Cómo nos favorecen las almas del Purgatorio


—Entonces, Jesús, ¿me aprovecha también a mí ser devoto de las ánimas del Purgatorio?

Hijo mío, yo escucho tu oración por las pobres ánimas, recibo todo lo que por ellas me ofreces, y enseguida se lo aplico con los Ángeles. Ellas, te agradecen con toda el alma. Guardarán el recuerdo de tu favor y te lo pagarán, porque la ingratitud es extraña a aquellas ánimas santas. Aquellos que socorras con ruegos, se harán tus mayores amigos en el Purgatorio y nunca te olvidarán cuando posean su premio postergado. Las almas que libres del Purgatorio te quedarán eternamente obligadas; también sus Ángeles Custodios, mi Madre María y yo mismo. Si libras a un ánima del Purgatorio, tendrás en el Cielo a alguien que ruegue por ti, que ame, alabe y glorifique a Dios contigo y en tu lugar…
—¡Sí, y mucho! Mientras las socorras, rogarán por ti con gran fervor: en tus tribulaciones te consolarán; en los peligros te cuidarán; en toda necesidad te acompañarán, y así harán con tus parientes y amigos. Dedícales entonces frecuentes ruegos y ofréceles tus penas y obras de misericordia.

—Te prometo, oh buen Jesús, que de hoy en adelante las recordaré cada día; nunca llegaré a tu Persona sacramentada sin rogarte por ellas.

Oh Jesús, ¿qué recursos tengo, pues, para socorrer a las ánimas del Purgatorio? 

—No tienen número, hijo mío, y te vienen de mi Iglesia. Tan innumerables son como tus pensamientos, palabras, latidos del corazón y obras: todo puede aprovecharse para ayudarlas. Sus penas menguan con miles de acciones pequeñas, ya sean pensamientos buenos, palabras de caridad, mi nombre o el de mi Madre María repetido con reverencia, un suspiro compasivo por sus penas, una mirada piadosa al crucifijo o miles de otras prácticas similares hechas por su sufragio en Gracia de Dios. Las pequeñeces que en todo día y momento hieren tu mente, tus afectos, tus deseos o tu cuerpo; alguna palabra no muy suave, alguna humillación u ofensa, alguna ingratitud inesperada, la pena del trabajo, el trato menos soportable de alguien: todo eso puede servirte, hijo mío, para expiar pecados y socorrer a las ánimas del Purgatorio.

—Oh Jesús, ¡qué bien podré socorrerlas entonces con pequeñeces! ¡Qué misericordia la tuya, oh Jesús! ¡Que aceptes de nuestras manos esas cosillas para mitigar sus penas!…

—Sí, hijo mío, todo eso puedes aplicar a su socorro, y más aún la conformidad con mi voluntad en desdichas y cruces, en la indigencia y enfermedad. ¿Qué te cuesta, hijo mío, ofrecerme por ellas un acto de paciencia, de caridad, de resignación, de fe, de esperanza o de contrición?… ¿No me darías en nombre suyo las lágrimas que el quebranto te arranca, las penas y desgracias que la vida te presenta?…


—Para empezar, hijo mío, el Santo Sacrificio de la Misa. ¡Si supieras lo que es en sí y lo que vale para ti y para las ánimas del Purgatorio, seguramente no dejarías pasar día sin oír al menos una Misa! En el Sagrado Sacrificio, yo, como Sacerdote Eterno, me ofrezco como Víctima agradable a mi Padre en beneficio de vivos y difuntos. ¡Tan meritorio es este Sacrificio, que uno solo da más gloria a Dios que todos los Mártires con todos sus suplicios!…


En Misa yo mismo ruego y mi oración es atentida; encomiendo a mi Padre tus difuntos, ofreciéndole con mis méritos tus plegarias. María, mi Madre, ruega conmigo; y cuando tú oyes Misa, ruegas con nosotros. ¿Y podría tu oración quedar sin atender? Si mi Padre atiende la oración hecha en mi nombre; la hecha conmigo, ¿cuánto más la atenderá? Oye Misas con la reverencia que tendrías si presenciaras mi agonía y muerte en el propio Calvario. Cuando puedas, encarga tú en persona Misas por quienes debas o quieras socorrer en particular. No es poco el que cada Misa les trae, porque en ese momento mi Sangre les mitiga sus tormentos, cuando no las libra por completo. Hágate esto asiduo en procurar alegría especial a las ánimas del Purgatorio con mi Sacrificio.

—Oh Jesús, procuraré entonces, de serme posible, oír Misa diaria por las ánimas del Purgatorio. ¿Y con qué más puedo socorrerlas?

—Después del Santo Sacrificio de la Misa, la Comunión te da cómo socorrerlas en mucho. Ven, hijo mío, ven a recibirme a menudo en este Sacramento; y, cuando yo esté en tu pecho como en trono de gracia, ruégame por las pobres ánimas y aplica a sus necesidades el mérito de tus comuniones. Así estarás ofreciéndoles la obra más santa y meritoria que por ellas puedas hacer en esta tierra.