Volver de Misa con las manos vacías


¿Y qué sería si, después de ir a la Santa Misa, volvieseis con las manos vacías, efecto de vuestra charlatanería, de vuestra curiosidad y distracciones voluntarias? Escuchad el caso que voy a referir. 

Una buena mujer que habitaba en un pueblecito a cierta distancia de la iglesia, resolvió y prometió a Dios oír un gran número de Misas durante un año, a fin de alcanzar una gracia que deseaba vivamente. Por esta razón, en el momento en que sonaba la campana de una ermita, interrumpía de repente sus ocupaciones, y se dirigía con prontitud a la iglesia a pesar de la lluvia, de la nieve y de todas las intemperies de la estación. 

Cuando volvía a su casa procuraba apuntar las Misas oídas, con el fin de tener la seguridad de que era puntual en el cumplimiento de su promesa, a cuyo efecto colocaba por cada Misa un haba en una cajita que cerraba con todo cuidado. Pasado el año, y no abrigando la menor duda de haber satisfecho con exceso lo que había prometido, alcanzado muchos méritos y proporcionado mucha gloria a Dios Nuestro Señor, abrió su caja: pero ¡cuál sería su sorpresa al encontrar una sola haba, de tantas como había depositado! 

En vista de tan inesperado suceso, entregóse a una profunda pena, y vertiendo lágrimas, fue a quejarse a Dios con las siguientes palabras: ¡Oh Señor! ¿Cómo es posible que de tantas Misas como he oído encuentre la señal de una? Yo jamás he faltado a ella, a pesar de los obstáculos de toda clase, a pesar de la lluvia, del hielo y del calor... ¿Cómo pues, ¡Dios mío! me explico este suceso? 

Entonces el Señor le inspiró el pensamiento de que fuese a consultar a un sabio y virtuoso sacerdote. Preguntóle éste por las disposiciones con que acostumbraba dirigirse a la Iglesia y por la devoción con que asistía al Santo Sacrificio. 

A esta pregunta contestó la pobre mujer, diciendo con toda verdad, que durante el tiempo que empleaba en ir de casa a la iglesia, no se ocupaba más que en negocios y bagatelas; y que mientras se celebraba la Santa Misa, estaba constantemente preocupada con los cuidados de la casa, o con los trabajos del campo y aun charlando con otras. 

He aquí, le dijo el sacerdote, la causa de que se hayan perdido todas estas Misas: los discursos inútiles e impertinentes, la disipación y las distracciones voluntarias os quitaron todo el mérito. 

El demonio se aprovechó de esto, y vuestro Ángel bueno llevó todas las habas que servían de señales, para daros a entender que el fruto de las buenas obras se pierde cuando no se practican bien. Por consiguiente, dad gracias a Dios porque a lo menos hay una que fue oída con gran provecho vuestro.

Ahora entra dentro de ti mismo y di: De tantas Misas como he
oído en el curso de mi vida, ¿cuántas habrá que Dios haya tomado en cuenta? ¿Qué te dice la conciencia? Si te parece que serán pocas las que hayan sido favorablemente recibidas del Señor, observa otro método en lo sucesivo. Y a fin de que jamás seas del número de aquellas desgraciadas que sirven de ministros al demonio, aun en las iglesias, para arrastrar almas al infierno

San Leonardo de Porto Mauricio