En esta hora gravísima para la Iglesia


8 de Septiembre de 1976, al sacerdote Ottavio Michelini, Italia


Escribe, hijo:

Soy la Madre de Jesús y Madre vuestra.

Soy la Dolorosa, nunca tan Dolorosa como en esta hora gravísima para la Iglesia, tomada literalmente al asalto por sus enemigos invisibles, los demonios y por sus aliados que se han hecho numerosísimos.
En la sombra se conjura contra mi Hijo y contra su Vicario en la tierra, el Papa.
Los enemigos de mi Hijo y de su Iglesia se han divi­dido bien los cometidos. Con astuta estrategia actúan en diferentes lugares y en los tiempos establecidos, para desatar lo que ellos estiman el último ataque decisivo según sus pérfidos planes y sus esperanzas.
He hablado de hora gravísima para la Iglesia y para la humanidad y es tal.
Hijo, he dicho que soy la Dolorosa y ¿cómo podría no serlo?
Mis intervenciones para desbaratar los pla­nes de las potencias del infierno han sido muchísimas. Muchas las apariciones mías a almas escogidas en cada nación cristiana, muchos mis mensajes transmitidos a los pueblos mediante almas preparadas para esta misión.
La contestación a estas llamadas maternales no ha sido la deseada; desgraciadamente los hombres han endurecido su corazón a las cosas de Dios, al amor de Dios y así mu­chas almas se pierden.
Hijo, la Madre de Jesús y Madre vuestra no puede permanecer insensible ante la desolación de la Iglesia; no sería Madre si fuera insensible.
Hijo, a ti se te ha concedido vislumbrar la ceguera de no pocos Pastores y sacerdotes. Sabes así, qué tremendo es para quien ve, constatar la ceguera de quien no ve. No ven porque incautamente se han dejado cautivar por las astucias y oscuras tramas del infierno.
Hijo, te ha sido dicho que el derrumbe está en marcha.

Una hora bellísima

Es realidad triste y terrible que muchos se niegan a creer. Esto no quita que la acción de este derrumbe continúe inexorablemente su corrosión, avecine pavorosamente la hora de la purificación. En aquella hora ninguno podrá decir que la Madre no haya hecho todo lo que a Ella, Reina del Cielo y de la tierra, le ha sido otorgado hacer.

La hora querida por Satanás y por los hombres de mala voluntad será terrible, hijo. Pero la Misericordia infinita de mi Hijo hará también de ella una hora bellísima porque marcará el advenimiento del reino de Dios a la tierra.

La derrota de Satanás y de sus legiones, marcará el fin de las locuras del orgullo humano. El ateísmo, arma formidable de Satanás, será borrado de la faz de la tierra. Si muchísimos perecerán material y espiritualmente, será sólo porque lo habrán querido.

Hijo: ¡Rosario, Rosario, Rosario!

Yo, Reina de las Victorias, protegeré a todos aquellos que, sensibles a mis llamadas, me hayan invocado la oración amada por Mí en la intimidad del hogar doméstico, y hayan divulgado de algún modo la devoción, el amor al Rosario.

Protegeré también a aquellos que no se avergüencen de recitarlo en público, dando a los tibios y a los débiles un ejemplo de valerosa piedad cristiana.

Yo vigilaré en el momento de la prueba sobre las familias y sobre las personas que me hayan permanecido fieles.

Hijo, propagar el Rosario quiere decir el empeño de buscar ardientemente la Gloria de Dios y la salvación de las almas.
Un día veréis la potencia y la eficacia de esta oración, veréis los maravillosos frutos de ella en la Casa del Padre. 


Hijo, te bendigo y quiero que esta bendición se extienda  a todos mis devotos y a todos aquellos que tienen celo por el Santo Rosario.