¡Cuántas veces miro así al alma que ha pecado!




Mientras mi Corazón se ofrece a sufrir todos estos suplicios, Pedro, a quien había constituido Jefe y Cabeza de la Iglesia y que algunas horas antes había prometido seguirme hasta la muerte.,., a una simple pregunta, que podía haberle servido para dar testimonio de Mí, ¡me niega! Y como el temor se apodera más y más de él y la pregunta se reitera, jura que jamás me ha conocido ni ha sido mi discípulo...
¡Ah! ¡Pedro! ¡Juras que no conoces a tu Maestro!... No sólo juras, sino que, interrogado por tercera vez, respondes con horri- bles imprecaciones.

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¡Almas escogidas!... Cuando el mundo clama contra Mí, ¡qué tristeza, qué inmensa amargura para mi Corazón si, volviéndose entonces a los amigos, se encuentra sólo y abandonado de ellos!
Os diré como a Pedro: ¡Alma a quien tanto amo¡... ¿No te acuerdas ya de las pruebas de amor que te he dado? ¿Te olvidas de los lazos que te unen a Mí?... ¿Olvidas cuántas veces me has prometido ser fiel y defenderme?
No confíes en ti misma porque entonces estás perdida. Pero si recurres a Mí con la humildad y firme confianza, no tengas miedo: Yo te sostendré.
Y vosotras, almas que vivís en el mundo rodeadas de tantos peligros..., huid de las ocasiones...
En cuanto a las que trabajáis en mi viña..., si os sentís movidas por curiosidad o por alguna satisfacción humana, también os diré que huyáis; pero si trabajáis puramente por obediencia o
impulsadas por el celo de las almas y de mi gloria, no temáis... Yo os defenderé y saldréis victoriosas...

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Cuando los soldados me conducían a la prisión, al pasar por uno de los patios vi a Pedro, que estaba entre la turba... Le miré... El también me miró... Y lloró amargamente su pecado.

¡Cuántas veces miro así al alma que ha pecado!... Pero, ¿me mira ella también? ¡Ah!... Que no siempre se encuentran estas dos miradas... ¡Cuántas veces miro al alma y ella no me mire a Mí!... No me ve... Está ciega... La llamo por su nombre y no me responde... Le envío una tribulación para que salga de su sueño, pero no quiere despertar...

¡Almas queridas! Si no miráis al cielo viviréis como los seres privados de la razón... Levantad la cabeza y ved la patria que os espera. Buscad a vuestro Dios y siempre le encontraréis con los ojos fijos en vosotras, y en su mirada hallaréis la paz y le vide.


Jesús a Josefa Menéndez