La oración es el oxígeno del alma

Fr Broom
“El que huye de la oración huye de todo lo que es bueno”, dice san Juan de la Cruz. Los pulmones sin aire se colapsan; lo que el aire es para los pulmones, la oración es para el alma.  San Pablo nos exhorta: “oren sin cesar” (1 Ts 5,17).  San Pablo en su carta a los Efesios dice: “Oren en todo momento”. (Ef 6,18)  Jesús en el Huerto de los Olivos dijo a los Apóstoles: ”Velad y orad” (Mt 26,41).  Pero los Apóstoles descuidaron la oración y acabaron abandonando a Jesús cuando más los necesitaba. Este es el nexo, quién no ora sucumbe al pecado. Cuando oramos más y con mayor fervor, nuestra alma recibe la gracia de Dios en mayor proporción, la gracia nos fortalece para que podamos rechazar los caprichos del cuerpo, los insistentes ataques del diablo y las siempre presentes seducciones del mundo que nos rodea.
¿Qué podemos hacer para orar con mayor fervor y determinación?
1.  ¿CUÁNDO?  ¿Cuándo podemos orar?  La respuesta es sencilla: podemos elevar el corazón y la mente a nuestro Padre amoroso en cualquier momento.  Dios es un padre paciente, que nos espera siempre.  Si buscamos a Dios en la oración, no pasará lo que tan a menudo sucede cuando tratamos de comunicarnos con alguien por teléfono y encontramos la linea ocupada.  La linea de comunicación con nuestro Padre Celestial nunca está ocupada.  En el momento que buscamos Dios en la oración, Dios nos escucha.  ¡Qué bueno es nuestro Dios!
2.  ¿DÓNDE?  No sólo podemos hablar con Dios en cualquier momento, podemos hablar con Él en el lugar que nos encontremos.  La omnipresencia de Dios es uno de sus atributos  – Dios está presente en todas partes.  San Pablo, citando al poeta griego revela esta verdad: ”En Él vivimos, nos movemos y existimos.”  Nosotros fácilmente nos olvidamos de Dios, pero Dios no se olvida de nosotros, ni por una fracción de un segundo.  ¡Dios nos ama incondicionalmente!
3.  ¿POR QUÉ?  ¿Porque debemos orar?  Hay un sinfín de razones.  Pero quizás la más poderosa sea esta:  por la salvación de nuestra alma.  Escuchemos lo que nos dicen dos grandes santos sobre la importancia de la oración respecto a la salvación de nuestra alma.  Empecemos con san Agustín.  San Agustín antes de su conversión luchó fuertemente y por muchos años para librarse del la esclavitud de la lujuria.  San Agustín, Doctor de la Gracia, nos enseña con pequeños poemas: ”Quién reza bien, vive bien; quién vive bien, muerte bien; quién muere bien, todos está bien.”  ¡Muy bien dicho san Agustín!  Ahora veamos lo que dice uno de los más grandes maestros – san Alfonso María Ligorio.  El Catecismo de la Iglesia Católico cita a san Alfonso.  Leamos estas palabras sólidas y convincentes: ”Quién reza bien se salvará, quién no reza se condenará.”  ¡Palabras explosivas!  Una afirmación fuerte ¿usted que piensa?
4.  ¿QUIÉN?  Cuando oro ¿a quién dirijo mi oración?  Daremos una respuesta sencilla y otra no tan sencilla.  Claro, podemos hablar con Dios.  Podemos dirigirnos a una o las tres Personas de la Santísima Trinidad – al Padre, Hijo o Espíritu Santo.  Pero debemos saber, que en el cielo todos llegan a formar una familia.  Por lo tanto, podemos dirigir nuestra oración a Maria la Madre de Dios, a los ángeles o a los santos.  En cierto sentido, hay gran libertad en la oración.  Podemos elevar nuestro corazón en la oración con Dios uno y Trino, Maria, los ángeles y los santos en cualquier momento.  Podemos hablar con ellos de todo que está en nuestro corazón.  En la oración gozamos de la libertad de los hijos e hijas de Dios.
5.  ¿QUÉ?  Muchos no saben qué decir en la oración.  Pero repito, en la oración tenemos mucha libertad.  Usemos estas siglas como ayuda memoria para expresar los movimientos del corazón.  C.A.S.A.  La letra ”C” representa la palabra ”contrición”.  Debemos tener un corazón contrito, arrepentido y humilde por las veces que pecamos contra Dios.  Pidámosle a Dios perdón por nuestros pecados.  ”A” representa la palabra ”adoración”.  Unamos nuestra oración a la alabanza de los ángeles y glorifiquemos y adoremos a Dios.  ”S” representa la palabra ”súplica”.  Debemos suplicar y pedir a Dios nuestro pan de cada día.  Jesús mismo nos dice: ”Pedir, y se te os dará; buscar, y hallares; llamar, y se te abrirá.” (Mt 7, 7-8)  Y la última ”A” representa ”acción de gracias”.  En verdad, todo lo que tenemos es un regalo de Dios y si lo único que hacemos en nuestra oración es dar gracias a Dios, esto bastaría. Como punt0 de motivación, consideremos con espíritu de oración las palabras de san Pedro de Alcántara tomadas de san Lorenzo Justiniano sobre la fuerza de la oración.
  En la oración el alma se purifica de sus pecados, la caridad se alimenta, la fe se afianza, la esperanza se fortalece, el corazón se purifica, la verdad se descubre y la tentación se vence. Por otra parte, la tristeza huye, los sentidos se renuevan, la virtud enflaquecida se robustece, la tibieza se expulsa, se destruye el orígen de los vicios y en ella crece el anhelo del cielo como un fuego vivo en el que arde la llama del amor divino. ¡Qué grandes son las excelencias de la oración!  ¡Qué grandes sus privilegios! Gracias a ella se nos abren los Cielos, se nos manifiestan los secretos y Dios nos escucha con oídos atentos.

O Señora mía, o Madre mía, tu guardaste la Palabra de Dios en tu Inmaculado Corazón, ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.  Amén.