¿Por qué hacer una Hora Santa?



Primero, la Hora Santa no es una devoción; es una participación en la obra de la Redención. 
En segundo lugar, la única vez que Nuestro Señor les pidió algo a sus Apóstoles, fue la noche de su agonía. No se lo pidió a todos… tal vez porque sabía que no podía contar con su fidelidad. Pero al menos esperaba que tres le fueran fieles, Pedro, Santiago y Juan. Desde ese momento, y muy seguido en la historia de la Iglesia, el mal está despierto, pero los discípulos están durmiendo. Es por eso que de Su angustiado y solitario Corazón salió el suspiro:´¿No pueden velar tan solo una hora Conmigo?´. El no pedía una hora de actividad, sino una hora de compañía.
La tercera razón por la que mantengo la Hora Santa es para crecer más y más a semejanza de Él. Como lo plantea san Pablo: ´Nos transformamos en aquello en lo que fijamos nuestra mirada´. Al contemplar el atardecer, la cara toma un resplandor dorado. Al contemplar al Señor Eucarístico una hora, transforma el corazón de un modo misterioso, así como el rostro de Moisés se transformó luego de Su compañía con Dios en la montaña. 

La Hora Santa. ¿Es difícil? Algunas veces parecería ser difícil; podría significar tener que sacrificar un compromiso social, o levantarse una hora más temprano, pero en el fondo nunca ha sido una carga, sólo una alegría. No quiero decir que todas las Horas Santas hayan sido edificantes como, por ejemplo, aquella en la Iglesia de San Roch en París. Entré en la Iglesia alrededor de las tres de la tarde, sabiendo que tenía que tomar un tren a Lourdes dos horas más tarde. Sólo hay unos diez días al año en los que puedo dormir durante el día; y este era uno de esos. Me arrodillé, y recé una oración de adoración, y luego me senté a meditar e inmediatamente me quedé dormido. Al despertar le dije al Buen Señor:´¿Habré hecho una Hora Santa?´ Pensé que Su ángel me decía: ´Bueno, esa es la forma en la que los Apóstoles hicieron su primera Hora Santa en el huerto de Getsemaní, pero no lo hagas otra vez´.
Al principio de mi sacerdocio hacía la Hora Santa durante el día o a la tarde. Al acumularse los años, me volví más ocupado, y hacía la Hora temprano a la mañana, generalmente antes de la Santa Misa. Los sacerdotes, como todas las personas, se dividen en dos clases: gallos y búhos. Algunos trabajan mejor por la mañana, otros durante la noche.
El objetivo de la Hora Santa es fomentar un encuentro personal y profundo con Jesucristo. El santo y glorioso Dios nos invita constantemente a acercarnos a Él, conversar con Él, para pedirle las cosas que necesitamos y para experimentar la bendición de la amistad con Él. Cuando recién nos ordenamos, es fácil darnos por entero a Cristo, porque el Señor nos llena entonces de dulzura, de la misma manera en que una madre le da un caramelo a su bebe para animar su primer paso. El entusiasmo, sin embargo, no dura mucho La luna de miel termina pronto, como también el engreimiento de oír por primera vez aquel estimulante título de ´Padre´.
El amor sensible o amor humano disminuye con el tiempo, pero el Amor Divino no. El primero concierne al cuerpo, que responde cada vez menos a los estímulos, pero en el orden de la gracia, la respuesta de lo Divino, a lo pequeño, los actos humanos de amor se intensifican.
Ni el conocimiento teológico, ni la acción social sola, son suficientes para mantenernos en amor con Jesucristo, a menos que ambos estén precedidos por un encuentro personal con Él.
Moisés vio la zarza ardiendo en el desierto que no se alimentaba de ningún combustible. La llama, sin alimentarse de nada visible, continuaba existiendo sin destruir la madera. Una dedicación tan personal a Cristo no deforma ninguno de nuestros dones naturales, disposiciones o carácter; sólo renueva sin matar. Como la madera se transforma en fuego, y el fuego perdura, así nos transformamos en Cristo y Cristo perdura.
He buscado muchas veces una manera de explicar el hecho de que nosotros los sacerdotes debemos conocer más a Jesucristo, que más sobre Jesucristo. La unión extática de marido y mujer descrita como ´conocimiento´ debe ser el fundamento de ese Amor por el cual el sacerdote ama a Cristo.
