Cómo terminar tu rato de oración


La meditación se ha de acabar con tres cosas, que se han de hacer con toda la humildad posible. La primera es la acción de gracias a Dios por los afectos y propósitos que nos ha inspirado, y por su bondad y misericordia, que hemos descubierto en el misterio meditado. La segunda es el acto de ofrecimiento, por el cual ofrecemos a Dios su misma bondad y misericordia, la muerte, la sangre, las virtudes de su Hijo, y, a la vez nuestros afectos y resoluciones. 


La tercera es la súplica, por la cual pedimos a Dios, con insistencia, que nos comunique las gracias y las virtudes de su Hijo y otorgue su bendición a nuestros afectos y propósitos, para que podamos fielmente ponerlos en práctica. Después hemos de pedir por la Iglesia, por nuestros pastores, parientes, amigos y por los demás, recurriendo, para este fin, a la intercesión de la Madre de Dios, de los ángeles y de los santos. Finalmente, ya he hecho notar que conviene decir el Padrenuestro y el Avemaría, que es la plegaria general y necesaria de todos los fieles. 

A todo esto he añadido que hay que hacer un pequeño ramillete de devoción. He aquí lo que quiero decir: los que han paseado por un hermoso jardín no salen de él satisfechos, si no se llevan cuatro o cinco flores, para olerlas y tenerlas consigo durante todo el día. Por la meditación, hemos de escoger uno, dos o tres puntos, los que más nos hayan gustado y los que sean más a propósito para nuestro aprovechamiento, para recordarlos durante todo el día y olerlos espiritualmente. Y este ramillete se hace en el mismo lugar donde hemos meditado, sin movernos, o bien paseando solos durante un rato. 




Introducción a la vida devota


Por: San Francisco de Sales | Fuente: Catholic.net