Hablaré primero a los que no me conocen



Hablaré primero a los que no me conocen: Sí; a vosotros, hijos queridos, que desde vuestra tierna infancia habéis vivido lejos de vuestro Padre. ¡Venid! Voy a deciros por qué no le conocéis y, cuando sepáis quién es y qué Corazón tan amoroso tiene, no podréis resistir a su amor.
Con frecuencia sucede que hijos que han vivido lejos de sus padres, no los aman; mas cuando conocen la dulzura que encierra el amor paterno y sus desvelos, llegan a amarlos con más ternura aún que aquellos que nunca han salido de su hogar.
A las almas que no sólo no me aman, sino que me aborrecen y me persiguen, preguntaré: ¿Por qué me odiáis así?... ¿Qué os he hecho Yo, para que me persigáis de ese modo?...
¡Cuántas almas hay que nunca se han hecho esta preguntar Y hoy, que se la hago Yo tendrán que responder: «No lo sé».
Yo responderé por ellas.

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No me conociste cuando niño porque nadie te enseñó a conocerme, y a medida que ibas creciendo en edad, crecían en ti también las inclinaciones de la naturaleza viciada, el amor de los placeres, el deseo de goces, de libertad, de riquezas.
Un día oíste decir que para vivir bajo mi Ley es preciso soportar al prójimo, amarle, respetar sus derechos, sus bienes; que es necesario someter las propias pasiones... y como vivías entregado a tus caprichos, a tus malos hábitos, ignorando de qué ley se trataba, protestaste diciendo:
¡No quiero más ley que mi gusto! ¡Quiero gozar! ¡Quiero ser libre!
Así es como empezaste a odiarme, a perseguirme.
Pero Yo, que soy tu Padre, te amo con amor infinito y, mientras te rebelabas ciegamente y persistías en el afán de destruirme, mi Corazón se llenaba más y más de ternura hacia ti.
Así transcurrieron un año, dos, tres, tantos cuantos sabes que has vivido de ese modo.
Hoy no puedo contener por más tiempo el impulso de mi amor y, al ver que vives en continua guerra contra quien tanto te ama; vengo a decirte Yo mismo quién soy.


Hijo querido: Yo soy Jesús, y este nombre quiere decir Salvador. Por eso mis manos están traspasadas por los clavos que me sujetaron a la cruz, en la cual he muerto por tu amor. Mis pies llevan las mismas señales y mi Corazón está abierto por la lanza, que introdujeron en él después de mi muerte.
Así vengo a ti, para enseñarte quién soy y cuál es mi ley.
Soy tu Dios y tu Padre. ¡Tu Creador y tu Salvador!... Tú eres mi criatura, mi hijo y mi redimido, porque al precio de mi Sangre y de mi vida te rescaté de la tiranía de la esclavitud del pecado.
Tienes un alma grande, inmortal, creada para gozar eter- namente; posees una voluntad capaz de obrar el bien y un corazón que necesita amar y ser amado.
Si buscas alimentar este amor de cosas terrenas y pasajeras, nunca lo saciarás. Tendrás siempre, hambre, vivirás en perpetua guerra contigo mismo, triste, inquieto, turbado.
Si eres pobre y tienes que trabajar para ganar el sustento, las miserias de la vida te llenarán de amargura. Sentirás odio contra tus amos y quizá, si pudieras, destruirías sus bienes, para reducir- los a vivir como tú, sujetos a la ley del trabajo. Experimentarás cansancio, rebeldía y desesperación, pues la vida es triste y al fin has de morir.
Sí, mirando naturalmente, todo eso es triste. Pero Yo vengo a mostrarte la vida como es en realidad, no como tú la ves.
Aunque seas pobre y tengas que ganarte tu sustento y el de tu familia, aunque te veas sujeto a un amo, no eres esclavo. Fuiste creado para ser libre.
Si vas buscando amor y no logras satisfacer tus ansias, es porque fuiste creado para amar no lo temporal, sino lo eterno.
Esa familia que amas, por la que te afanas en procurar su subsistencia, su bienestar y su felicidad en la tierra, debes amarla sin olvidar que un día tendrás que separarte de ella, aunque no para siempre.
Ese dueño a quien sirves y para quien trabajas, debes amarle, respetarle, cuidar de sus intereses y procurar aumentárselos con tu trabajo y con tu fidelidad; mas ten presente que sólo será tu señor por unos cuantos años, pues esta vida pasa pronto y conduce a la otra que no acabará jamás y que será feliz.
Tu alma, creada por un padre que te ama, no con un amor cualquiera sino con un amor eterno e infinito, irá al lugar de eterna dicha que este, Padre te prepara.

Allí encontrarás el amor que responderá a tus anhelos.
Allí vivirás la verdadera vida, de la que no es más que una sombra que pasa esta de la tierra: el cielo no pasará jamás.
Allí el trabajo que hiciste y soportaste en le tierra será recompensado
Allí encontrarás a la familia que tanto amabas y por la que derramaste el sudor de tu frente: Allí te unirás con tu Padre, con tu Dios. ¡Si supieras qué felicidad te espera!...

Jesús a Sor Josefa Menéndez