Episodio desconocido de Jesús resucitado (Valtorta)


XVI. A una mujer de la llanura de Sarón, que obtiene la curación de su hijo enfermo.


Un camino litoral. Quizás es el que une Cesárea con Joppe, o quizás otro; no lo sé. Lo que sé es que veo campos hacia dentro y el mar hacia fuera, azul vivo después de la línea amarillenta de la orilla. El camino es, esto sí es seguro, una arteria romana: su pavimentación lo atestigua.
Una mujer llorando va por él en las primeras horas de una mañana serena. La aurora poco ha que ha nacido. La mujer debe estar cansadísima porque de vez en cuando se detiene y se sienta en un poste kilométrico o en el mismo camino. Y luego vuelve a alzarse y sigue, como si algo le aguijara a andar a pesar del fuerte cansancio.

Jesús, un viandante arropado en su manto, se pone a su lado. La mujer no lo mira. Camina absorta en su dolor. Jesús le pregunta
-¿Por qué lloras, mujer? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas tan sola? -Vengo de Jerusalén y vuelvo a mi casa.
-¿Lejos?
-A mitad de camino entre Joppe y Cesárea.

-¿A pie?
-En el valle, antes de Modín, unos bandidos me han quitado el burro y todo lo que llevaba el animal.
-Ha sido una imprudencia venir sola. No es costumbre ir solos para la Pascua.
-No había venido para la Pascua. Me había quedado en casa, porque tengo, espero tenerlo todavía, un hijito enfermo.


Mi marido había ido con los otros. Yo dejé que se adelantara, y cuatro días después fui yo. Porque dije: "Sin duda, Él estará en Jerusalén para la Pascua. Lo buscaré". Tenía un poco de miedo. Pero dije: "No hago nada malo. Dios lo ve. Yo creo. Y sé que es bueno. No me rechazará, porque..." - Para de hablar, como con miedo, y dirige una fugaz mirada al hombre que va caminando a su lado, tan tapado que apenas se le ven los ojos, esos inconfundibles ojos de Jesús.
-¿Por qué callas? ¿Tienes miedo de mí? ¿Crees que soy enemigo del que tú buscabas? Porque buscabas al Maestro de Nazaret, para pedirle que fuera a tu casa a curar al niño mientras tu marido estaba ausente...
-Veo que eres profeta. Así es. Pero cuando llegué a la ciudad el Maestro había muerto.

El llanto la ahoga...
-Ha resucitado. ¿No lo crees?


-Lo sé. Lo creo. Pero yo... Pero yo... durante algunos días, también he tenido la esperanza de verlo... Se dice que se ha

mostrado a algunos. Y he retardado mi salida de la ciudad... cada día que pasaba una congoja, porque... mi hijo está muy enfermo... Mi corazón está dividido... Ir para consolarlo en su muerte... Quedarme para buscar al Maestro... No pretendía que fuera a mi casa; pero sí, que me prometiera la curación.

-¿Y habrías creído? ¿Tú piensas que desde lejos?...
-Creo. ¡Oh, si me hubiera dicho: "Ve en paz, que tu hijo se curará", no habría dudado. Pero no lo merezco porque... - llora, apretándose el velo contra los labios como para impedirles hablar.

-Porque tu marido es uno de los acusadores y verdugos de Jesucristo. Pero Jesucristo es el Mesías. Es Dios. Y Dios es justo, mujer. No castiga a un inocente por el culpable. No tortura a una madre porque un padre sea pecador. Jesucristo es Misericordia viva...
-¡No serás tú uno de sus apóstoles! ¡Quizás sabes dónde está Él! Tú... Quizás te ha enviado a mí Él para decirme esto. Ha sentido, ha visto mi dolor, mi fe, y te envía a mí igual que a Tobías el Altísimo mandó al arcángel Rafael (Tobías 5-12). Dime si es así, y yo, a pesar de estar tan cansada que hasta tengo fiebre, volveré sobre mis pasos para buscar al Señor.
-No soy un apóstol. Pero en Jerusalén se quedaron los apóstoles bastantes días después de su Resurrección... -Es verdad. Hubiera podido dirigirme a ellos.
-Eso es. Ellos continúan al Maestro.


-No creía que pudieran hacer milagros.

-Aún los han hecho...

-Pero ahora... Me han dicho que sólo uno permaneció fiel, y yo no creía...
-Sí. Tu marido te ha dicho eso, escarneciéndote movido por su delirio de falso triunfador. Pero Yo te digo que el 
hombre puede pecar, porque sólo Dios es perfecto. Y puede arrepentirse. Y, si se arrepiente, su fortaleza crece, y Dios le aumenta sus gracias por su contrición. ¿No perdonó, acaso, a David el Señor altísimo? (2 Samuel 12, 13)

-¿Pero quién eres? ¿Quién eres, que hablas con tanta dulzura y sabiduría, si no eres apóstol? ¿Eres un ángel? El ángel de mi hijo. Quizás es que ha expirado y Tú has venido a prepararme...

Jesús deja caer, de la cabeza y de la cara, el manto, y, pasando del aspecto modesto de un peregrino común a la majestuosidad suya de Dios-Hombre, resucitado de la muerte, dice con dulce solemnidad:

-Soy Yo. El Mesías crucificado en vano. Soy la Resurrección y la Vida. Ve, mujer. Tu hijo vive porque he premiado tu fe. Tu hijo está curado. Porque, aunque la misión del Rabí de Nazaret haya terminado, la del Emmanuel continúa hasta el final de los siglos para todos los que tienen fe en el Dios Uno y Trino, y esperanza en el Dios Uno y Trino, y caridad hacia el Dios Uno y Trino, del que el Verbo encarnado es una Persona, que por divino amor ha dejado el Cielo para venir a enseñar, a padecer y morir para dar a los hombres la Vida. Ve en paz, mujer. Y sé fuerte en la fe, porque ha llegado el tiempo en que en una familia el marido esté contra su esposa, el padre contra los hijos y éstos contra su padre, por odio o amor hacia mí. ¡Y bienaventurados aquellos a los que la persecución no aparte de mi Camino!

La bendice y desaparece.

María Valtorta