Nueva entrevista a Mons Viganò


-Excelencia, el último Decreto del Presidente Giuseppe Conte ha desilusionado las esperanzas de la CEI y postergado el lockdown de las Misas en toda Italia. Algunos canonistas y expertos de derecho concordatarios han expresado muchas reservas sobre el comportamiento del Gobierno. ¿Qué piensa sobre esto?
El Concordato entre la Santa Sede y el Estato Italiano reconoce a la Iglesia como su derecho nativo, la plena libertad y autonomia en el desarrollo del propio Ministerio, que ve en las celebraciones de la Santa Misa y en la administración de los Sacramentos la propia expresión social y pública, en la que ninguna autoridad puede interferir, ni siquiera  con el concenso de la misma Autoridad eclesiástica la cual no es dueña sino administradora de la Gracia vehiculada a través de los Sacramentos.
La jurisdicción por tanto de los lugares de culto, compete en todo y exclusivamente al Ordinario del lugar, que decide en plena autonomía, para bien de las almas confiadas al cuidado del Pastor, las funciones que allí se celebran y por quien deban celebrarse. No compete al Primer Ministro autorizar el acceso a las iglesias, ni mucho menos legislar lo que pueda o no pueda hacer el fiel o el ministro del culto.
Más allá de esto, hay muchos los pronunciamentos con autoridad de eminentes juristas y magistrados -también de la Corte Suprema- que se plantean la legitimidad del legislar a través de Decretos del Presidente del Consejo, que violan los derechos superiores que prevalecen en la Constitución de la República Italiana. Aun cuando no estuviésemos hablándo de la Religión Católica, particularmente tutelada por el status especial, la suspensión del derecho de la libertad de culto implicado por los Decretos del Primer Ministro es claramente ilegítima, y confio que alguno querrá declararlo oficialmente, dando fin a este indecoroso delirio de omnipotencia de la Autoridad civil no solo delante de Dios y de Su Iglesia, sino también ante los fieles y ciudadanos.

-Muchos fieles y sacerdotes se han sentido abandonados y poco tutelados por la Conferencia Episcopal y por los obispos.
Hay que precisar, para evitar equívocos, que la Conferencia Episcopal no tiene ninguna autotidad sobre los obispos, los cuales tienen plena jurisdicción en la propia Diócesis, en unión con la Sede Apostólica. Y esto es  aún más importante en el momento en el que hemos entendido que la CEI es demasiado condescendiente, es más, prisionera, en relación al Gobierno italiano.
Los obispos no deben esperar que un organismo sin ninguna jurisdicción les diga qué hacer: es a ellos que toca decidir cómo comportarse, con prudencia y sabiduría, para garantizar a los fieles los Sacranentos y las celebraciones de las Misas. Y lo pueden hacer sin tener que pedir permiso a la CEI ni mucho menos al Estado, del que su autoridad llega hasta el portal de nuestras iglesias, y allí tiene que detenerse.
Es inaudito que la Conferencia Episcopal Italiana continue a tolerar tal abuso, que daña el derecho divino de la Iglesia, viola una ley del Estado y crea un gravísimo precedente. También creo que el comunicado emitido el pasado Domingo representa una prueba del consentimiento del vértice del Episcopado, no solo a los medios sino también a los fines que se propone este Gobierno.
El silencio supino de la CEI, y de casi todos los ordinarios, muestra la evidencia de una situación de sometimiento al Estado sin precedentes, y que justamente ha sido percibida por los fieles y sacerdotes como una especie de abandono a sì mismos: como emblema lo desmuestran los ejemplos de escandalosas irrupciones de la fuerza pública en las iglesias, para colmos durante la celebración de la Misa, con una arrogancia sacrílega que debía de haber suscitado una inmediata y firmísima protesta por parte de la Secretaría de Estado. Se tenía que haber convocado al Embajador de Italia ante la Santa Sede, presentando una dura Nota de Protesta, por la gravísima violación del Concordato por parte del Gobierno, reservándose llamar al Nuncio Apostólico en Italia, en caso que no se hubiese retirado el procedimiento ilegítimo.
El cardenal Parolin, como patrocinador del Presidente Conte, se encuentra en la incertidumbre del conflicto de intereses. Parece evidente que en vez de tutelar la soberanidad y la libertad de la Iglesia en fidelidad a su alta función institucional de Secretario de Estado, el cardenal Parolin vergonzosamente ha preferido estar junto a su amigo abogado. Ni aun los intereses del llamado voluntariado católico podía justificar tal opción.

