Un episodio desconocido de la vida de Jesús (M Valtorta)


                                                               Mar de Galilea

La noche de pecado de Judas Iscariote

(...).

-¿Pero luego a dónde vamos? -pregunta Andrés.  

-No sé... De aquí vamos a Sefet o a Meirón. ¿Pero luego...? -le responde Santiago de Zebedeo, y se vuelve a preguntar a los dos hijos de Alfeo: «¿Sabéis vosotros a dónde vamos?».

-Jesús nos ha dicho que quiere ir hacia septentrión; nada más -dice lacónico Judas de Alfeo.

-¿Otra vez? Para la próxima luna tenemos que empezar el peregrinaje de Pascua... -dice no demasiado entusiasta Pedro.

-Tendremos tiempo de sobra -le rebate Judas Tadeo.
-Sí, pero nada de descanso en Betsaida...
-Pasaremos por allí seguro para recoger a las mujeres y a Margziam -responde Felipe a Pedro.

-Lo que os ruego es que no deis muestras de fastidio, desgana u otras cosas por el estilo. Jesús está muy afligido... Ayer por la noche lloraba. Me lo he encontrado llorando mientras preparábamos la cena. No estaba orando afuera, en la terraza, como creíamos. Lloraba -dice Juan.
-¿Por qué? ¿Se lo preguntaste? -dicen todos.
-Sí. Pero sólo me dijo: "Ámame, Juan".
-Quizás... es por los de Corazín.

El Zelote, que está llegando en ese momento, dice:
-El Maestro está viniendo con Bartolomé. Vamos a su encuentro.
Van... pero siguen con lo que estaban comentando:
-O es por Judas. Ayer por la noche se habían quedado solos... -dice Mateo.

-¡Ya! Y Judas había declarado antes que estaba inquieto y no quería a ninguno consigo -observa Felipe.

-¡No ha querido estar ni siquiera con el Maestro! ¡Y yo que de tan buena gana habría estado! -suspira Juan.

-¡También yo! -dicen todos los demás.

-Ese hombre no me gusta... o está enfermo o hechizado o
loco o endemoniado... Algo le pasa -dice seguro Judas Tadeo.

-Y, sin embargo, creedlo, en el viaje de regreso fue ejemplar. Defendió constantemente al Maestro y los intereses del Maestro como ninguno de nosotros ha hecho nunca. ¡Lo vi yo, lo oí yo! Espero que no dudéis de mi palabra -afirma Tomás.

-¿Cómo piensas que no te creemos? ¡No, hombre, no, Tomás! Y estamos contentos de que Judas sea mejor que nosotros. Pero ya lo ves tú. ¿Es extraño, sí o no? -pregunta Andrés.
-¡Extraño lo es! Pero quizás es que sufre por cosas íntimas... Quizás también porque no ha hecho milagros. Es un poco orgulloso. ¡Con buena finalidad, claro! Pero para él es importante hacer mucho y ser encomiado...

-¡Mmm...! ¡Será así! La cosa es que el Maestro está triste. Miradlo allí, decidme si asemeja al hombre que conocimos. Pero, ¡vive Dios, que si logro descubrir quién es el que hace sufrir al Maestro!... ¡Basta! ¡Yo sé lo que le hago! -dice Pedro.

Jesús, que viene en vivaz conversación con Natanael, los ve y acelera el paso sonriendo.
-Paz a vosotros. ¿Estáis todos?

-Falta Judas de Simón... Creía que estaba contigo, porque en la casa donde dormía me han dicho que han encontrado la habitación vacía y todo en orden... -explica Andrés.
Jesús frunce un momento la frente, agacha la cabeza y se concentra en su pensamiento. Luego dice:

-No importa. Vámonos de todas formas. Decid a los de las últimas casas que vamos a Meirón y luego a Yiscala. Si Judas nos busca, que lo manden allí. Vamos.

Todos sienten borrasca en el ambiente y obedecen sin rechistar. Jesús sigue hablando con Bartolomé, adelantado algunos pasos respecto a los demás. Y oigo pasar grandes nombres en lo que dicen, Hil.lel, Yael, Barac; y glorias patrias, que pasan por la mente y las palabras; y comentarios de admiración sobre grandes doctores; y añoranzas en Bartolomé...

-¡Si viviera todavía el Sabio! Hil.lel era bueno. Pero también era fuerte. No se habría dejado turbar. ¡Habría emitido su propio juicio acerca de ti!
-¡No te lo tomes a pecho, Bartolmái! Bendice al Altísimo que lo ha llamado a su paz. El espíritu del Sabio no conoció así la turbación de tanto odio contra mí.
-¡Mi Señor! ¡No sólo odio!...

-Más odio que amor, amigo. Y así será siempre.
-No estés triste. Nosotros te defenderemos...
-No me angustia la muerte... sino el ver el pecado de los hombres.

-¡La muerte no!... No hables de muerte. No llegarán a tanto... porque tienen miedo...
-El odio será más fuerte que el miedo. Bartolomé, después de mi muerte, luego, cuando esté lejos, en el Cielo santo, di a los hombres: "El, más que por la muerte, sufrió por vuestro odio"...

