El enemigo número uno es la Eucaristía


No nos hagamos ilusiones y no lo endulcemos: esta larga y agotadora temporada de pandemia nos ha dejado un pesado legado que afrontar: un ataque sistemático a la Eucaristía. Llamemos a las cosas por su nombre y reconozcamos que cuando todo vuelve a la normalidad, aunque sea con dificultad, la víctima es precisamente el Cuerpo de Cristo. Estábamos acostumbrados a verlo atacado en sacrilegios, en las procesiones blasfemas del Lgbt, pero eran demasiado llamativas e impresionaban, fuimos más lejos y no lo reparamos.

Estábamos acostumbrados a verLo atacado en las doctrinas progresistas, en las concesiones casuísticas para los divorciados "vueltos a casar" o para los homosexuales que cohabitan y son bendecidos, pero aquí también la Iglesia ha prevalecido balbuceando sobre la "misericordia" y la rigidez.

Y ahora lo vemos bajo un ataque diabólico y oculto en forma de higiene. Y todavía los obispos no se dan cuenta, cegados como están por el miedo a perturbar un Estado del que ahora se han convertido en oficiales en sotana y roquete.

El viernes por la tarde el Comité Técnico Científico vino a escribir esta bestialidad: "El momento litúrgico de la Eucaristía en el que el oficiante primero comulga y luego distribuye (la comunión) a los fieles representa una de las fases más críticas para la posibilidad de propagación interhumana del virus".

Tenemos el gran Estado litúrgico, que ahora puede permitirse en blanco y negro "recomendar" la distribución de la Comunión en la mano.

¿Todavía no lo entendemos? La Eucaristía es el riesgo, el mayor peligro. La Hostia es la crisis. El Pan Celestial es el enemigo público número uno y esta convención expresada  por un comité de pseudo-científicos - cuyos nombres y apellidos no conocemos - de un gobierno ateo es aceptada sin rechistar por los obispos que permiten que sea dicho esto del Cuerpo de Cristo. Con esta lógica, la Eucaristía también representará un peligro para todos los demás virus del futuro. 

Es evidente que para escribir tal bestialidad, que por cierto no tiene base científica porque hasta los niños saben ahora que, mientras no se tosa en la cara del fiel o se estornude delante de él, no existe la transmisión del virus, la STC ha tenido carta blanca y mano libre. Una concesión que ha podido tomar porque los obispos y cardenales italianos han renunciado a su papel de liderazgo, dándolo a un comité de salud pública que ha dictado las reglas a voluntad. 

Pero en el fondo estos obispos no tuvieron mucha dificultad en aceptar estas bofetadas ministeriales que reducen al Cuerpo de Cristo a mero alimento a ser dispensado y reducen su autoridad a la de los mandarines que ahora sólo son capaces de pedir permiso al Estado incluso para quitarse un par de guantes: ya habían aceptado las bofetadas en la Eucaristía con las derivas doctrinales, con las herejías más o menos enmascaradas de la Eucaristía como un derecho.

En febrero, con el encierro todavía lejos, en la misa, la comunión distribuida en la mano ya era la práctica. Y todos se callaban. Luego vino la cuarentena, la detención de la misa con gente y luego nos dijeron que necesitábamos consolarnos con la comunión espiritual: la hicimos. Mientras tanto, se nos prohibió ir a la iglesia para recibirla fuera de la misa. Alguien pensó en enviar (la Eucaristía) como un paquete postal a los fieles en casa: y aquí también guardamos silencio.

El punto más bajo que experimentamos fue cuando los Carabinieri asaltaron la iglesia durante la misa, en el mismo momento en que el pan de los hombres se convirtió en Pan Divino. La Eucaristía fue arrestada, el sacerdote fue multado y aquí también: todos guardaron silencio. Ningún obispo indignado, nadie que haya levantado la voz por un sacrilegio que sólo (el político) Vittorio Sgarbi - ¿entiendes? - sintió que tenía que informar a la justicia. 

Con la reanudación de las misas en mayo volvimos a ver la Eucaristía, pero nos la dieron con guantes de látex sacrílegos y, obligatoriamente, en nuestras manos. Los pastores más audaces incluso aconsejaron no arrodillarse  obviamente sin explicar cómo se transmitiría la infección. Y ahora, desde antes de ayer, podemos comulgar de nuevo sin guantes, pero no en la boca. Mientras tanto, las más queridas devociones eucarísticas como la procesión del Corpus Christi se han eliminado de golpe.

En abril y mayo, los obispos y lacayos clericales idolatraron a los científicos como héroes, independientemente de lo que muchos de ellos estaban patrocinando. El profesor Massimo Galli de Milán también recibió honores semidivinos del mundo católico, pero nadie le respondió a la cara cuando dijo que "la misa no es necesaria, ni una prioridad" reduciendo la hostia a un pan ordinario. Nadie le respondió, nadie defendió la Eucaristía.  
El resultado es este: la Eucaristía como enemigo público número uno.
Quítate la máscara y admítelo: el enemigo es el Pan de los Ángeles. Tenías que salvar la (Sagrada) Especie, exponerla, adorarla, confiar en ella. En su lugar la hemos quitado de la vista de todos y ahora la consideramos como vehículo de contagio, enemigo público número uno. 

Perdida su credibilidad (de los eclesiásticos) en el momento de la prueba ¿con qué autoridad pueden hablar desde sus cátedras enseñando y amonestando?


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