Jesús al P. Ottavio Michelini


— Señor, he dado en visión tu mensaje de la participación de la Santísima Virgen en el Misterio de la Cruz”  a algunas personas. Han encontrado dificultad en creer en él se ha dicho con relación a la presencia de Ma­ría Santísima en el Sacrificio de la Santa Misa en el ofre­cimiento que Ella, unida a Ti, hace de Sí misma al Padre.

Esto te dice, hijo mío, que los buenos aún no han intuido nada o casi nada de la esencia del Cristianismo. Podrás también comprender qué cosa sabrán aquellos que a ti te pueden parecer menos buenos. . .

En mis precedentes mensajes se ha afirmado muchas veces que Yo soy El Amor y que en el Mandamiento del Amor está toda la ley y los profetas. Pero la naturaleza del amor comporta en su manifestación el dar y el darse.
Yo, Dios he da­do todo a vosotros y me he dado, todo Yo mismo a vosotros. Yo Dios he dado a vosotros la Vida, Yo Dios he dado a vosotros la Redención.
 Yo os he dado el universo, Yo os he dado la tierra, esta maravillosa casa en que habitáis (y que estáis desfigurando) y eso que es la casa del exilio. 

Aire, luz, sol, calor, frío, mares y ríos, montes y fértiles llanuras, plantas, frutas y flores, animales y peces de todo género y especie; son todos dones de mi amor.
Pero Yo no soy sólo el amor sino el Amor eterno, infinito, increado. No bastaba haberos dado todo, toda la obra de mi creación sino que he querido darme a Mí mismo: Yo, El Creador, el Señor de todos y de todo, El Dios Omnipotente, omnipresente y omnisciente. 
Me doy continuamente a vosotros en el Misterio de la Cruz real­mente perpetuado, incesantemente consumado y renovado en el Misterio de la Santa Misa.

Vive de Mí

El amor por su naturaleza tiende a la unión por ley sobrenatural y natural. Yo Dios Omnipotente puedo todas las cosas, puedo saciar mi sed ardiente de amor dándome enteramente a vosotros para ser con vosotros una sola cosa como Uno soy con el Padre y el Espíritu Santo. Somos Tres en Uno exactamente por esta ley del amor.

Después de Mí, la Criatura cuyo amor es sin límite, es Mi Madre, obra maestra de la Santísima Trinidad. Ella, asociada a Mí en el Misterio de la Encarnación y en el Misterio de la Cruz no podía dejar de estar asociada a Mí en el Misterio de la Santa Misa que es el mismo Mis­terio de la Cruz aunque incruento.
Hijo, si el amor me ha llevado a unirme a vosotros en el Misterio Eucarístico, con mayor razón me lleva a unir­me a Mi Madre en una comunión perfecta, única en toda la historia de la humanidad. Confirmo que Ella vive de Mí, de mi Naturaleza divina como Yo vivo de Ella, de su naturaleza humana.

Por tanto, es lógico que donde estoy Yo Ella tam­bién esté; es más, es por necesidad de la naturaleza del amor.

Mi Madre no solamente aceptó el sacrificio de la Cruz consumado en aquel momento histórico sino que ha aceptado también el Sacrificio de la Cruz en su extensión en el tiempo. 

No habría sido perfecto su amor si no hubiese sido así: por tanto es verdaderamente real su presencia en la Santa Misa como en el Calvario; es verdaderamente real el ofre­cimiento de Sí misma al Padre conjuntamente Conmigo, con mi ofrecimiento. 

Es verdaderamente real su “fiat” en el Calvario como en el Altar para la remisión de vuestros pecados: si no fuera así, no sería corredentora.

Corredentora fue, es y será Conmigo en su perfecta comunión,  como Yo estaré en comunión con vosotros en la eternidad: ahora unidos mediante el Misterio de la fe para quien en ello cree y de ello vive, en la eternidad en una comunión perfecta en la recíproca e intercambiable donación mía y vuestra en la gloria del Paraíso.

Tome su cruz

¿Por qué, hijo mío, muchos cristianos y también muchos sacerdotes no quieren profundizar, creer y vivir estas sublimes realidades divinas?
Están demasiado distraídos para hacerlo, están demasiado afanados en sus pequeñas y transitorias vicisitudes coti­dianas.  Si se ocuparan de estas realidades, ¡qué gran­des resplandores de luz penetrarían las' tinieblas que en­vuelven almas, familias,  pueblos, la misma Iglesia mía! 

¡Qué lluvia de gracias haría brotar de mi Co­razón abierto! ¡Cuántas almas serían arrancadas del infierno y cuánta alegría darían a Mi Corazón Misericordioso tan atrozmente acongojado!

Si los así llamados buenos no consiguen a entender nada o casi nada del móvil de su creación y de su redención, si muchos de mis mismos sacerdotes consideran baratijas de poca cuantía los prodigios de mi amor, (bien lejos por eso de vivirlos ellos, mis ministros, los administradores de los frutos de mi redención), si las almas consagradas, religiosos y religiosas frecuentemente vi­ven una piedad superficial, formalista por la concepción materialista de la vida, con todo esto puedes entender e imaginar el estado de salud espiritual de Mi Cuerpo Mís­tico.

Yo he venido a traer el fuego a la tierra;  es nece­sario que este fuego arda en las almas.  Pero no hay alternativas para esto: uno es el camino para todos, en particular para las almas consagradas. Quién quie­ra venir en pos de Mí tome su Cruz y niéguese a sí mis­mo.  A nadie he prometido el paraíso en la tierra. 
Es ne­cesario convencerse que la vida terrena es una prueba; la prueba sólo se la puede superar viniendo en pos de  Mí. Hijo, quién obstinadamente se cierra a mi Amor, se despertará al rigor de la divina Justicia.

Teresa del Niño Jesús

Hoy se celebra la fiesta de una pequeña y grande al­ma: Teresa del Niño Jesús. En esta alma se deberían ins­pirar los sacerdotes y todas las almas consagradas. 
¿Cuál es el secreto de su rápido y vertiginoso ascenso hacia las altas cimas de la santidad, de la perfección?
Su humilde, simple, perseverante y sensibilísima correspondencia a ca­da impulso de mi Gracia.(...)