Un Bergoglio pacifista, contra las armas

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Hace un par de meses Francisco publicaba en su cuenta de twiter

No dejan de sorprenderme las afirmaciones de Francisco, él siempre parece que trae un nuevo mensaje, él parece que se reinventa cada vez que habla o escribe algo, pero como un sabio y santo decía, las majaderías están todas inventadas, lo mismo que las herejías podíamos decir.
Hoy parece que Francisco con su mensaje quiere resucitar ese rancio espíritu pacifista de los años 70, “Hagamos el amor y no la guerra” , ese espíritu rancio , pero que ha impregnado el mensaje cristiano , hasta adulterarlo. En apoyo de Francisco hablaba también el Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, el Cardenal Turkson, y nos aseguraba que hay que abandonar la “teoría” de la guerra justa y que eso es lo que quiere el Papa,
Cuando lees y oyes tanta majadería no dejas de pensar que la maquinaria de demolición está en marcha, hoy le toca al punto del catecismo de la guerra justa, ayer le tocó al punto de la pena de muerte y así poco a poco vamos eliminando todos aquellos puntos que nos estorban.
Pero si Francisco siempre sorprende, los que no dejan de sorprender son siempre aquellos que ayer leían el catecismo y lo alababan y hoy alaban al que lo destroza, me refiero por supuesto a los papólatras, aquellos que aman la verdad siempre que no interfiera en sus intereses.
En defensa de la Verdad y del catecismo expondré la verdadera doctrina católica de la paz y de la guerra justa:
“El mal o el bien no están en las armas, sino en el corazón de los hombres.
La guerra no es un mal intrínseco, hay guerras buenas porque hay agresores injustos a los que se debe hacer frente. Esta es la doctrina católica tradicional de la guerra justa (Catecismo de la Iglesia Católica 2309) y no la “teoría” de la guerra justa como dice el cardenal Turkson: contra el agresor injusto debe oponerse la justa defensa y defensa en el sentido más amplio, que no solo implica defenderse uno mismo, sino también defender a otros, injustamente atacados, oprimidos o perseguidos.
Lejos de ser un mal moral intrínseco, la guerra, cuando es justa, se convierte en un derecho (CIC 2308) y un deber moral (CIC 2310). Como dice Santo Tomás, “entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos”. 
la idea de que la violencia es intrínsecamente mala sería una sorpresa para los innumerables santos que fueron soldados, capellanes castrenses, encabezaron ejércitos, predicaron cruzadas o castigaron duramente a criminales, como San Fernando, San Ignacio, San Francisco de Borja, San Bernardo, San Sebastián, Santa Juana de Arco, San Expedito, San Martín, San Nuño, San Acacio, San Ladislao, San Guillermo de Tolosa, San Marcelo, San Artemio, San Alfredo, el beato Pedro Largo, el beato Felipe Powel, San Lorenzo de Brindisi, el Beato Marco de Aviano, San Luis de Francia, San Segismundo, San Eduardo, San Enrique, San Edmundo de Anglia, San Boris de Bulgaria, San Olaf, San Francisco Trung Van Tran y otros muchos en una larguísima lista. Igualmente quedarían sorprendidos los miles y miles de católicos que trabajan como soldados, policías o guardias de seguridad, considerando que hacen la voluntad de Dios al empuñar las armas en su nombre, siguiendo con sencillez lo que siempre ha enseñado la Iglesia y lo que manda la Palabra de Dios: Todo lo que hagáis, sea de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús.
El pacifismo a ultranza no es una doctrina católica. De hecho, es frontalmente contrario a esa doctrina y, por ello, forzosamente lleva a condenar los dos milenios de historia de la Iglesia como errados y políticamente incorrectos. Basta rascar un poco para descubrir que no es más que otro caso de cronolatría, que mira por encima del hombro a los siglos anteriores de la Iglesia, basada en el espectacularmente erróneo presupuesto de que somos mejores que los que nos han precedido. ¿De verdad se cree alguien que somos más sabios que Santo Tomás y San Agustín, más pacíficos que San Francisco y San Bernardo y moralmente mejores que San Pablo, San Juan Bautista y el mismo Cristo?
Resulta especialmente irritante que nos presenten ese pacifismo como postura moralmente superior.
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