Santa Gema Galgani y los ángeles



Santa Gema Galgani (1878-1903) escribe en su Diario: "Jesús no me deja estar sola un instante, sino que hace que esté siempre en mi compañía el ángel de la guarda... El ángel, desde el día en que me levanté, comenzó a hacer conmigo las veces de maestro y guía; me reprendía siempre que hacía alguna cosa mal y me enseñaba a hablar poco". A veces, el ángel le amenazaba de no hacerse ver más, si no obedecía al confesor en todo. Y le llamaba seriamente la atención, cuando hacía algo mal y la corregía constantemente para que fuera perfecta en todo. En ocasiones, le daba ciertas normas: "Quien ama a Jesús, habla poco y soporta mucho. Obedece puntualmente y en todo al confesor sin replicar. Cuando cometas alguna falta, acúsate de inmediato y pide disculpas. Acuérdate de guardar tus ojos y piensa que el ojo mortificado verá las maravillas del cielo" (28 de julio de 1900).

Muchos días, cuando se despertaba por la mañana, lo encontraba cuidándola a su lado, la bendecía y desaparecía de su vista. Y le insistía mucho en que "el camino más corto y verdadero (para llegar a Jesús) es el de la obediencia" (9-8-1900). Un día le dijo: "Yo seré tu guía y tu compañero inseparable".

El ángel le dictaba cartas: "Muy pronto escribiré a la M. Josefa, pero necesito esperar a que venga el ángel de la guarda y me la dicte, porque yo no se qué decirle". Le escribía a su director: "Después de su partida he quedado con mis queridos ángeles, pero sólo dos, el suyo y el mío, se dejan ver. El suyo ha aprendido a hacer lo que hacía usted. Por la mañana viene a despertarme y por la noche me da su bendición... Mi ángel me abrazó y me besó muchas veces... Él me levantó del lecho, me acarició tiernamente y besándome me decía: Jesús te ama mucho, ámale tú también. Me bendijo y desapareció...

Después de comer me sentí mal, entonces el ángel me trajo una taza de café al que echó unas gotas de un líquido blanco. Estaba tan rico que, inmediatamente, me sentí curada. Después me hizo descansar un rato. Muchas veces, le hago pedir permiso a Jesús para que esté en mi compañía toda la noche; va a pedírselo y vuelve, no abandonándome, si Jesús le autoriza, hasta la mañana siguiente" (20-8-1900).

El ángel le hacía de enfermero y le llevaba cartas al correo. "La presente, le escribe a su director, el Padre Germán de San Estanislao, se la entrego a su ángel custodio, que me ha prometido entregársela, haga usted otro tanto y se ahorra unos céntimos... El viernes por la mañana expedí una carta por medio de su ángel custodio, que me prometió llevársela, así que supongo la habrá recibido. La tomó él con sus propias manos". A veces llegaban a su destino en la boca de un pajarito, como lo vio su director, que escribe: "Ella le daba encargos a su ángel para el Señor, la Santísima Virgen y sus santos protectores, entregándole cartas cerradas y selladas para ellos con el encargo de traerle la contestación, que efectivamente llegaba... ¡Cuántas veces estando hablando con ella y preguntándole, si su ángel estaba en su puesto para hacerle guardia, Gema dirigía con encantadora desenvoltura la mirada hacia el lugar y, mirándole, quedaba extasiada y sin sentidos todo el tiempo que lo contemplaba!".

Sor Magdalena de la Cruz, que murió santamente el 30 de noviembre de 1919, desde los cinco años comenzó a ver a su ángel custodio, un arcángel que Dios le había destinado para guiarla. Escribió un Diario, donde consignó todas las conversaciones con Jesús, María y su ángel custodio. Ella dice: "Yo veo a mi ángel a menudo, lo envío a veces a mis hijos espirituales y le pido que me ayude. Es un ángel muy hermoso, con cabellera de oro... A veces, se sonríe dulcemente, especialmente, cuando le encargo oficios para mis hijos espirituales... Ningún sacerdote debería dejar de saludar al ángel de su Iglesia, de la parroquia a que pertenece. Las gracias que puede recibir son grandes, pero raras veces se piden y se reciben... Cada diócesis, cada reino, cada Orden religiosa tiene su propio ángel".

Santa Faustina Kowalska (1905-1938) escribe en su Diario: "Mi ángel me acompañó en mi viaje hasta Varsovia. Cuando entramos en la portería (del convento) desapareció... Cuando de nuevo salimos con el tren de Varsovia hasta Cracovia, lo vi nuevamente a mi lado. Cuando llegamos a la puerta del convento, desapareció" (I, 202).

"Durante el viaje vi que, sobre cada Iglesia que se veía al pasar, había un ángel, pero con un esplendor más tenue que el del espíritu que me acompañaba. Y cada uno de los espíritus, que custodiaban los sagrados edificios, se inclinaba ante el espíritu que estaba a mi lado. Agradecía a Dios por su bondad, dado que nos da unos ángeles por compañeros. ¡Oh, cuán poco la gente piensa en esto, que tiene siempre a su lado tal huésped y al mismo tiempo testigo de todo!" (II, 88).
Un día, estando enferma... "de improviso, vi junto a mi cama a un serafín, que me alcanzó la santa comunión, pronunciando estas palabras: He aquí al Señor de los ángeles. El hecho se repitió durante trece días... El serafín estaba circundado de un gran resplandor y se transparentaba de él la divinización y el amor de Dios. Tenía una túnica dorada y encima de ella llevaba un sobrepelliz transparente y una estola también transparente. El cáliz era de cristal y estaba cubierto de un velo transparente. Apenas me dio al Señor desapareció" (VI, 55). "Un día le dije a este serafín: ¿Me podrías confesar? Pero él me respondió: Ningún espíritu celeste tiene este poder" (VI, 56). "Muchas veces Jesús me hace conocer de modo misterioso que una alma agonizante necesita de mis plegarias, pero, frecuentemente, es mi ángel custodio quien me lo dice" (II, 215).

La Vble. Consolata Betrone (1903-1946) fue una religiosa capuchina italiana, a quien Jesús pidió repetir constantemente el acto de amor: "Jesús, María, os amo, salvad almas". Y Jesús le decía: "No tengas miedo, piensa sólo en amarme, yo pensaré en ti y en todas tus cosas hasta en los más mínimos detalles". A una amiga, Giovanna Compaire, le decía: "Por la tarde reza a tu buen ángel custodio para que, mientras tú duermes, él ame a Jesús en tu lugar y te despierte a la mañana siguiente, inspirándote el acto de amor. Si eres fiel en rezarle cada tarde, él será fiel cada mañana en despertarte con un "Jesús, María, os amo, salvad almas".


Padre Peña