El alma cuando es examinada

 Luego que el alma e presenta al tribunal de Jesucristo, le dice éste justísimo Señor: «Dame ahora cuenta de todas las obras de tu vida». Dice el Apóstol, que para hacerse el alma digna de la salvación eterna, ha de confirmar su vida con la de Jesucristo. (Rom. VII, 29 et 30). Escribió San Pedro, que en el juicio recto que hará Jesucristo, «apenas se salvará el justo que haya observado la ley divina, perdonado a sus enemigos, respetando a los Santos, y siendo manso y casto de corazón». Y luego añade: «¿Cuál será la muerte del pecador y del impío?» (I. Petr. iv, 18). «¿Cómo se salvarán los vengativos y los blasfemos, los deshonestos, y los maldicientes?» «¿Y cómo se salvarán aquellos cuya vida ha sido siempre contraria a la vida de Jesucristo?».



 El Juez, ante todas las cosas, pedirá cuenta al pecador de los beneficios y de las gracias que le hizo para salvarle, de las cuales él no quiso aprovecharse. Le pedirá cuenta de los años que le concedió para servir a Dios: Vocabit adversum me tempus (Threm. I, 15) y él los gastó en ofenderle. En seguida se la pedirá de los pecados. Los pecadores cometen las culpas, y luego se olvidan de ellas; pero no las olvida Jesucristo, que tiene contadas todas nuestras iniquidades, como dice Job: «Tú tienes sellados y guardados como en una arquilla mis delitos». (Job. XVI, 17). Y también nos dice que «el día de la cuenta tomará el Señor la antorcha para escudriñar todas nuestras obras»: Et erit in tempore illo; scrutabor Jerusalem in lucernis (Sophon. I, 12). Mendoza comenta estas palabras, diciendo: Lucerna omnes angulos permeat. «La luz de la antorcha penetra en todos los ángulos de la casa»; lo cual quiere decir, que Dios descubrirá todos los defectos de la conciencia, grandes y pequeños; porque entonces, como dice San Anselmo: «Se pedirán cuentas hasta de sus miradas»; y San Mateo: «De toda palabra ociosa». Omne verbum otiosum, quod locuti fuerint homines, reddent rationem de eo in die judicci. (Matth. XII, 36).


 El profeta Malaquías dice, que «así como se purifica el oro, separándose de la escoria, así el día del juicio se examinarán todas nuestras acciones, y se castigarán las que no sean buenas y arregladas a la ley divina. Hasta las obras justas, como por ejemplo, las confesiones, las comuniones, las oraciones han de ser examinadas entonces». (Psalm. LXXIV, 3). Y si han de ser juzgadas las miradas y las palabras ociosas; ¿con cuánto rigor se juzgarán las acciones deshonestas, las blasfemias, las murmuraciones graves, los hurtos y los sacrilegios? «En aquél día», -dice San Jerónimo- «cada alma verá por sí misma con grande confusión suya toda la fealdad de sus acciones».


 «Pesados están en fiel balanza los Juicios del Señor». (Prov. XVI, 11). En la balanza del Señor no se pesa la nobleza, ni la ciencia, sino la vida y las obras. El aldeano, el pobre y el ignorante serán premiados, si mueren en la inocencia; y el noble,  el rico y el literato serán condenados, si resultan reos en el juicio, como dijo Daniel al rey Baltasar: Appensus es in statera, et inventus es minus habens. (Dan. V, 27) El P. Alvarez comenta estas palabras, diciendo: «No entran en la balanza el oro ni el poder; solamente fue pesado el rey».


 Entonces el infeliz pecador se verá acusado por el demonio, que, como dice San Agustín, «repetirán ante el tribunal de Jesucristo las palabras con que prometimos ser fieles; y nos echará en cara todo lo que hicimos, y en que día y hora pecamos». Nos recordará en efecto el demonio, todas nuestras malas obras, señalando el día y la hora en que las hicimos; y terminará la acusación y el proceso con estas palabras que el mismo Santo pone en boca del demonio: «Yo no sufrí como vos bofetadas y azotes por este ingrato; sin embargo, él os ha vuelto las espaldas a vos, que tanto padecisteis por salvarle, y se ha hecho esclavo mío». También se presentará a acusarle el Ángel custodio, como escribe Orígenes, y dirá: «Yo he trabajado tantos años a su lado; él, empero, despreció todos mis consejos e inspiraciones». Entonces pues, hasta los amigos despreciarán el alma condenada en el juicio. Y la acusarán sus mismos pecados, según San Bernardo, diciéndole: «Tú nos cometiste, obra tuya somos, no te abandonaremos». (Lib. Medit. cap. 2).


 Veamos ahora que excusas podrá alegar el pecador. Dirá que la mala inclinación natural le indujo al mal; pero se le responderá, que si bien la carne le inclinaba al pecado, ninguno le violentaba para cometerle: antes al contrario, si hubiese recurrido a Dios cuando se veía tentado, el Señor le hubiera dado fuerzas para resistir por medio de su gracia. Con este fin Jesucristo instruyó los sacramentos; y no habiendo querido valernos de ellos, ¿ de quién podemos quejarnos sino de nosotros mismos? Por esto dice San Juan: «Ahora no tienen excusa de sus pecados» (Joann. XV, 22). Dirá para excusarse, que el demonio le tentó; pero San Agustín dice que el enemigo está atado con cadenas como un perro, y que no puede morder a ninguno sino al que se acerca a él con demasiada confianza. Puede el demonio ladrar, más no morder sino a aquél que se le acerque a él y le preste oídos. Ved, pues, cuán necio es aquél a quien muerde el perro que está atado a la cadena. Alegará quizá para excusarse el mal hábito, pero no le valdrá semejante excusa, porque el mismo San Agustín añade: que aunque es difícil resistir a los malos hábitos, sin embargo, si se quiere de veras, se vencen con la ayuda de Dios. «El Señor›, -como asegura San Pablo-, ‹no permite que ninguno sea tentado más allá de lo que puede resistir». (I.Cor. X. 13).


 «¿Que será de mi, -decía Job-, cuando Dios habrá de venir a juzgar?» «¿Ni que podré responderle cuando me pregunte?» «¿Y que le responderé cuando me buscare?» ¿Que podrá responderle a Jesucristo el pecador? ¿Que ha de poder contestar cuando se vea convencido? Callará confuso, como calló el hombre que según San Mateo (22, 12) fue hallado sin el vestido nupcial. Toda iniquidad cerrará su boca. Entonces dice Santo Tomás de Villanueva, no habrá intercesores a quienes pueda recurrir. ¿Quién te salvará entonces? ¿Dios? Más ¿cómo podrá salvarte Dios, dice San basilio, si tú le despreciaste? El alma que sale de esta vida en pecado se condena a sí misma, aún antes de que se pronuncie la sentencia contra ella.