-¿A cuáles intereses se refiere? 
Me refiero a la escandalosa repartición de fondos públicos destinados a la acogida de inmigrantes clandestinos, de los que papa Bergoglio y la CEI son en gran parte beneficiados y, al mismo tiempo, acérrimos promotores. Otro conflicto de intereses, éste, que coloca a la Iglesia en posición de reconocimiento delante del Estado, dando lugar a la sospecha legítima de que los silencios de la CEI, incluídos a los que hemos asistido estos meses de supuesta pandemia, sean motivados por el temor de ver esfumar las lucrosas entradas por la “hospitalidad”. No olvidemos que los fondos derivados del (impuesto) 8×1000 se reducen cada vez más, confirmando el alejamiento de los fieles italianos a una Iglesia que parece no tener otro objetivo que el de favorecer la sustitución étnica fuertemente querida por la élite globalista. Me temo que este trend se confirmará en los próximos meses, en respuesta al silencio de los obispos.

-En todo esto la posición del papa Francisco parece contradictoria: al inicio ordenó al cardenal vicario cerrar las iglesias de Roma antes de que Conte emanase el Decreto; luego se desconcierta y lo desmiente públicamente, y las hace reabrir. Ha alentado las Misas en streaming para pasar luego a hablar de gnosis, animando a la CEI a tomar posición contra el Gobierno; ayer recomendó a los fieles obedecer a las disposiciones de los Decretos.
Bergoglio no es nuevo en este género de cambios repentinos, antes que explotara el escándalo en el seno de la Orden de Malta en relación a la distribución de preservativos en los hospitales, Francisco había escrito una carta al Patrón, card. Burke, en la cual impartía clarísimas disposiciones acerca el deber de vigilar sobre la Orden de manera que fuera seguida escrupolosamente fiel la moral católica. Pero cuando la noticia se hizo de público conocimiento él ni pestañeó para contradecir a su eminencia, comisariando entonces a la Orden y exigiendo la renuncia del Gran Maestro y reintegrando al consejero que había sido expulsado justamente por ser responsable de la deplorable violación de la moral.
En el caso que Ud. recuerda, el cardenal vicario buscó defender su correcto actuar, explicándo que la orden de cerrar las iglesias fue dada por su santidad. En el caso mas reciente de la CEI, el comunicado emitido la tarde del Domingo evidentemente tenía aprobación del presidente cardenal Bassetti, y que a su vez tenía que haber consultado con Francisco. Desconcierta que, en el transcurso de pocas horas, el pulpito de Santa Marta contradiga a la CEI e invite a los fieles y a los sacerdotes obedecer las disposiciones del Gobierno que no solo estan en deuda sino son violaciones de la conciencia en perjurio de la salud de las almas.
Nadie pretende exponer a los fieles a un posible contagio, admitido y no concedido que fuera una eventualidad temible; pero las dimensiones de nuestras iglesias y por desgracia el número exiguo de los fieles que normalmente las frecuenta, permiten respetar las distancias de seguridad tanto para la oración individual como para la celebración del Santo Sacrificio o de otras ceremonias. Evidentemente los solícitos legisladores no van a las iglesias desde hace mucho tiempo…
No olvidemos que los fieles tienen el derecho, además del deber, de asistir a la Misa, confesarse, recibir los Sacramentos: este es un derecho que proviene al ser miembros vivos del Cuerpo Místico en virtud del Bautismo. Los pastores tienen por tanto el sagrado deber -aun a riesgo de la salud y la propia vida, de ser el caso- de proveer a este derecho de los fieles, y de esto responderan a Dios, no al presidente de la CEI ni mucho menos al presidente del Consejo.

