La cadena de mis gracias se va extendiendo


Ya sabes que en el ejército debe haber disciplina y en toda familia bien ordenada, un reglamento. Así, en la gran familia de Jesucristo hay también una ley, pero llena de suavidad y de amor.
Vengo a enseñarte lo que es mi ley y lo que es mi Corazón que te la da, este Corazón al que no conoces y al que tantas veces persigues. 

Tú me buscas para darme la muerte y Yo te busco para darte la vida. ¿Cuál de los dos triunfará? ¿Será tu corazón tan duro que resista al que ha dado su propia vida y su amor?
En la familia los hijos llevan el apellido de su padre; así se les reconoce.

Del mismo modo mis hijos llevan el nombre de cristianos, que se les da al administrarles el Bautismo. Has recibido este nombre, eres hijo mío y como tal tienes derecho a todos los bienes de tu Padre.
Sé que no me conoces, que no me amas, antes por el contrario, me odias y me persigues. Pero Yo, te amo con amor infinito y quiero darte parte en la herencia a la que tienes derecho.

Escucha, pues, lo que debes hacer para adquirirla: creer en mi amor y en mi misericordia. Tú me has ofendido, Yo te perdono.
Tú me has perseguido, Yo te amo.
Tú me has herido de palabra y de obra, Yo quiero hacerte bien y abrirte mis tesoros.
No creas que ignoro cómo has vivido hasta aquí; sé que has despreciado mis gracias, y tal vez profanado mis Sacramentos. Pero te perdono.

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Y desde ahora si quieres vivir feliz en la tierra y asegurar tu eternidad, haz lo que voy a decirte.
¿Eres pobre? Cumple con sumisión el trabajo a que estás obligado sabiendo que Yo viví treinta años sometido a la misma ley que tú, porque era también pobre, muy pobre.

No veas en tus amos unos tiranos. No alimentes sentimientos de odio hacia ellos; no les desees mal; haz cuanto puedas para acrecentar sus intereses y sé fiel.

¿Eres rico? ¿Tienes a tu cargo obreros, servidores? No los explotes. Remunera justamente su trabajo; ámalos, trátalos con dulzura y con bondad. Si tú tienes un alma inmortal, ellos también. No olvides que los bienes que se te han dado no son únicamente para tu bienestar y recreo, sino para que, administrándolos con prudencia, puedas ejercer la caridad con el prójimo.

Cuando ricos y pobres hayáis acatado la ley del trabajo, reconoced con humildad la existencia de un Ser que está sobre todo lo creado y que es al mismo tiempo vuestro Padre y vuestro Dios.

Como Dios, exige que cumpláis su divina ley.
Como padre os pide que os sometáis a sus mandamientos. Así, cuando hayáis consagrado toda la semana al trabajo, a los negocios y aun a lícitos recreos, pide que le deis siquiera media hora, para cumplir «su precepto». ¿Es exigir demasiado?

Id, pues, a su casa, a la Iglesia, donde El os espera de día y de noche: el domingo y los días festivos dadle media hora asistiendo al misterio de amor y de misericordia, a la Santa Misa.
Allí habladle de todo cuanto os interesa, de vuestros hijos, de la familia, de los negocios, de vuestros deseos, dificultades y sufri- mientos. ¿Si supierais con cuánto amor os escucha!

Me dirás, quizá: —Yo no sé oír Misa, ¡hace tantos años que no he pisado la iglesia!— No te apures por esto. Ven; pasa esa media hora a mis pies, sencillamente. Deja que tu conciencia te diga lo que debes hacer; no cierres los oídos a su voz. Abre con humildad tu alma a la gracia, ella te hablará y obrará en ti, indicándote cómo debes portarte en cada momento, en cada circunstancia de tu vida; con la familia, en los negocios; de qué modo tienes que educar a tus hijos, amar a tus inferiores, respetar a tus superiores. Te dirá, tal vez, que es preciso abandones tal empresa, tal negocio, que rompas aquella amistad... Que te alejes con energía de aquella reunión peligrosa... Te indicará que a tal persona, la odias sin motivo, y, en cambio, debe dejar el trato de otra que amas y cuyos consejos no debes seguir.

Comienza a hacerlo así, y verás, cómo, poco a poco, la cadena de mis gracias se va extendiendo; pues en el bien como en el mal, una vez que se empiezan las obras se suceden unas a otras, como los eslabones de una cadena. Si hoy dejas que la gracia te hable y obre en ti, mañana la oirás mejor; después mejor; después mejor aún, y así de día en día la luz irá creciendo: tendrás paz y te prepararás tu felicidad eterna.


Jesús a la religiosa Josefa Menéndez
Un llamamiento al amor