Misionero asombrado: no defienden la continencia perfecta de los viri probati


Querido Sandro Magister:
Soy el Padre Vittorio Moretto, misionero comboniano. Me encuentro en México desde hace 21 años en el servicio de animación misionera, después de haber ayudado durante algunos años al padre maestro del noviciado de mi Instituto. Hace tres años escribí unas páginas respecto al celibato de los sacerdotes y usted lo publicó. Quisiera volver sobre este argumento después de la celebración del Sínodo sobre la Amazonia y la propuesta ahí formulada de ordenar sacerdotes a diáconos casados.
A primera vista y hasta aquí, nada nuevo sobre el tema. O, mejor dicho, hay una novedad: el hecho impresionante de que ante la propuesta de conferir la ordenación sacerdotal a hombres casados, nadie entre los cardenales y obispos, participantes o no en el Sínodo, haya recordado que la Iglesia, desde la edad apostólica, pide la continencia perfecta en el matrimonio, o sea, la abstención de los actos sexuales.
Doy algún ejemplo. En su post del 11 de noviembre usted publica la entrevista al cardenal Camillo Ruini, en la que se habla también del tema del acceso al sacerdocio de hombres casados. Ruini dice: “En mi opinión se trata de una decisión equivocada. Y espero y rezo para que el Papa, en la próxima exhortación apostólica postsinodal, no la confirme”. Y defiende la permanencia del celibato como “un gran signo de dedicación total a Dios y al servicio de los hermanos, sobre todo en un contexto erotizado como el actual. Renunciar a él, aunque sea de manera excepcional, parecería ceder al espíritu del mundo”. La pregunta dirigida al cardenal Ruini se refería directamente al acceso al sacerdocio de los  hombres casados y él, respondiendo, recuerda sólo el valor del celibato y no habla para nada de la continencia para los casados ordenados sacerdotes. Mientras el cardenal Gerhard Müller, en una entrevista en octubre con Paolo Rodari en la “Repubblica”, afirma claramente la tradición apostólica de la Iglesia sobre la “castidad” – pero sería más apropiado decir sobre la “continencia” – de los casados ordenados.
No parece que en el Sínodo sobre la Amazonia se haya hablado de la exigencia de la continencia. El cardenal Pietro Parolin, en una conferencia en la Pontificia Universidad Gregoriana en febrero de 2016, aunque pronunciándose en favor del celibato de los sacerdotes, invitaba a estar abiertos a la hipótesis de sacerdotes casados, pero tampoco él mencionaba la exigencia para ellos de la continencia. Mientras que, en esa misma ocasión, el cardenal Marc Ouellet había afirmado correctamente en su intervención: “Cuando el Concilio de Elvira en España, en el año 306, dispuso que los sacerdotes tenían la obligación de vivir la continencia perfecta, es necesario comprender que esta exigencia de la Iglesia de los primeros siglos incluye tanto el celibato y la prohibición de volverse a casar, como la continencia perfecta para los que ya están casados”.
También el cardenal Beniamino Stella, las veces que ha hablado apoyando el celibato, como, por ejemplo, en un artículo de Andrea Tornielli en enero de 2018, afirma que se está estudiando “la hipótesis de ordenar sacerdotes ancianos casados”: pero sin recordar, él tampoco, el dato apostólico de la continencia.
Constatamos, pues, que Ruini, Parolin y Stella, aunque tengan una gran relevancia en la jerarquía de la Iglesia, no dan muestras de conocer esta tradición apostólica. Y no me sorprende, porque también yo la desconocía hasta hace unos pocos años, con casi 70 años. Durante los estudios de teología en mi seminario, y en los dos que después pasé en la Gregoriana de Roma, nadie me habló nunca de esta realidad. Y creo que en los seminarios el dato apostólico de la continencia de los casados ordenados no se enseñe sencillamente porque no se conoce. Con el resultado – por lo que veo, escucho y leo sobre el tema – que la mayoría de los sacerdotes en el mundo y quizás también de los obispos y de los cardenales no saben nada de este dato histórico, que se refería también a los diáconos casados. (Pienso en los miles de diáconos que actualmente ejercen en la Iglesia Católica. ¿A cuántos de ellos se les ha propuesto – no digo pretendido, sino propuesto– la continencia? De los diáconos permanentes que he encontrado en mi vida, ninguno me ha dicho que conociera esta tradición apostólica).