-En los pasados días  S.E. Mgr. Giovanni d’Ercole ha lanzado una severa advertencia a Conte y al “comité científico” a los que ha intimado: “Es preciso que nos den el derecho al culto, si no lo retomaremos”. Palabras fuertes y de coraje, que parecen entrever un cierto despertar en las conciencias de los pastores.
Monseñor D’Ercole ha hablado como habla un verdadero obispo, con la autoridad que le viene de Cristo. Como él, estoy seguro, hay otros muchos obispos y sacerdotes que sienten la responsabilidad ante las almas a ellos confiadas. Pero muchos callan, más por no exhaltar los ánimos que por miedo. Justo en este tiempo pascual resuena en la liturgia la parábola evangélica del Buen Pastor; Jesús también menciona a los mercenarios a los que no les importa la salvación de las ovejas: busquemos que no caiga al vacío el llamado divino y el ejemplo del Salvador ¡que da la vida por sus ovejas!
Me permito dirigirme a mis hermanos en el episcopado: ¿creen que, cuando en México o en España cerraron las iglesias, prohibieron las procesiones, prohibieron el uso del hábito religioso en público, las cosas empezaron de forma diferente?. No permitan que con la excusa de una presunta epidemia ¡ que se limite la libertad de la Iglesia!, no lo permitan de parte del Estado ni de parte de la CEI!. El Señor les pedirá cuenta de las almas que mueren sin los Sacramentos; de los pecadores que no han podido reconciliarse con El; del haber permitido por primera vez en la historia desde el Edicto de Constantino, fuera prohibido a los fieles celebrar dignamente la Santa Pascua. Sus sacerdotes no son timoratos sino heroícos testigos, y sufren por las órdenes arbitrarias impartidas por ustedes. Sus fieles les imploran: ¡no se hagan los sordos a nuestros ruegos!.
-Son palabras que suenan a invitación de desobediencia a la autoridad eclesiástica además de civil.
La obediencia está en orden a la Verdad y al Bien, de otra forma sería servilismo. Hemos llegado a tal punto de las conciencias obtusas que no nos damos cuenta de lo que significa “ser testigos de la Verdad”: creer que Nuestro Señor nos juzgará por haber sido obedientes al César, ¿cuando esto significa desobedecer a Dios?. ¿Acaso no está el cristiano llamado a la objeción de conciencia, también en su trabajo, cuando lo que se le pide viola la Ley Divina?. Si nuestra Fe se basara solo en la obediencia, los Mártires no habrian afrontado los tormentos a los que les condenaba la ley civil: habría sido suficiente obedecer y quemar incienso a la estatua del emperador.
No llegamos todavía, al menos en Italia, ante la elección crucial entre la vida y la muerte; pero se nos pide elegir entre el deber de honrar a Dios y darLe culto, o la obediencia sometida al diktat de pseudo expertos, que mil veces contradicen los hechos reales.
Es paradójico que en este engaño, que se va develando incluso ante los más moderados observadores de cuanto sucede en nuestro entorno, se imponga al Pueblo de Dios la ingrata tarea de dar testimonio de la propia Fe ante semejantes lobos, sin contar a su lado con los propios pastores. Es por lo que aconsejo a mis hermanos retomar con valentía el rol de guías que les es propio, sin paralizarse con pretexto de la conformidad ante normas ilegítimas e irracionales. Hago mías las palabras de Mgr. D’Ercole: “No necesitamos favores de ustedes: tenemos derecho de reclamar ¡y este derecho debe ser reconocido!”.

