Las últimas 3 cuasiherejías de Francisco

 



En el transcurso de las últimas semanas, el papa Francisco hizo tres afirmaciones rayanas a la herejía: en la primera, al hablar de la santidad de Nuestra Señora, puso en duda la interpretación tradicional del dogma de la Inmaculada Concepción porque, según él, Ella no nació santa sino que se convirtió en santa. En la segunda, presenta a nuestra fe como revolucionaria, oponiéndose a la enseñanza de muchos pontífices que afirmaron la contradicción entre fe cristiana y revolución, y en la tercera, nos advirtió que es mejor ser ateo que ir a misa y después seguir pecando.

Estos hechos, que hace apenas unos años habrían levantado un polvaderal de proporciones, hoy pasan desapercibidos, y no sé si eso es una buena señal. Nos despreocupamos que el supremo pastor de la Iglesia siembre diariamente confusión, y pareciera que a nadie ya le hace mella, ni siquiera a la primera fila que debiera mellar, es decir, los obispos.

Pero alejemos el catalejo, y miremos la cuestión con perspectiva histórica. Los papas, durante los primeros quince siglos de la Iglesia, fueron silenciosos, o más bien mudos. Veamos algunas cifras:

La primera encíclica la escribió Benedicto XIV a mediados del siglo XVIII. Pío VII, a comienzos del XIX, escribió solamente una encíclica. Algunas décadas más tarde, Pío IX escribió treinta y ocho, y su sucesor, León XIII, setenta y cinco. Los escritos y discursos de Pío XI ocupan seis volúmenes de cuatrocientas páginas cada uno, y los de Pío XII, cuyo pontificado fue apenas más largo que el de su predecesor, llenó veinte volúmenes de las mismas características. Juan Pablo II escribió solamente catorce encíclicas, pero una catarata de otro tipo de documentos como exhortaciones apostólicas, cartas apostólicas y constituciones apostólicas, por no mencionar sus incontables discursos y homilías. Pensemos solo un momento en los bosques que habrá que talar para conseguir las toneladas de papel necesarios para contener las insensateces de Bergoglio.

Esta esta inflación desmesurada de verborragia pontificia es uno de los signos de otro cambio de paradigma en la Iglesia, el que se produjo con el triunfo del ultramontanismo en el Concilio Vaticano I.

Pareciera, sin embargo, que nuevos aires están comenzando a soplar en Roma, donde todos están ya hastiados de Bergoglio. No me extrañaría que (...) y durante este año, el papa Francisco renunciara voluntariamente o por decisión divina. ¿Qué podría venir después? Nadie lo sabe, pero por lo pronto, ya hay algunos obispos argentinos que están recalculando y volviendo a posiciones más conservadoras y clásicas para no quedar desubicados en el próximo -y quizás muy próximo- pontificado.


Al respecto, la semana pasada, el P. Richard Cipolla publicó una interesante columna en Rorate Coeli que aquí les traduzco:

La reciente publicación de la editorial de R.R. Reno, editor de First Things, declarando al pontificado del Papa Francisco como un “fracaso” ("Un papado fallido", febrero de 2019), es una novedad y, lo que es más importante, es el comienzo, espero, de una evaluación del papado actual y un llamado al fin del hiper-papalismo de los últimos años -tal vez incluso más de un sigl-, y una reevaluación teológica, basada en la Tradición de la Iglesia, de la naturaleza y el papel del papado. 

Que el editor de First Things, que fue durante algunos años, en mi opinión personal, un órgano de la agenda neoconservadora, haya escrito este editorial puede no captar la atención del New York Times, pero ciertamente es significativo entre aquellos católicos que comprenden la tradición de la Iglesia y quienes han estado y están muy preocupados por la incapacidad de este pontificado para articular de manera clara e inequívoca la fe católica, en un momento de masiva confusión política y cultural. 

Se debe agradecer a Reno por su valor y claridad con respecto a la situación actual en la Iglesia. Reno ahora entiende que este papado no solo no está en consonancia con el verdadero intento que hizo San Juan Pablo II, basado en la Tradición de la Iglesia, de volver a anclar la fe católica en la persona de Jesucristo, y al dogma de la Iglesia después del colapso de la enseñanza de la iglesia y de la praxis litúrgica posteriores al Concilio Vaticano II. Este papado, con su falta de fidelidad a la Tradición y con sus apelaciones baratas y anticuadas al Hombre Moderno hechas, irónicamente, en un momento en que la Modernidad ya no existe a no ser en la Curia Romana que aún vive en 1965, ha perdido contacto con los hombres posmodernos, especialmente con los jóvenes, que buscan lo que es real y verdadero en los detritos de la modernidad. 

Este pontífice y su camarilla no solo no han articulado la fe católica ni con los fieles católicos ni con mundo incrédulo y hostil, sino que también están decididos a acomodar la fe católica al espíritu de la época contemporánea y todo en nombre de la –mirablie dictu– misericordia. Y misericordia sin la cruz de Jesucristo. La idea misma de un Salvador del mundo no se hace necesaria cuando la comprensión del pecado, fundamental para el cristianismo, se vacía por un antiintelectualismo y sentimentalismo que niegan la historia intelectual y doctrinal de la Iglesia y presentan, en palabras de uno de los miembros del círculo interno del Papa, el p. Thomas Rosica, una versión de la Iglesia presidida por un Papa que está libre de las exigencias de la fe cristiana. Este sacerdote canadiense nos dice que el Papa Francisco rompe las tradiciones católicas cuando quiere, porque está “libre de ataduras desordenadas. Nuestra Iglesia ha entrado en una nueva fase: con el advenimiento de este primer papa jesuita, es gobernada abiertamente por un individuo y no por la autoridad de las sola Escritura solo o incluso por sus propios mandatos de la Tradición más las Escrituras”. 


Esta locura desordenada podría ser una entretenida escena de un programa de comedia. Pero que la declaración del P. Rosica no provoque que los cardenales y los obispos se levanten y condenen tal afirmación anti-católica y no cristiana, es una prueba tanto del estado de la jerarquía católica como del nivel intelectual de los responsables de la Iglesia (al menos a cargo en este mundo.) Es por esto que debemos esperar que el editorial de Reno sea el comienzo de una evaluación inteligente y honesta de este papado que propugna una agenda que ciertamente no tiene a Cristo y su cruz en su centro, que de hecho, se resiste a pronunciar palabras tales como Salvador, Redención, el Camino, la Verdad y la Vida, que se niega a hablar sobre la dificultad de llevar una vida moral basada en las enseñanzas de Cristo y su Iglesia, y una agenda que se niega a predicar y enseñar la naturaleza radical de la Encarnación que cambió la historia humana para siempre y de una manera específica, -la Cruz y la Resurrección-, que demanda la atención de todos los hombres y mujeres de este mundo, exigiendo una decisión ratificada en la eternidad.


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