Ha hecho usted bien, en Settimo Cielo, en recordar esta realidad histórica en diferentes ocasiones, la última el pasado 1 de noviembre, cuando señaló un escrito del dominico francés Thomas Michelet y recordó la obra fundamental del padre jesuita Christian Cochini y los libros más recientes del obispo Cesare Bonivento y del cardenal Ouellet.
Le confío un sueño. ¡Quién sabe si la publicación de esta carta mía ayude a despertar la atención de cardenales y obispos sobre la exigencia de la continencia y, a través de alguno de ellos, la atención misma del Papa, al que sabemos ocupado en la escritura de la exhortación apostólica post-sinodal! Así el Papa Francisco (que, me parece, tampoco ha hecho nunca alusión alguna a la continencia de los casados ordenados) podrá disponer de todos los elementos necesarios para una decisión iluminada antes de la publicación de la misma.
Los días pasados, nosotros sacerdotes, rezando el oficio divino, leímos el paso del profeta Ezequiel, que refiere cómo el Señor le ha constituido centinela, pidiéndole que lleve a cabo su tarea de avisar a las personas que estaban equivocándose, para salvar su vida y la propia. Mi esperanza es que también hoy algún “centinela” advierta a la máxima autoridad de la Iglesia sobre lo que realmente está en juego. Y, después, podremos aceptar serenamente la decisión que el Papa Francisco tomará en este asunto.
No añado nada más sobre el gran valor de la continencia para los sacerdotes, casados o célibes. Otros lo han dicho ya mucho mejor que yo. Por mi parte, sólo quiero subrayar que la continencia sacerdotal es de origen apostólico, con raíces en el Evangelio. Para mí es suficiente. Conozco incluso algunos esposos que, acompañados espiritualmente por un sacerdote, viven en continencia. Ejemplo clásico fue el de Jacques Maritain y su esposa Raïssa. Me parece que el camino justo es el de poner las premisas para que los sacerdotes no se reduzcan a ser “funcionarios de Dios”, como ha teorizado el psicoanalista y ex sacerdote alemán Eugen Drewermann.
Le saludo cordialmente y “¡que Dios le bendiga”!
P. Vittorio Moretto MCCJ
Guadalajara, México, a 23 de noviembre de 2019



Querido Sandro Magister: Soy el Padre Vittorio Moretto, misionero comboniano. Me encuentro en México desde hace 21 años en el servicio de animación misionera, después de haber ayudado durante algunos años al padre maestro del noviciado de mi Instituto. Hace tres años escribí unas páginas respecto al celibato de los sacerdotes y usted lo publicó. Quisiera volver sobre este argumento después de la celebración del Sínodo sobre la Amazonia y la propuesta ahí formulada de ordenar sacerdotes a diáconos casados. A primera vista y hasta aquí, nada nuevo sobre el tema. O, mejor dicho, hay una novedad: el hecho impresionante de que ante la propuesta de conferir la ordenación sacerdotal a hombres casados, nadie entre los cardenales y obispos, participantes o no en el Sínodo, haya recordado que la Iglesia, desde la edad apostólica, pide la continencia perfecta en el matrimonio, o sea, la abstención de los actos sexuales. Doy algún ejemplo. En su post del 11 de noviembre usted publica la entrevista al cardenal Camillo Ruini, en la que se habla también del tema del acceso al sacerdocio de hombres casados. Ruini dice: “En mi opinión se trata de una decisión equivocada. Y espero y rezo para que el Papa, en la próxima exhortación apostólica postsinodal, no la confirme”. Y defiende la permanencia del celibato come “un gran signo de dedicación total a Dios y al servicio de los hermanos, sobre todo en un contexto erotizado como el actual. Renunciar a él, aunque sea de manera excepcional, parecería ceder al espíritu del mundo”. La pregunta dirigida al cardenal Ruini se refería directamente al acceso al sacerdocio de los hombres casados y él, respondiendo, recuerda sólo el valor del celibato y no habla para nada de la continencia para los casados ordenados sacerdotes. Mientras el cardenal Gerhard Müller, en una entrevista en octubre con Paolo Rodari en la “Repubblica”, afirma claramente la tradición apostólica de la Iglesia sobre la “castidad” – pero sería más apropiado decir sobre la “continencia” – de los casados ordenados. No parece que en el Sínodo sobre la Amazonia se haya hablado de la exigencia de la continencia. El cardenal