Anécdotas sobre los ángeles



San Francisco de Sales (1567-1622) antes de predicar un sermón pasaba su vista por todos los asistentes, pidiendo a sus ángeles que dispusieran debidamente sus almas para escuchar sus palabras. A esto atribuía el gran efecto de sus sermones para convertir pecadores.

Sta Margarita Mª de Alacoque (1647-1690) escribe en su Autobiografía: "Tenía la dicha de gozar frecuentemente de la presencia de mi ángel custodio y de ser también frecuentemente reprendida por él... No podía tolerar la menor inmodestia o falta de respeto en la presencia de mi Señor sacramentado, ante el cual lo veía postrado en el suelo y quería que yo hiciese lo mismo... 

Siempre lo encuentro dispuesto a asistirme en mis necesidades y nunca me ha rehusado nada que le haya pedido... Un día Jesús me dijo: Hija mía, no te aflijas, pues quiero darte un custodio fiel que te acompañe a todas partes y te asista en todas tus necesidades exteriores e interiores, impidiendo que tu enemigo se aproveche de las faltas en que crea que te ha hecho caer por sus sugestiones... 

Tal fuerza me comunica esta gracia que parece que ya nada tengo que temer, porque este fiel custodio de mi alma me asiste con tanto amor que me libra de todas esas penas... Cuando el Señor me visitaba, no veía ya a mi ángel. Le pregunté la causa y me dijo que, durante todo ese tiempo, estaba él postrado con profundo respeto, rindiendo homenaje a su grandeza infinita que se abajaba hasta mi pequeñez; y, en efecto, así lo veía, cuando mi divino Esposo me favorecía con sus amorosas caricias". (Memoria a la M. Saumaise).

La beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824) dice: "Mi ángel me acompaña con frecuencia; unas veces, va delante de mí; otras, a mi lado. Siempre está silencioso o reposado y acompaña sus breves respuestas con algún movimiento de la mano o con alguna inclinación de cabeza. Es brillante y transparente; a veces, severo o amable. Sus cabellos lisos, sueltos y despiden reflejos. Lleva la cabeza descubierta y viste un traje largo y resplandeciente como el oro. Hablo confiadamente con él y me da instrucciones. A su lado siento una alegría celestial... He visto, en ocasiones, ángeles sobre comarcas y ciudades protegiéndolas y defendiéndolas".

San Antonio María Claret (1807-1870) escribe en su Autobiografía que el 21 de setiembre de 1839, al llegar a Marsella para embarcarse para su viaje a Roma, se le presentó un caballero que "estuvo conmigo tan fino, tan atento, tan amable y tan ocupado de mí, durante aquellos cinco días, que parecía que un gran Señor le enviaba para que me cuidara con todo esmero. Más parecía ángel que hombre: tan modesto, tan alegre y grave al mismo tiempo, tan religioso y devoto, que siempre me llevaba a los templos, cosa que a mí me gustaba mucho. Nunca me habló de entrar en ningún café ni cosa semejante, ni jamás le vi comer ni beber". ¿Sería su ángel? Él mismo nos dice también que, durante las muchas persecuciones que padeció de sus enemigos, conocía visiblemente la protección de la Santísima Virgen y de los ángeles y santos. "La Santísima Virgen y sus ángeles me guiaron por caminos desconocidos, me libraron de ladrones y asesinos y me llevaron a puerto seguro sin saber cómo" (c. 31).

Santa Catalina Labouré (1806-1876) tuvo la suerte de ver a su ángel bajo la figura de un niño, que la despertó en la noche del 18 de julio de 1830. Era bellísimo, vestido de blanco y hablaba con una voz celestial, y le dice: "Vete a la capilla, pues allí te espera la Bienaventurada Virgen María, yo te acompaño". Se viste rápidamente y sigue al ángel a la capilla. A su paso, las lámparas se encienden automáticamente y las puertas se abren. Al llegar a la capilla, estaba ya iluminada. Cuando aparece María, ella va a refugiarse en su regazo y siente una alegría de cielo. María, entre otras cosas le dice, señalándole el sagrario, que, cuando tenga problemas, acuda a Jesús sacramentado.

Por el P. Angel Peña