Es imposible para mí explicar lo útil que fue la Hora Santa para preservar mi vocación. La Escritura brinda una considerable evidencia para probar que un sacerdote comienza a fallar en su sacerdocio cuando falla en el amor a la Eucaristía. La Eucaristía es tan esencial para nuestra unión con Cristo, que ni bien Nuestro Señor la anunció en el Evangelio, comenzó a ser la prueba de fidelidad de Sus seguidores. Primero, perdió las masas, porque era muy duro en sus palabras, y ya no lo siguieron. En segundo lugar, perdió algunos de sus discípulos: ´Ellos ya no caminaron más con Él´. Tercero, dividió su grupo de apóstoles, ya que aquí, Judas es anunciado como el traidor.
La Hora Santa se volvió como un tanque de oxígeno para revivir el soplo del Espíritu Santo en el medio de la sucia y hedionda atmósfera del mundo. Aún cuando parecía tan poco provechoso, y carente de intimidad espiritual, todavía tenía la sensación de ser al menos como un perro en la puerta de su amo, listo en caso de que me llamase.
La Hora, también, se volvió un magisterio, y una maestra, ya que aunque antes de amar a alguien debemos conocer a esa persona, sin embargo, después sabemos, que es el Amor el que aumenta el conocimiento. Las convicciones teológicas no sólo se obtienen de las dos coberturas de un libro formal, sino de dos rodillas sobre un reclinatorio ante un Sagrario.
Algunas veces me hubiera gustado haber llevado un registro de las miles de cartas que he recibido de sacerdotes y laicos contándome cómo había sido la práctica de la Hora Santa. Cada retiro para sacerdotes que predicaba tenía la Hora Santa como resolución práctica. Demasiadas veces los retiros son como las conferencias sobre salud. La Hora Santa se transformó en un desafío para los sacerdotes del retiro, y después cuando los videos de mis retiros estaban disponibles para los laicos, era edificante leer sobre los que respondían a la gracia, cumpliendo una hora diaria frente al Señor. Un monseñor, por debilidad ante el alcohol, y el consecuente escándalo, se le ordena dejar su parroquia, y fue puesto a prueba en otra diócesis, de donde vino a mi retiro. Respondiendo a la Gracia de Dios, dejó el alcohol, fue restituido efectivamente en su sacerdocio, siguió haciendo la Hora Santa todos los días, y murió en Presencia del Santísimo Sacramento.
Como ejemplo de la gran amplitud de efectos de la Hora Santa, una vez recibí una carta de un sacerdote en Inglaterra que decía, son sus propias palabras: “Dejé el sacerdocio, y caí en un estado de degradación.” Un sacerdote amigo lo invitó a oír el cassette sobre la Hora Santa de un retiro que había predicado. Respondiendo a la Gracia, fue restituido nuevamente al sacerdocio, y se le confió el cuidado de una parroquia. La Divina Misericordia produjo en él, un cambio, y recibí esta carta:
Otro de los frutos de la Hora Santa es la sensibilidad a la Presencia Eucarística de Nuestro Divino Señor.  Viendo al principio de mi sacerdocio que cuando la sensibilidad y la delicadeza se pierden, los matrimonios se destruyen y los amigos se separan, tome varias medidas para conservar esa responsabilidad. Recién ordenado, y como estudiante en la Universidad Católica de Washington, nunca entraba a clase, sin antes subir la escalera hasta la capilla en Caldwell Hall para hacer un pequeño acto de amor a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Mas tarde en la Universidad de Louvain en Bélgica, entraba a visitar a Nuestro Santísimo Señor en cada una de las iglesias por las que pasaba para llegar a clase. Cuando seguí el trabajo de graduación en Roma, y fui a la Angelicum y Gregoriana, visitaba cada iglesia en el camino desde la zona del Trastevere donde vivía. Esto no es nada fácil en Roma, porque hay iglesias en casi todas las esquinas. 

Tiempo después como profesor en la Universidad Católica en Washington, puse una capilla frente de mi casa. Esto es para que siempre pudiera, antes y después de salir, ver la lámpara del Sagrario como una señal para ir a adorar el Corazón de Jesucristo por lo menos por unos pocos segundos. He tratado de ser fiel a esta practica durante toda mi vida, y aun ahora, en el departamento en New York donde vivo, la capilla está entre mi estudio y mi dormitorio. Esto quiere decir que no me puedo mover de un área, de mi pequeño departamento, a la otra sin al menos una genuflexión, y una pequeña jaculatoria a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.


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Capítulo XII de la Autobiografía ´Treasure in Clay’/ 
Arzobispo Fulton Sheen