Bergoglio, no mientas

                            Bergoglio con cara de no romper ni un plato

María Ferraz

"Me edifica la reacción de tantas personas -médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios, religiosos, sacerdotes- que arriesgan sus vidas para cuidar y defender a las personas sanas del contagio", dijo Francisco en una carta manuscrita enviada el sábado al juez de Buenos Aires Roberto Andrés Gallardo y hecha pública en parte por la agencia estatal de noticias Télam.


Bueno, Sr Bergoglio, veo que sigue tomándonos por idiotas. Veo también que para usted la vida del cuerpo es la única que cuenta. Diga la verdad: los curas, en su mayoría, están escondidos como conejos, por no decir los cardenales y los obispos, mientras nos impiden confesarnos, bautizar a nuestros hijos, casarnos por la Iglesia o comulgar y asistir a Misa, cuando las leyes civiles lo permiten todavía. Los fieles tenemos que seguir la Misa por internet mientras los sacerdotes pueden comulgar tranquilamente y sin peligro de contagio. Muchos católicos en estado de pecado mortal sufren con la perspectiva de morir sin poder confesarse, ¿y usted felicita a los curas? ¿por qué?

Es cierto, que algunos sacerdotes buenos ya están instando para que se los deje acudir donde se hospitalizan a los afectados. Incluso algunos de ellos son regañados por sus obispos cuando, utilizando el ingenio, confiesan desde el coche a los penitentes. Pero son una mayoría heroica.

Mientras usted se encierra en el Vaticano procurando que nadie le contagie, y es que a su alrededor han caído algunos víctimas del virus, pero a usted no le ha tocado, por gracia o por desgracia y es porque debe cumplir su trabajo como Judas con el suyo, y aún no le ha llegado su hora.

Dio al mundo católico una "bendición antivírica" mientras atentaba contra la integridad de un crucifijo antiguo, un Cristo milagroso, exponiéndolo sin piedad a la intemperie y la lluvia durante dos horas hasta que quedó gravemente deteriorado. 

Yo le voy a explicar mi caso. Voy diariamente a la iglesia como permite, por el momento, la ley. Y hasta me daba la comunión un cura, al que de repente le entró un miedo psicótico de contagiarse y ahora sólo la da en la mano. Con lo cual se me ha privado injustamente de comulgar. 
Esos son los curas que tiene hoy la Iglesia y de los que el demonio se ríe con razón. Este sacerdote me llegó a decir que no le interesaba lo que dijo BXVI sobre el derecho a comulgar en la boca frente a otra epidemia que causó 500.000 muertes hace unos años, después de que alguien le consultara por carta sus dudas. 

Como declaró el obispo Schneider, justos y pecadores hemos de pagar muy caro el abuso litúrgico de más de 50 años que surgió con la nueva misa protestantizada y la comunión en la mano, a lo que usted añadió la idolatría de la Pachamama en el corazón del Cuerpo Místico de Cristo y la apertura a la comunión sacrílega que aparece en las Actas Apostólicas de la Santa Sede.

Como ya he dicho en otra ocasión, usted es una pandemia peor que la del coronavirus, porque la muerte del cuerpo no se puede comparar con todo el perjuicio espiritual que nos está ocasionando a más de mil millones de católicos, ya que los clérigos que siguen sus pautas se han apresurado a eliminar el Santo Sacrificio de la Cruz, público, de la faz de la Tierra con consecuencias impredecibles.

Felicite, felicite a los clérigos, pero tenga en cuenta que el juicio de Dios sobre su actitud y la de los suyos diverge diametralmente de su perspectiva sobre lo que es bueno. Se nos ha negado el perdón de los pecados y el pan que nos da la vida eterna. ¿Puede haber algo peor que eso?