Francisco humilla profundamente a la Iglesia



(...)Pregunta- ¿Quién, dentro de la Iglesia, se podría definir todavía como “buen pastor”?

Roberto de Mattei: No tenemos modelos dentro del Vaticano. Nuestro punto de referencia no son los hombres, que pasan y cambian, sino la doctrina de la Iglesia, en su integridad, tal y como nos fue transmitida desde los tiempos de los apóstoles, según la fórmula de San Vicente de Lerins, que nos dice que debemos creer en lo que siempre se ha enseñado, en todas partes y por todos, “in eodem dogmate, eodem sensu, eadem sententia“.

P-¿Cree que hay esperanza?

Roberto de Mattei: Tenemos una profunda confianza en la superación de esta crisis, porque a lo largo de la historia, la Iglesia siempre ha vencido las tormentas más graves. Esta confianza no se basa en nuestras pobres fuerzas, sino en la acción invencible de la Gracia divina, que puede hacerlo todo, incluso lo que a los hombres les parece imposible. Y debemos creer y esperar en el triunfo de la Iglesia y en la plena restauración de la civilización cristiana.

P-Hace apenas un mes el Papa Francisco afirmó que “la Iglesia no teme a la verdad”. El arzobispo Carlo Maria Viganó continúa en paradero desconocido y Francisco todavía no ha respondido a sus denuncias. ¿Cree que los actos de la Santa Sede son coherentes con la afirmación apenas citada?

RDM-Si la Iglesia no teme a la verdad, no debe tener miedo a decirla. Pero desgraciadamente los hombres de la Iglesia han dejado de enseñar la verdad, y la contradicen con palabras y hechos. La verdad es, que los pastores de la Iglesia pueden causar escándalos, ejercer el mal gobierno, fracasar en su misión, incluso caer en el cisma y la herejía. Cuando esto sucede, se hace necesaria la denuncia pública y la corrección fraterna.

Esto es lo que ha hecho Mons. Carlo Maria Viganò, con su histórico testimonio, y esto es lo que esperamos que hagan otros obispos y cardenales, por el bien de la Iglesia. 
Nuestra manifestación de Acies ordinata fue una llamada a los obispos silenciosos para que tuvieran el valor de romper el silencio. Algunos cardenales lo han hecho y estoy convencido de que volverán a hablar. El Papa Francisco, en cambio, aún no ha respondido a la denuncia de Mons. Viganò. Su silencio muestra una actitud de desprecio hacia aquellos que, por amor a la Iglesia, sacan a la luz los escándalos y errores. Pero, ¿qué reforma es posible sin el valor de la verdad?

El pasado 17 de abril decía: “Otra imagen simbólica se superpone ahora a la de la hoguera de Notre Dame: la escena del Papa Francisco, Vicario de Cristo, que besa los pies de tres líderes musulmanes de Sudán, pidiéndoles que “el fuego de la guerra se apague de una vez por todas”. Esto sucedió el 11 de abril al final del retiro espiritual en el Vaticano, concebido por el (cismático) Arzobispo de Canterbury Justin Welby. Inmediatamente después, el primer día de la Semana Santa, la catedral francesa, la más famosa y visitada del mundo después de la de San Pedro, fue devorada por las llamas”…

La riqueza del simbolismo nos permite hacer diferentes lecturas del mismo evento. En el caso del incendio de Notre Dame, se ha hablado, con razón, de la imagen de la cristiandad quemada y degradada (Marcello Veneziani), del símbolo de la conflagración espiritual en la Iglesia (Mons. Schneider) y así sucesivamente. A mí me impresionó la escena de la aguja que desapareció entre las llamas, y vi allí el simbólico colapso espiritual de los que hoy están en la cima de la Iglesia.

El 4 de febrero, el Papa Francisco firmó la declaración de Abu Dhabi, según la cual “el pluralismo y la diversidad de religiones” son “una sabia voluntad divina con la que Dios creó al ser humano”. El 11 de abril, en el Vaticano, Francisco se postró ante tres líderes musulmanes de Sudán, y besó sus pies, pidiendo la paz. Estas palabras y gestos constituyen una profunda humillación para la Iglesia. Parece que la Iglesia perece en un gran fuego, pero sólo la cima es consumida por el fuego, la estructura resiste. La Iglesia es más fuerte que las llamas que la rodean.




Entevista a R de Mattei por Almudena M Bordiu