Jesús te espera cada día


Llegó un leproso a donde estaba Jesús, se postró de rodillas, y le dijo: Si quieres puedes limpiarme. Y el Señor, que siempre desea el bien nuestro, se compadeció de él, le tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. «Aquel hombre se arrodilla postrándose en tierra –lo que es señal de humildad–, para que cada uno se avergüence de las manchas de su vida. Pero la vergüenza no ha de impedir la confesión: el leproso mostró la llaga y pidió el remedio. Su oración está además llena de piedad: esto es, reconoció que el poder curarse estaba en manos del Señor». En sus manos sigue estando el remedio que necesitamos.

El mismo Cristo nos espera cada día en la Sagrada Eucaristía. Allí está verdadera, real y sustancialmente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Allí se encuentra con el esplendor de su gloria, pues Cristo resucitado no muere ya. El Cuerpo y el Alma permanecen inseparables y unidos para siempre a la Persona del Verbo. Todo el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios está contenido en la Hostia Santa, con la riqueza profunda de su Santísima Humanidad y la infinita grandeza de su Divinidad, una y otra veladas y ocultas. En la Sagrada Eucaristía encontramos al mismo Señor que dijo al leproso: Quiero, queda limpio. El mismo que contemplan y alaban los ángeles y los santos por toda la eternidad.
Cuando nos acercamos a un Sagrario, allí le encontramos.
Esta maravillosa presencia de Jesús en medio de nosotros debería renovar cada día nuestra vida. Cuando le recibimos, cuando le visitamos, podemos decir en sentido estricto: hoy he estado con Dios. Nos hacemos semejantes a los Apóstoles y a los discípulos, a las santas mujeres que acompañaban al Señor por los caminos de Judea y de Galilea. «Non alius sed aliter», no es otro, sino que está de otro modo, suelen decir los teólogos. Se encuentra aquí, con nosotros: en cada ciudad, en cada pueblo. ¿Con qué fe le visitamos?, ¿con qué amor le recibimos?, ¿cómo disponemos nuestra alma y nuestro cuerpo cuando nos acercamos a la Comunión?