Reproche de Jesús a los que callan en la Iglesia (M Valtorta)



259-María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la fidelidad a Dios

La mañana calma y luminosa favorece la marcha. Van salvando colinas orientadas hacia el oeste, o sea, hacia el mar.
(...) -A mí me gustó mucho ayer tu discurso de por la noche - dice Simón Zelote. -Pues a mí no. Era muy duro para demasiados israelitas  dice Judas Iscariote. -¿Estás tú entre ellos?
-No, Maestro.
-¿Y entonces? ¿Por qué esta susceptibilidad?
-Porque te puede perjudicar.
-¿Entonces, para evitar perjuicios, debería hacer tratos con los pecadores y hacerme su cómplice?
-No digo eso. No podrías hacerlo. Pero sí guardar silencio. No buscarte la enemistad de los grandes...
-Callar es otorgar. No doy mi visto bueno a los pecados; ni de los pequeños ni de los grandes.
-¿Ves lo que le ha pasado al Bautista?
-Su gloria.
-¿Su gloria? A mí me parece que es su ruina.
-Persecución y muerte por fidelidad a nuestro deber son gloria para el hombre. El mártir es siempre glorioso.
-Pero con la muerte se impide a sí mismo ser maestro, y aflige a sus discípulos y familiares; él se quita las penas, pero

deja a los otros sumergidos en penas mucho mayores. El Bautista no tiene a sus más cercanos familiares, es verdad, pero tiene, de todas formas, deberes para con sus discípulos.
-Aunque tuviera a esos familiares sería igual. La vocación está por encima de la sangre. -¿Y el cuarto mandamiento?
-Viene después de los dedicados a Dios.
-Una madre ya has visto ayer cómo sufre por un hijo...

-¡Madre! Ven.
María va donde Jesús y pregunta:
-¿Qué quieres, Hijo mío?
-Madre, Judas de Keriot está perorando en defensa de tu causa, por amor a ti y a mí.
-¿Mi causa? ¿En qué?
-Quiere persuadirme de que sea más prudente para no caer como nuestro pariente Juan. Y me está diciendo que hay

que tener compasión de las madres y no arriesgar la propia vida, por ellas, porque así lo quiere el cuarto mandamiento. ¿Tú qué piensas de ello? Te cedo la palabra, Madre, para que adoctrines con dulzura a nuestro Judas.
-Yo digo que dejaría de amar a mi Hijo como Dios, que pensaría que siempre me he equivocado, que he sufrido siempre error acerca de su Naturaleza, si lo viera perder su perfección rebajando su pensamiento a consideraciones humanas perdiendo de vista las consideraciones sobrehumanas, o sea: redimir, tratar de redimir a los hombres, por amor a ellos y para gloria de Dios, a costa de crearse penas y rencores. Lo seguiría queriendo como a un hijo descarriado por efecto de una fuerza maligna, lo
seguiría queriendo por piedad, por el hecho de ser hijo mío, porque sería un desdichado, pero no ya con esa plenitud de amor con que lo amo ahora viéndolo fiel al Señor.
-A sí mismo, quieres decir.
-A1 Señor. Ahora Él es el Mesías del Señor, y debe ser fiel al Señor como todos los demás, es más, más que ninguno, porque su misión es mayor que toda otra misión que haya existido, existe y existirá, en la Tierra; ciertamente recibe de Dios la ayuda proporcional a tan alta misión.
-Pero, ¿no llorarías si le sucediera algún mal?
-Todas mis lágrimas. Pero lloraría lágrimas y sangre, si lo viera desleal a Dios.
-Ello disminuirá mucho el pecado de los que lo persigan.
-¿Por qué?
-Porque tanto Él como tú casi los justificáis.
-No lo creas. Los pecados serán siempre iguales a los ojos de Dios, tanto si nosotros juzgamos que ello es inevitable, 
como si juzgamos que ningún hombre de Israel debería obrar mal respecto al Mesías.
-¿Hombre de Israel? ¿Y si fueran gentiles no sería lo mismo?
-No. Para los gentiles sólo habría pecado hacia un semejante. Israel sabe quién es Jesús.
-Mucho Israel no lo sabe.
-No lo quiere saber. Es incrédulo voluntariamente; a la anticaridad, por tanto, une la incredulidad y niega la esperanza.

Pisotear las tres virtudes principales no es un pecado mínimo, Judas; es grave, espiritualmente más grave que el acto material respecto a mi Hijo.
Judas, ya sin argumentos suficientes, se agacha para atarse una sandalia y se queda retrasado.
(...)