Pietro Parolin, en una conferencia en la Pontificia Universidad Gregoriana en febrero de 2016, aunque pronunciándose en favor del celibato de los sacerdotes, invitaba a estar abiertos a la hipótesis de sacerdotes casados, pero tampoco él mencionaba la exigencia para ellos de la continencia. Mientras que, en esa misma ocasión, el cardenal Marc Ouellet había afirmado correctamente en su intervención: “Cuando el Concilio de Elvira en España, en el año 306, dispuso que los sacerdotes tenían la obligación de vivir la continencia perfecta, es necesario comprender que esta exigencia de la Iglesia de los primeros siglos incluye tanto el celibato y la prohibición de volverse a casar, como la continencia perfecta para los que ya están casados”. También el cardenal Beniamino Stella, las veces que ha hablado apoyando el celibato, como, por ejemplo, en un artículo de Andrea Tornielli en enero de 2018, afirma que se está estudiando “la hipótesis de ordenar sacerdotes ancianos casados”: pero sin recordar, él tampoco, el dato apostólico de la continencia. Constatamos, pues, que Ruini, Parolin y Stella, aunque tengan una gran relevancia en la jerarquía de la Iglesia, no dan muestras de conocer esta tradición apostólica. Y no me sorprende, porque también yo la desconocía hasta hace unos pocos años, con casi 70 años. Durante los estudios de teología en mi seminario, y en los dos que después pasé en la Gregoriana de Roma, nadie me habló nunca de esta realidad. Y creo que en los seminarios el dato apostólico de la continencia de los casados ordenados no se enseñe sencillamente porque no se conoce. Con el resultado – por lo que veo, escucho y leo sobre el tema – que la mayoría de los sacerdotes en el mundo y quizás también de los obispos y de los cardenales no saben nada de este dato histórico, que se refería también a los diáconos casados. (Pienso en los miles de diáconos que actualmente ejercen en la Iglesia Católica. ¿A cuántos de ellos se les ha propuesto – no digo pretendido, sino propuesto– la continencia? De los diáconos permanentes que he encontrado en mi vida, ninguno me ha dicho que conociera esta tradición apostólica). Ha hecho usted bien, en Settimo Cielo, en recordar esta realidad histórica en diferentes ocasiones, la última el pasado 1 de noviembre, cuando señaló un escrito del dominico francés Thomas Michelet y recordó la obra fundamental del padre jesuita Christian Cochini y los libros más recientes del obispo Cesare Bonivento y del cardenal Ouellet. Le confío un sueño. ¡Quién sabe si la publicación de esta carta mía ayude a despertar la atención de cardenales y obispos sobre la exigencia de la continencia y, a través de alguno de ellos, la atención misma del Papa, al que sabemos ocupado en la escritura de la exhortación apostólica post-sinodal! Así el Papa Francisco (que, me parece, tampoco ha hecho nunca alusión alguna a la continencia de los casados ordenados) podrá disponer de todos los elementos necesarios para una decisión iluminada antes de la publicación de la misma. Los días pasados, nosotros sacerdotes, rezando el oficio divino, leímos el paso del profeta Ezequiel, que refiere cómo el Señor le ha constituido centinela, pidiéndole que lleve a cabo su tarea de avisar a las personas que estaban equivocándose, para salvar su vida y la propia. Mi esperanza es que también hoy algún “centinela” advierta a la máxima autoridad de la Iglesia sobre lo que realmente está en juego. Y, después, podremos aceptar serenamente la decisión que el Papa Francisco tomará en este asunto. No añado nada más sobre el gran valor de la continencia para los sacerdotes, casados o célibes. Otros lo han dicho ya mucho mejor que yo. Por mi parte, sólo quiero subrayar que la continencia sacerdotal es de origen apostólico, con raíces en el Evangelio. Para mí es suficiente. Conozco incluso algunos esposos que, acompañados espiritualmente por un sacerdote, viven en continencia. Ejemplo clásico fue el de Jacques Maritain y su esposa Raïssa. Me parece que el camino justo es el de poner las premisas para que los sacerdotes no se reduzcan a ser “funcionarios de Dios”, como ha teorizado el psicoanalista y ex sacerdote alemán Eugen Drewermann. Le saludo cordialmente y “¡que Dios le bendiga”! P. Vittorio Moretto MCCJ Guadalajara, México, a 23 de noviembre de 2019