudente la persona no tiene intención de corregirse, entonces tendremos que hablar con firmeza y si con ello tampoco respondiera entonces seguir el consejo de Cristo: “Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos, para que cualquier asunto quede firme por la palabra de dos o tres testigos. Pero si no quiere escucharlos, díselo a la Iglesia. Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano” (Mt 18: 15-17).