El Cura de Ars y el Demonio



Pero no sólo fueron los hombres quienes le dieron disgustos y problemas, el diablo, con el permiso de Dios, no se quedó atrás. A veces le ponía tentaciones de desesperación y le decía: Caerás al infierno. El diablo le llamaba come-patatas, porque ese era casi su único alimento. Y él le llamaba al diablo Grappin (palabra introducible que podría significar algo así como El garras).

Por las noches, el diablo lo molestaba con continuos ruidos para que no pudiera dormir. Su confesor, el padre Beau, le preguntó qué hacía para defenderse y le contestó: Me vuelvo a Dios, hago la señal de la cruz y digo algunas palabras de desprecio al demonio. Por lo demás he advertido que el estruendo es mucho mayor y los asaltos se multiplican, cuando al día siguiente ha de venir algún gran pecador.


El diablo variaba los medios de ataque. No se contentaba con hacer ruidos y tocar las puertas para no dejarle descansar. A veces, se ocultaba debajo de la cama y hasta debajo de la cabecera y, durante toda la noche daba junto a su oído gritos agudos o gemidos lúgubres o débiles suspiros que, en ocasiones, eran como los estertores de un enfermo en agonía.

Un día de 1826, durante el jubileo de Saint-Trivier-sur-Moignans, fue invitado con otros sacerdotes a ayudar. La primera noche se quejaron varios compañeros de ruidos extraños que provenían de su cuarto. Él les dijo que no tuvieran miedo, que era el demonio. Ellos no le creyeron. Le dijeron: Usted no come, no duerme y tiene pesadillas. Él no les respondió, pero a la noche siguiente se oyó un ruido como de un carro que hacía temblar el suelo. Parecía que la casa se venía abajo. Se levantaron todos y fueron corriendo a la habitación del padre Vianney. Lo encontraron acostado tranquilamente en su cama, que manos invisibles habían arrastrado hasta el centro de la habitación. Les dijo: Es el demonio quien me ha arrastrado hasta aquí y ha causado todo el alboroto. No es nada, lo siento, pero es buena señal. Mañana caerá algún pez gordo (gran pecador).

Al día siguiente, todos quedaron asombrados al ver al señor de Murs, noble caballero, que se fue a confesar con él, pues hacía mucho tiempo que estaba alejado de la Iglesia. Su conversión causó una profunda impresión entre los habitantes del pueblo. Y los sacerdotes empezaron a tomar en serio al santo cura de Ars y no creer que era un pobre soñador.

Otro día el demonio le quemó su habitación. Era el día 23 ó 24 de febrero de 1857. Estaba nuestro santo oyendo confesiones en la iglesia, donde estaba expuesto el Santísimo sacramento y le avisaron que salían llamas de su habitación. Él les dio la llave y les dijo: El Garras no ha podido coger al pájaro y ha quemado la jaula.

El padre Monnin, que fue inmediatamente a ver el fuego, dice que el fuego se detuvo ante la imagen de santa Filomena que estaba sobre la cómoda y, a partir de ese lugar, trazó con precisión geométrica una línea directa de arriba abajo destruyendo cuanto había de la parte de acá de la reliquia y destruyendo lo de la parte de allá. El incendio se produjo sin causa aparente y así también se extinguió. Y fue prodigioso que no llegase al techo muy bajo, viejo y seco, que hubiera ardido como paja.




Libro del P Peña, Perú