Cómo debéis vivir los domingos





Locución del Señor Jesús:

Hijos míos: haced de cada domingo una fiesta. Domingo en el que me adoréis, alabéis, glorifiquéis por mis proezas, por mi magnificencia de amor para toda la humanidad. 

Domingo en el que suspendáis vuestras ocupaciones cotidianas y descanséis en Mí; saboreéis mi presencia, mi extremo amor para con todos vosotros. 

Domingo en el que aprovechéis cada espacio para encontraros a solas conmigo. 

Domingo en el que saquéis la máxima utilidad para rendirme loas, sentidos homenajes por ser el Rey de vuestras vidas, el Amo y Señor de todo cuanto existe.

Domingo en el que viváis amor ágape; compartiendo con vuestros hermanos en fraternidad, en unidad, en solidaridad, en diálogo.


Domingo en el que os sustraigáis de las cosas del mundo y busquéis un encuentro a solas conmigo en el Sagrario. Tabernáculo de mi Amor Divino: solitario, vacío porque muy pocos vienen a adorarme, muy pocos tienen la convicción plena que vivo, resido en esta pequeña porción del Cielo en la tierra.


No os dejéis distraer por el enemigo; él suele poneros a trabajar en cosas inútiles, baladíes e innecesarias que a la hora en que estéis directamente frente a mi presencia, no os servirá de nada. 


Si supierais la ternura con que os miro, el amor con que os hablo: orarías más, sacarías de vuestro tiempo; os arrodillarías frente a la Hostia Consagrada y haríais actos de adoración y reparación. 

No desatendáis a mis llamamientos e insinuaciones de amor. Respondedme con prontitud, respondedme con diligencia. No esperéis hasta mañana cuando quizás se os haga demasiadamente tarde. 

Cada segundo de vuestras vidas es una pulsación de amor, un gesto de misericordia para con todos vosotros. 

Buscadme en el Sagrario: 

me dejaré encontrar, os hablaré a vuestro oído, mis palabras os enternecerán de tal manera que desearéis morir de amor, me pediréis que descienda por vosotros ya que las cosas del mundo no cuentan, ya que las cosas del mundo os producen hastío, repugnancia. 

Amados míos: haced de cada domingo una fiesta; fiesta de amor, fiesta de alegría, fiesta de paz. Y acudid al gran Misterio de Amor, la Eucaristía, con vuestro corazón abierto, dispuesto a recibir mis gracias, dispuesto en servirme de morada, de habitáculo; pero antes de recibirme bajo las especies consagradas del Pan y del Vino, haced un alto en el camino; reflexionad si vuestro corazón se halla limpio de toda mancha, puro, radiante para que deis gloria a mi nombre para que pueda descansar; para que me ayudéis a cargar con, una mínima parte, el peso de mi cruz.

Os bendigo en este día de gracia, y derramo mis bendiciones como susurro de brisa suave.


A Agustín del Divino Corazón