El P Lamy, los ángeles y un prodigio


Cuando supe que íbamos a tener una catástrofe en La Courneuve, empecé a rezar las letanías todos los días después de la misa. Era al principio de la guerra: puedo equivocarme en ocho días, quince días o un mes. Eran los santos ángeles los que me hablaron de la catástrofe, y no la santísima Virgen. Ella me había dejado entrever la explosión y yo le había suplicado que salvara las vidas. Le dije: “Santa Madre de Dios, ¡salva las vidas!”. Ella no me contestó, pero consideré la cosa como otorgada desde ese momento. Estas oraciones se rezaban desde el principio de la guerra y hasta la explosión, con un “Acordaos”. Después, las dije en agradecimiento.

El diablo no estaba contento, porque pensaba pescar en río revuelto. Me reprochó rezar las letanías delante de la santísima Virgen. Él es un fariseo. Ella le dijo: “Él las dice después de las oraciones prescritas por León XIII. Es el principio de su acción de gracias”. No fue mucho tiempo antes de la explosión. No conocía el día de la explosión. En La Courneuve, no hubo muertos, pero sí novecientos heridos.

Un día, me parecieron muy sucios los vidrios de la iglesia y quise limpiarlos, pero escuché al santo arcángel Gabriel y a mi ángel, que, hablando entre ellos, decían: “Es inútil”. Entonces, no los limpié. Muchas veces, cuando ellos quieren darme una buena lección, hablan juntos y me dejan escuchar la conversación. Pocas horas después, llegó la catástrofe y los vidrios volaron por el aire. Yo, que siempre me quedaba mucho tiempo en la iglesia, fui inspirado ese día. Esa inspiración me vino seguramente de los ángeles. No me quedé rezando ni una hora, ni media hora, ni siquiera diez minutos: me fui a París para comprar recuerdos para las primeras comuniones. Poco tiempo después, todo saltaba por el aire, la bóveda se rompía y montones de tejas se caían dentro de la iglesia.
Cuando sucedió la explosión, yo estaba en Aubervilliers, a cien metros de la iglesia, en el tranvía. Me volví a La Courneuve sin tranvía, en medio de los cascotes. Sentía un sofoco muy grande. Cuando daba las absoluciones, ya no sabía lo que hacía. A la fábrica Chabert habían transportado los novecientos heridos. Yo estaba lleno de sangre. Los médicos se relevaban, ¡pero estando solo no podía relevarme a mí mismo! Los padres y las madres me decían: “¿Dónde están nuestros hijos? ¿Nuestros hijos?”. Yo no sabía dónde estaban los chicos. Cuando se cayó el techo, estaban en la escuela; se habían escondido debajo de las mesas y después habían huido al Fuerte del Este...

Y ocurrió un prodigio, que recuerda los milagros de las santas hostias en Billettes, en San Esteban de Troyes y en Faverney. El sagrario fue completamente arrancado; la santísima Virgen (la Virgen de yeso modelada por Edy) tenía un pequeño impacto en su vestido. El sagrario estaba sobre dos ladrillos puestos de canto. Yo lo había mandado hacer. La losa del sagrario voló. Las paredes estaban, el sagrario reposaba sobre las paredes, y el corporal no tocaba las paredes, no tenía el ancho suficiente. El copón se quedó sobre el corporal y el corporal en el aire. El canónigo de Rochetaillade (arcipreste de Saint-Denis), después de constatar el milagro, llevó el copón al sagrario mayor. Era mi copón, pero se lo dejé a la parroquia, como muchos de mis ornamentos. El pequeño copón, para unas cuarenta hostias, me lo había donado la dueña de la fábrica, señora Garnier, con motivo de una primera comunión. Vi bien al corporal en su lugar, fijo en el aire. Monseñor Amette dijo que Dios lo había hecho para no entristecer a su sacerdote. Lo relató en su boletín, en el “Oriflamme” (de Saint-Denis) de esa época. 
El sagrario había sido arrojado al medio de la capilla de la santísima Virgen, los candelabros también. La tabla del altar había sido levantada. La piedra del altar también se había salido.
Volví a mi casa solamente por la noche. Ya no había ni puertas, ni ventanas y se habían salido las bisagras de la que da a la calle; se había caído, pero no dañado. ¡Y yo la arreglé! ¡Cuántas emociones! 


El P Ángel Peña. EL PADRE LAMY Y LOS ÁNGELES