Las puertas del infierno son los herejes (no prevalecerán contra la Iglesia Católica)





Las puertas del infierno (los herejes) no prevalecerán contra la Iglesia Católica

No, la indefectibilidad de la Iglesia (la promesa de Cristo de que Él siempre estará con su Iglesia, y que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella) significa que la Iglesia, hasta el fin de los tiempos, permanecerá siendo esencialmente lo que es. La indefectibilidad de la Iglesia requiere que exista a lo menos un remanente (un pequeño resto fiel) en la Iglesia hasta el fin del mundo; y que un verdadero papa, en su misión apostólica, nunca podría enseñar el error a toda la Iglesia. 

Esto no excluye la posibilidad que hayan antipapas que falsamente digan ser papas (como ha ocurrido en numerosas ocasiones en el pasado, incluso que reinaron en Roma) ni tampoco excluye que haya una falsa secta (como la de Bergoglio) que reduzca a los fieles de la verdadera Iglesia Católica a un pequeño remanente en los últimos días. Esto es precisamente lo que se predijo que ocurriría en los últimos días y lo que ocurrió durante la crisis arriana (siglo IV).
San Atanasio: “Los católicos que se mantienen fieles a la Tradición aún si ellos son reducidos a un manojo, ellos son la verdadera Iglesia de Jesucristo[1].
Además, cabe señalar que la Iglesia definió que los herejes son las puertas del infierno, palabras que son mencionadas por nuestro Señor en Mateo 16.
Papa Vigilio, Segundo Concilio de Constantinopla, 553:
“… tenemos en cuenta lo que fue prometido acerca de la Santa Iglesia y a Aquel que dijo que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (por las puertas entendemos las lenguas mortales de los herejes)…”[2].
Papa San León IX, 2 de septiembre de 1053: “La Santa Iglesia edificada sobre la piedra, esto es, sobre Cristo, y sobre Pedro… porque en modo alguno había de ser vencida por las puertas del infierno, es decir, por las disputas de los herejes, que seducen a los vanos para su ruina”[3].
Santo Tomás de Aquino, Introducción a la Catena Aurea (†1262): “La sabiduría puede llenar los corazones de los fieles, y silenciar la terrible insensatez de los herejes, adecuadamente representados como las puertas del infierno[4].
Nótese que los herejes son las puertas del infierno. Los herejes no son miembros de la Iglesia. Por eso un hereje nunca podría ser un papa. Las puertas del infierno (los herejes) nunca podrían tener autoridad sobre la Iglesia de Cristo. No son los que denuncian a los antipapas herejes del Vaticano II los que afirman que las puertas del infierno han prevalecido contra la Iglesia; son más bien aquellos que obstinadamente los defienden como papas, a pesar de que se puede demostrar claramente que son herejes manifiestos.
Papa Inocencio III, Eius exemplo, 18 de diciembre de 1208:
“Creemos de todo corazón y profesamos con nuestros labios una sola Iglesia, no de herejes, sino la Santa Iglesia, Romana, Católica y Apostólica, fuera de la cual creemos nadie se salva”[5].
San Francisco de Sales (siglo XVII), Doctor de la Iglesia, La Controversia Católica, pp. 305-306Ahora bien, cuando él [el papa] es explícitamente un hereje, cae ipso facto de su dignidad y fuera de la Iglesia…”.
No hay ninguna enseñanza de la Iglesia Católica que se pueda citar que sea contraria al hecho de que actualmente exista una falsa secta que ha reducido a la verdadera Iglesia Católica a un pequeño remanente en los días de esta Gran Apostasía, dirigida por antipapas que falsamente dicen ser papas. Los que afirman que la secta del Vaticano II es la Iglesia Católica afirman que la Iglesia Católica aprueba oficialmente las falsas religiones y las falsas doctrinas. Esto es imposible y significaría que las puertas del infierno habrían prevalecido contra la Iglesia Católica.

Notas:
[1]  Coll. Seleta SS. Eccl. Patrum. Caillu and Guillou, vol. 32, pp. 411-412.
[2]  Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 113.
[3]  Denzinger, The Sources of Catholic Dogma, B. Herder Book. Co., Thirtieth Edition, 1957, no. 351.
[4]  The Sunday Sermons of the Great Fathers, Regnery, Co: Chicago, IL, 1963, vol. 1, pp. xxiv.
[5]  Denzinger 423.

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