-¡Maestro! ¡Maestro! ¡Maestro! ¡No hables así! Nadie te va a odiar hasta el punto de hacer que mueras. Y Tú siempre puedes impedirlo, Tú que eres poderoso...

Jesús sonríe con tristeza (yo diría: cansado), mientras sube con su paso mesurado el camino montano que conduce a Meirón, y que a medida que se eleva va descubriendo un vasto y bonito panorama sobre el lago de Tiberíades, visible a través de la brecha de una hoz, y sobre colinas cercanas que, en forma de arco, hacen de mampara a la vista del lago de Merón, y luego, más allá del lago de Tiberíades, sobre el altiplano de la Transjordania, hasta los recortados montes lejanos de Aurán, Traconítida y Perea.

Jesús señala, no obstante, en dirección norte-nordeste diciendo:
-Después de la Pascua tendremos que ir allá, a la tetrarquía de Filipo; en cuanto tengamos tiempo, para estar de nuevo para Pentecostés en Jerusalén.
-¿Pero no te convendría más hacerlo ahora? Pasando a la Transjordania, hacia el nacimiento del Jordán... volviendo por la Decápolis...  
Jesús se pasa la mano por la frente, con gesto cansado, como cuando uno tiene la mente ofuscada, y susurra:
-No sé, no sé todavía!... ¡Bartolomé!...

¡Cuánto desconsuelo, dolor, invocación hay en la voz!...
Bartolomé se curva un poco, como herido por ese tono extraño y nuevo en Jesús, y dice, congojoso de amor:

-¿Maestro? ¿Qué te pasa? ¿Qué quieres del viejo Natanael?
-Nada, Bartolmái... Tu oración... Por que vea bien lo que hay que hacer... Pero, nos llaman, Bartolmái... Parémonos aquí...
Y se paran junto a un grupo de árboles.

Se ve por la curva del sendero a los otros, en grupo:
-Maestro, Judas nos sigue, corriendo a toda velocidad...
-Bueno, pues lo esperamos.

Judas, en efecto, aparece pronto, corriendo...
-Maestro... Me he retrasado... Me he quedado dormido y...
-¿Dónde, si en casa no te he encontrado? -pregunta extrañado Andrés.

Judas se queda confundido un momento, pero rápidamente se rehace y dice:

-¡Oh, siento que mi penitencia haya quedado manifiesta! He estado en el bosque, toda la noche, orando, haciendo sacrificio... Al alba me ha vencido el sueño... Soy una persona débil... Pero el Señor altísimo tendrá compasión de su pobre siervo. ¿No es verdad, Maestro? Me he despertado tarde y todo dolorido.
-Efectivamente, tienes una cara muy deslucida -observa Santiago de Zebedeo.

Judas se echa a reír:
-¡Sí! ¡Ya! Pero tengo el alma más contenta. La oración sienta bien. La penitencia da un corazón alegre, y también humildad y generosidad. Maestro, perdona a tu necio Judas... -y se arrodilla a los pies de Jesús.
-Sí. Levántate y vamos.

-Dame la paz con un beso tuyo. Será la señal de que me has perdonado los malos humores de ayer. No deseé estar contigo, es verdad. Pero era porque quería orar...
-Habríamos podido orar juntos...

Judas se ríe y dice:
-No, no podías orar conmigo esta noche, estar donde yo estaba...
-¡Esta sí que es buena! ¿Por qué? ¡Está siempre con nosotros, y nos ha enseñado Él a orar! -dice Pedro asombrado.

Todos se echan a reír. Pero Jesús no se ríe. Fija sus ojos en Judas, que lo ha besado y ahora lo está mirando con ojos jocosos de punzante malicia, como si lo desafiara.

Tiene la osadía de repetir:

-¿No es verdad que no podías estar conmigo esta noche?

-No podía. No podía y no podré nunca, en efecto, compartir los abrazos de mi espíritu y mi Padre con un tercero, todo carne y sangre, como eres tú, y en los lugares a donde tú vas.

Amo la soledad poblada de ángeles, para olvidar que el hombre es un hedor de carne corrompida por la sensualidad, el oro, el mundo y Satanás.

Judas ya no se ríe ni siquiera con los ojos. Responde serio:

-Tienes razón. Tu espíritu ha visto la verdad. ¿A dónde vamos ahora?

-A venerar las tumbas de los grandes rabíes y héroes de Israel.

-¿Qué? ¿Cómo? Pero si Gamaliel no te ama. Pero si los otros te odian -dicen muchos de los presentes.

-No importa. Yo me inclino ante las tumbas de los justos que esperan Redención. Voy a decir a sus huesos: "Pronto Aquel que os espiró vuestro espíritu estará en el Reino de los Cielos, pronto para bajar de allí al extremo Día, para hacer que viváis de nuevo, eternamente, en el Paraíso". Caminan, caminan hasta que encuentran el pueblo de Meirón. Bonito, bien cuidado, lleno de luz y de sol, situado entre fértiles colinas y cumbres.

-Detengámonos. Por la tarde iremos hacia Yiscala. Las grandes tumbas están esparcidas por estas pendientes, en espera de su glorioso despertar.