-Algunos podrían pensar que sus palabras son “divisorias” en un momento en el que es fácil exasperar los ánimos de por sí ya probados de los ciudadanos.
La unidad de Fe en Caridad se funda en la salvación de las almas, no en su perjuicio: no bastan los “intercomunicados” de la CEI ni los dulces encuentros papales con el Primer Ministro, al que se le otorga indulgente colaboración, con las que demuestra connivencia y colaboración postrada. Proclamar la verdad conlleva “dividir”, porque la verdad se opone al error, como la luz a las tinieblas. Así nos dice el Señor: “¿Piensan que he venido a traer la paz en la tierra?. No, sino la división”. Lc. 12, 51.
Admitiendo y no concediendo que el coronavirus sea así de virulento y de mortal que justifique la segregación de un entero pueblo, más aún, del mundo entero, pues bien: ¿justamente en un momento así son negados los Sacramentos y la Santa Misa cuando más son necesarios para la salvación eterna?.
-De lo dicho, su Excelencia, me parece comprender su perplejidad ante la naturaleza del Coronavirus: ¿Es una impresión o cree -como afirman muchos médicos- que algunos hayan querido aprovecharse de la pandemia con otros objetivos?
Esta no es la sede para expresar mis reservas sobre la así llamada “pandemia”: creo que autorizados científicos han sabido demostrar lo que realmente sucede, y lo que se hace creer a las masas, a través del control capilar de la información que no se ahorra en recurrir a la censura contra toda voz de disenso. Me parece que el Covid-19 ha propiciado una óptima ocasión -si buscada pronto se sabrá- para imponer a las poblaciones la limitación de la libertad que no tiene nada de democrático, ni de bueno mucho menos. Son pruebas técnicas de una dictadura, en las que para colmo se busca programar con seguimiento a las personas, con la excusa de la salud y de un hipotético recrudecimiento del virus.  Si se piensa poder imponer un regimen tiránico -en las que personas elegidas por nadie- pretendan establecer lo que es y lo que no es legítimo, cuáles los remedios y castigos a imponer a quienes pretendan sustraerse. Con el agravante de que todo esto viene avalado por la jerarquía; si nos los hubiesen contado hace pocos años no lo hubiesemos creído.

Una palabra de esperanza para concluir.
Siempre hay una razón de esperanza, si se tiene una mirada sobrenatural. Antes que nada esta pandemia ha quitado muchas máscaras: las de los verdaderos poderes, de las lobby internacionales que registran el virus y corren a registrar también la vacuna, y a la vez presionan para que se imponga a todos, dentro de un clamoroso conflicto de intereses, ahora sabemos qué rostros tienen. Han caído también las máscaras de cuantos se prestan para esta farsa, lanzando alarmas injustificadas y sembrando pánico entre las gentes, creando no solo una crisis sanitaria, sino también económica y política a nivel mundial. Por igual en este caso sabemos quienes son y cuales sus proyectos.
Y para terminar, ha caído la máscara del anonimato de tantas personas buenas. Nos damos cuenta de cuanta generosidad, cuanta abnegación, cuanta bondad exista todavía, a pesar de todo. Médicos, enfermeros, sacerdotes y voluntarios, ciertamente; pero también tantos sin rostros y sin nombres que ayudan al prójimo, confortando a quien sufre, despertando del sopor e iniciando a comprender lo que pasa alrededor. Un despertar del Bien, del que sin dudas el autor es el Señor. Él gobierna el destino de la Iglesia y del mundo, y no permitirá que el mal prevalezca.
No olvidemos que -como han recordado recientemente- Nuestra Señora ha prometido a la Hermana Lucía que antes del final de los tiempos un papa consagraría a Rusia a Su Corazón Inmaculado, y que a este gesto de obediencia seguiría un período de paz. Consagremos por tanto nuestras personas y nuestras familias y nuestra querida Italia bajo el manto de la Virgen Santísima, confiando plenamente en Sus palabras.