Ob Schneider habla de Fátima y el Infierno


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(...)Despreciar los mandamientos de Dios es señal de impiedad, la cual conduce a la condenación eterna de numerosas almas. En sus mensajes de Fátima, Nuestra Señora señaló que los pecados contra la castidad y el menosprecio de la santidad del matrimonio eran las causas más frecuentes de condenación de las almas. A la beata Jacinta, la Virgen le dijo: «Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne, y vendrán modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor. Quienes sirven a Dios no deben seguir esas modas. La Iglesia no tiene moda: Nuestro Señor siempre es el mismo.» No sólo eso; Nuestra Señora dijo: «Muchos matrimonios no son buenos; no agradan a Nuestro Señor ni son de Dios». 

San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, dijo cosas parecidas en sus sermones: «Cuán poco conoce el mundo la pureza; qué poco la apreciamos; qué poco empeño ponemos en mantenerla; con qué poco ardor se la pedimos a Dios, ya que no podemos tenerla por nosotros mismos. No, queridos hermanos; esos infames y empecinados libertinos que se revuelcan y arrastran en el fango de la depravación no lo saben. ¡En qué estado estarán esas almas cuando comparezcan ante Dios! ¡La impureza! ¡Dios mío, cuántas almas arrastra ese pecado al infierno!»

El carácter profético de las palabras de Nuestra Señora se manifiesta en nuestros días hasta tal punto que podemos afirmar que incluso en la vida interna de algunas iglesias particulares católicas se aprueban en la práctica los pecados de la carne y las uniones adúlteras gracias a la admisión supuestamente pastoral a la Sagrada Comunión de personas divorciadas que tienen intención de seguir manteniendo relaciones sexuales con alguien que no es su legítimo cónyuge. Esta práctica pseudopastoral será responsable de la condenación eterna de numerosas almas, porque es una práctica que fomenta que se siga pecando, ofendiendo a Dios, y por tanto despreciando su mandamiento. Nuestra Señora le dijo a la beata Jacinta: «Si la gente supiera lo que es la eternidad haría todo lo posible por cambiar de vida. Muchos se pierden porque no piensan en la muerte de Jesús ni hacen penitencia».


Nuestra Señora vino a Fátima ante todo para hacer una súplica maternal urgente a fin de que las almas se salven de la condenación eterna. Mostró a los niños la indecible y espantosa realidad del infierno. Y les explicó al mismo tiempo que la única manera de librase del infierno es hacer penitencia, en su doble dimensión: actos de penitencia como medio de atajar el pecado y hacer reparación por los pecados propios y ajenos con miras a la conversión de los pecadores. En la tercera parte del secreto de Fátima Dios nos presenta esta conmovedora visión con la invitación a hacer penitencia: «Vimos un ángel con una espada de fuego en la mano izquierda que despedía unas llamas que parecía que fueran a incendiar el mundo. Pero se apagaron al entrar en contacto con el esplendor que irradiaba hacia él desde la mano derecha de Nuestra Señora. Y señalando a la Tierra con la mano derecha, el ángel exclamó con voz sonora: “¡Penitencia, penitencia penitencia!”»


Es preciso que la Iglesia y los fieles de nuestro tiempo vuelvan a proclamar con más energía la verdad revelada por Dios de la condenación eterna y el infierno. Así se salvarán almas inmortales que de otro modo se perderían por la eternidad. (...) 



Nuestra Señora les dijo a los niños: «Habéis visto el Infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlos, Dios quiere instaurar en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.»

Prosigue la hermana Lucía: «Jacinta siguió sentada en el peñasco, muy pensativa, y dijo: “¡La Señora dijo también que muchas almas se van al infierno! ¡Y el Infierno nunca se acaba! ¿Y el Cielo tampoco se acaba nunca?” “¡Quien se va al Cielo nunca vuelve a salir!” “¿Y quien se va al Infierno tampoco sale nunca?” «Son eternos, ¿te das cuenta? Nunca terminan.” Fue así como meditamos por primera vez sobre el Infierno y la eternidad. Lo que más le impresionó a Jacinta fue la idea de la eternidad.”», 45-46). Jacinta también señaló poco antes de morir: «Si la gente supiera lo que es la eternidad haría todo lo posible por enmendarse. A Nuestro Señor le gustan mucho la mortificación y los sacrificios.»