El amor debe ser la regla de todas las acciones


Por la elevación al orden de la gracia, el cristiano ama con el mismo amor de Dios, que se le da como don inefable. Esta es la esencia de la caridad, que se recibe en el Bautismo y que el cristiano puede disponerse a incrementar con la oración, los sacramentos y el ejercicio de las buenas obras.

Infundido en el alma del cristiano, este amor «debe ser la regla de todas las acciones. Del mismo modo que los objetos que construimos se consideran correctos y ultimados si se ajustan al proyecto trazado previamente, también cualquier acción humana será recta y virtuosa cuando concuerde con la regla divina del amor; y si se aparta de ella, no será buena ni perfecta». Para que todas nuestras obras puedan ser pesadas y medidas por esa regla, el alma en gracia no recibe el amor divino como algo extraño. La caridad no destruye, sino que ordena, imprimiendo esa unidad del querer tan propia del amor de Dios. Para esto perfecciona y eleva nuestra voluntad.
La caridad, con la que amamos a Dios y en Dios al prójimo, fructifica en la medida en que se pone en ejercicio: cuanto más se ama, más capacidad tenemos para amar. «Y si lo que ama no lo posee totalmente, tanto sufre cuanto le falta por poseer (...). Mientras esto no llega, está el alma como en un vaso vacío que espera estar lleno; como el que tiene hambre y desea la comida; como el enfermo que llora por su salud; y como el que está colgado en el aire y no tiene dónde apoyarse».
No hay tasa ni medida para amar a Dios. Él espera ser amado con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. Siempre podrá crecer el amor a Dios; Él dice a sus hijos, a cada uno en particular: Con amor eterno te amé; por eso, compadecido de ti, te atraje a Mí.
Pidamos al Señor que nos persuada de esta realidad: solo hay un amor absoluto, que es la fuente de todos los amores rectos y nobles. Y aquel que ama a Dios, es quien mejor y más ama a sus criaturas, a todas; a algunas «es fácil amarlas; a otras, es difícil: no son simpáticas, nos han ofendido o hecho mal; solo si amo a Dios en serio, llego a amarlas en cuanto hijas de Dios y porque Él me lo manda. Jesús ha fijado también cómo amar al prójimo, esto es, no solo con el sentimiento, sino con los hechos: (...) tenía hambre en la persona de mis hermanos más pequeños, ¿me habéis dado de comer? ¿Me habéis visitado cuando estaba enfermo?». ¿Me ayudasteis a llevar las cargas cuando eran demasiado pesadas para llevarlas Yo solo?
Amar al prójimo en Dios no es amarlo mediante un rodeo: el amor a Dios es un atajo para llegar a nuestros hermanos. Solo en Dios podemos entender de verdad a los hombres todos, comprenderlos y quererlos, aun en medio de sus errores y de los nuestros, y de aquello que humanamente tendería a separarnos de ellos o a pasar a su lado con indiferencia.