Capozzi, el de las orgías, ascendido a párroco


Comenzó ayer la asamblea plenaria de los obispos argentinos y pareciera que será una reunión complicada. Los obispos más o menos serios están desconcertados y con mucha bronca. Los nombrados por Francisco, en cambio, revolotean en el paraíso de la ternura y la misericordia.

En la homilía de la misa de apertura, el presidente de la CEA, Mons. Oscar Ojea, afirmó que “los abusos sexuales son también abusos de conciencia y siempre parten de un abuso de poder”, y que “el papa Francisco llamó vivamente ‘a dar un corte radical a estas situaciones’ de abusos”, llamando a sus hermanos obispos “a no encubrir ni de lejos una denuncia que amerite una investigación para proteger a los menores y a los adultos vulnerables”.


Los prelados argentinos comprendieron enseguida que Ojea hablaba pour la gallerie, porque si era en serio, la mitad de los presentes debía retirarse. Saben que el problema de los abusos y encubrimientos en Argentina es mucho mayor de lo que piensa, y saben también que, si de encubrir se trata, el primero que encubrió a sacerdotes abusadores fue el cardenal Bergoglio, como ya hemos probado en este blog. Y causó sorpresa que fuera justamente Ojea, obispo de San Isidro, diócesis en donde se han producido los casos más resonantes de abuso y encubrimiento en tiempos de su predecesor, Mons. Casaretto, el que viniera a sermonearles de tolerancia cero.


Son varios los obispos preocupados puesto que no saben qué harán cuando estalle la tormenta y truene el escarmiento de los fieles cuando descubran la subcultura homosexual existente en el clero argentino, que en algunas diócesis llega a porcentajes alarmantes, y justo en el momento en que el episcopado ha renunciado a los aportes del Estado y necesitan de la buena voluntad de los laicos para poder financiarse.

Para colmo de males, anoche, en un reportaje televisivo, la diputada Elisa Carrió afirmó que Guillermo Moreno trasladó al Vaticano durante el gobierno kirchnerista, fuertes sumas de dinero fruto de la corrupción. Y aunque sea un lugar común decir que Carrió está un poco chalada, lo cierto es que tiene una enorme credibilidad entre los argentinos, a quienes no les costará mucho creer que Bergoglio, además de peronista y amigo de los personajes más impresentables de la política, es también corrupto.

Por otro lado, la bronca de la mayoría de los obispos, según nos comenta un observador de la CEA, viene por la próxima beatificación de Mons. Angelelli, a la que no le encuentran ninguna razón y consideran no solamente irreverente sino también disparatada. Ellos han recibido y remitido a la Santa Sede documentos y protestas de muchos sacerdotes y laicos que se resisten a la idea de el Iglesia ubique en sus altares a un obispo y tres personajes más, que no solamente profesaron el marxismo, sino que alentaron el terrorismo como promotores del grupo armado Montoneros.

La única respuesta que reciben a estos planteamientos es que el Papa está mejor informado y tiene la gracia de estado para saber a quién beatifica, y eso mismo es lo que transmiten a los fieles que plantean su descontento. Pero bien saben que ese argumento no puede sostenerse pues los acontecimientos de los últimos tiempos demuestran que si algo le falta a Bergoglio es, precisamente, buena información. Y para prueba basta hojear los diarios de los últimos meses.
Podríamos conceder que el Papa desconocía los detalles y la gravedad del caso McCarrick y de los miles de abusos ocurridos en Estados Unidos pero, ¿podía desconocer lo que sucedía en Argentina?

El caso de Mons. Zanchetta es emblemático pues se trata de un amigo personal del Papa Francisco. El pontífice fue informado oportunamente por las autoridades de la diócesis de Orán de los escándalos protagonizados por su ordinario que estaba sucediendo, e hizo oídos sordos. Finalmente lo relevó y lo designó en un un alto puesto del Vaticano, lo que contribuyó a acrecentar un escándalo frente al que nadie puede dar una explicación, como quedó demostrado en el desconcierto de Mons. Scicluna frente a una pregunta concreta sobre el caso realizada por una periodista americana. “¿Por qué debemos creer en las afirmaciones de tolerancia cero a abusadores y encubridores realizadas por Francisco cuando él mismo encubrió a Mons. Zanchetta recientemente?”, preguntó. 


Y todos hicieron agua en los intentos de respuesta. Y como si todo esto fuera poco, los medios publican hoy que este obispo adicto a páginas pornográficas de contenido homosexual y al toqueteo de seminaristas, está participando, invitado por el Santo Padre, del retiro espiritual de la Curia Romana, como si nada hubiese pasado.


(No es un caso aislado. Hoy también nos enteramos que Mons. Capozzi, secretario del cardenal Coccopalmiero, que fuera descubierto hace unos meses en una orgía homosexual con consumo de drogas y que, se dijo, se había retirado a una vida de oración y penitencia, ha sido ya ascendido a párroco en una diócesis italiana).


Tampoco podía desconocer Bergoglio el caso Mons. Casaretto, que protegió al sacerdote pedófilo Cristián Gramlich y amenazó a las víctimas con un juicio penal por calumnias, caso al que nos referimos detalladamente en este blog. A pesar de esto, Francisco comisionó en 2017 a Mons. Casaretto para que investigara las denuncias de abuso sexual por parte del obispo auxiliar de Tegucigalpa a sus propios seminaristas, además de una serie de desfalcos económicos. 


No es de extrañarse por esta incoherencia, pues durante varios años el entonces cardenal McCarrick recorría el globo cumpliendo encargos del papa argentino. Vergonzosamente, en Argentina y otros países hispanohablantes se utiliza el Misal confeccionado por Gramlich con la firma del cardenal Bergoglio, que fue promulgado pocos días antes de su condena definitiva.


Públicamente documentada fue la evidencia de falta de información esencial y sensible del Papa Francisco en el caso de Mons. Barros cuando, perdiendo sus estribos, respondió de mala manera a los fieles que le preguntaban sobre este obispo chileno, diciendo que no había prueba alguna sino sólo calumnias. Finalmente, en sede judicial, quedó ampliamente demostrado lo que todos sabían, excepto el Papa, de que no solamente Barros sino varios obispos chilenos estaban directamente implicados en casos de abuso sexual a menores y encubrimiento.

Todo hace suponer entonces que el Santo Padre no tiene ningún tipo de información privilegiada que justifique la beatificación de Angelelli y sus compañeros y, al permitirla, pondrá en serios aprietos a la Iglesia argentina.

Una cuestión queda pendiente: una persona que ha demostrado manifiesta incapacidad para gestionar la información y ha manejado de un modo tan catastrófico la situación por la que está atravesando la Iglesia, ¿está en condiciones y tiene la gracia de estado para gobernarla?



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