Bergoglio ha insultado a Cristo y a su Iglesia (Ferrara)





Un abrazo mortal de lo inaceptable

El Papa Francisco no inventó la locura del "diálogo interreligioso", que requiere que el "interlocutor" del católico pretenda, definitivamente, que el Dios Encarnado no fundó a la Iglesia que él representa y la dotó con la misión divina de "enseñar a todas las naciones"; bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enseñándoles a observar todas las cosas que yo he mandado ... "(Mateo 28: 19-20)

No, la estupidez disolvente que es el "diálogo interreligioso" surgió del documento Nostra Aetate del Vaticano II, que declara, por primera vez en la historia de la Iglesia, que "La Iglesia, por lo tanto, exhorta a sus hijos, que a través del diálogo y la colaboración con los seguidores "de otras religiones, llevados a cabo con prudencia y amor y en testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan, preserven y promuevan las cosas buenas, espirituales y morales, así como los valores socioculturales que se encuentran entre estos hombres".

De manera bastante predecible, la hoja de higuera del "testimonio de la fe y la vida cristiana" en esta declaración se dejó caer rápidamente en la carrera post-conciliar para poner en práctica el "diálogo interreligioso" como simplemente pura indiferencia religiosa. Los resultados fueron desastrosos.

No pasó mucho tiempo antes de que los eclesiásticos católicos sucumbieran a la ilusión utópica de la que Pío XI advirtió cuando condenó el naciente "movimiento ecuménico" de origen protestante en Mortalium Animos y prohibió cualquier participación católica en tales programas que defendían que "las naciones, aunque difieran entre ellas, en ciertos asuntos religiosos, llegarán a estar de acuerdo, como hermanos, en profesar ciertas doctrinas, que forman como una base común de la vida espiritual". 

Esta fantasía es la fuente principal del "diálogo interreligioso", cuyo propósito es, según denunció Pío XI  "esa opinión falsa que considera que todas las religiones son más o menos buenas y dignas de elogio, ya que todas ellas de diferentes maneras manifiestan y significan ese sentido que es innato en todos nosotros, y por el cual somos conducidos a Dios y al reconocimiento obediente de su gobierno ".
Los que abrazan esta falsa opinión, advirtió Pío, terminan en "distorsionar la idea de la verdadera religión" y "poco a poco, se desvían hacia el naturalismo y el ateísmo ... abandonando por completo la religión divinamente revelada". 

Esto no quiere decir que los partidarios católicos de este error abandonen formalmente la religión divinamente revelada. Por el contrario, continúan identificándose como católicos. El abandono es material porque ya no hablan y actúan como si la religión católica divinamente revelada, fuera la "única religión verdadera", como la llamaron los eclesiásticos católicos durante todos los siglos anteriores a Nostra Aetate, sino como una de las muchas religiones que complacen a Dios en un mundo de espléndida diversidad.

De hecho, Francisco expresó precisamente ese sentimiento en un documento que firmó durante su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el Estado-nación musulmán fundado en el lugar donde Mahoma inventó su religión de conquista: "El pluralismo y la diversidad de las religiones, el color, el sexo, la raza y el lenguaje son deseados por Dios en su sabiduría, mediante la cual creó a los seres humanos. Esta sabiduría divina es la fuente de la cual se deriva el derecho a la libertad de creencia y la libertad de ser diferente ".

No hay distinción aquí entre la voluntad divina positiva, que quiere solo lo que es bueno y verdadero, y la voluntad permisiva de Dios, que tolera los males realizados por los hombres caídos en lugar de impedir sus acciones humanas libremente voluntarias. 

Como lo explica la Enciclopedia Católica, “El concilio de Trento (Ses. VI, can. Vi, AD 816) define que (hacer) el mal está en poder del hombre, y que las malas acciones no deben atribuirse a Dios en el mismo sentido que las buenas, pero solo (de forma) permisiva, de modo que la vocación de Pablo es la obra de Dios en un sentido mucho más verdadero que la traición de Judas ".

Cualquier interpretación razonable de la declaración -a la que Francisco ha prestado la autoridad de su cargo- concluye que él ha respaldado el error de que "todas las religiones [son] más o menos buenas y loables ...", incluido el Islam, que Pío XI describe como "oscuridad" e idolatría absoluta. 

Francisco ha declarado que Dios en su sabiduría ha querido "la diversidad de las religiones", no simplemente lo ha permitido, a pesar de la realidad de que las religiones inventadas por los hombres, incluido el islam, contradicen su revelación en innumerables puntos y enseñan errores malditos en asuntos de fe y moral que son esenciales para la salvación de las almas.

Como vemos con Francisco, la locura del "diálogo interreligioso" requiere que los católicos practicantes acepten lo que no se puede aceptar, al igual que Francis abrazó al copatrocinador de su declaración de indiferencia religiosa en los EAU: nada menos que "El Gran Imán de Al-Azhar [el instituto de estudios islámicos más importante del mundo] "Ahmed Al-Tayyeb, quien, es sabido que comparte la opinión los juristas islámicos, (por la cual) la apostasía del islam (abandonar las `verdades´ del Islam) es un crimen que merece la pena de muerte en los casos en que el apóstata amenace el orden social musulmán.

Y así es en los Emiratos Árabes Unidos, de acuerdo con los artículos 1 y 66 de su Código Penal, que Francis no pareció notar en su incondicional elogio a los Emiratos Árabes Unidos y su absurda veneración de la tumba de su fundador mientras estaba al lado de Al-Tayyeb.

De hecho, Francisco abrazó al "Gran Imán" precisamente porque la religión que representa Al-Tayyeb es falsa.
El "diálogo interreligioso" es un abrazo programático de lo que no se puede aceptar, incluido el verdadero anticristianismo que Mahoma inventó. Es un insulto a Cristo y a la Iglesia que Él fundó, en el que ahora participa incluso el Vicario de Cristo, y es la mayor perversidad en medio de un enjambre de perversidades que constituyen la crisis actual en la Iglesia.


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