Jesús y su encuentro con Áglae, la meretriz (Valtorta)





(...)Un hombre, un leñador entrado en años, más bien bajo, pero fuerte, observando al grupo, deja de serrar un tronco talado y se dirige hacia ellos.
-¿A quién buscáis?
- Queríamos entrar en la casa, para orar ante el sepulcro de Zacarías.
- Ya no existe el sepulcro. ¿No lo sabéis? ¿Quiénes sois?
- Yo, amigo de Samuel, el pastor. Él...
- No hace falta, Elías - dice Jesús. Elías se calla.
- ¡Ah! ¡Samuel!... ¡Ya! Sólo que desde que Juan, hijo de Zacarías, está en la cárcel, la casa ya no es suya. Y es una

desgracia, porque él distribuía todas las ganancias de sus bienes entre los pobres de Hebrón. Una mañana vino uno de la corte de Herodes, echó afuera a Joel, clausuró la casa; luego volvió con algunos obreros y empezó a levantar el muro... En el ángulo, allí, estaba el sepulcro. No lo quiso... y una mañana lo encontramos todo destrozado, medio derruido... los pobres huesos mezclados... Los recogimos como se pudo... Ahora están en una única arca... Y en la casa del sacerdote Zacarías ese inmundo tiene a sus amantes. Ahora está una histrionisa de Roma. Por eso ha realzado el muro. No quiere que se vea... ¡La casa del sacerdote, un lupanar! ¡La casa del milagro y del Precursor! Porque ciertamente es él, si es que no es él el Mesías. ¡Y cuántas dificultades hemos tenido por el Bautista! ¡Pero es nuestro grande! ¡Verdaderamente grande! Ya cuando nació se dio un milagro. Isabel, consumida como un cardo ajado, resultó fértil como un manzano en Adar; primer milagro. Luego vino una prima, que era santa, a servirle y a soltarle la lengua al sacerdote. Se llamaba María. Me acuerdo de ella, aunque sólo la viéramos en muy raras ocasiones. No sé cómo sucedió. Se dice que, por contentar a Isa, Ella dejaba poner la boca muda de Zacarías sobre su vientre grávido, o que le metía sus dedos en la boca. No lo sé bien. Lo cierto es que, después de nueve meses de silencio, Zacarías habló alabando al Señor y diciendo que había venido el Mesías. No explicó más, pero mi mujer asegura — ella estaba ese día — que Zacarías dijo, alabando al Señor, que su hijo iría delante de Él. Ahora, yo digo: no es como la gente cree. Juan es el Mesías y camina ante el Señor como Abraham ante Dios, eso es. ¿No tengo razón?
- Tienes razón por lo que respecta al espíritu del Bautista, que siempre camina en presencia de Dios; pero no tienes razón respecto al Mesías.
- Entonces aquélla, de la que se decía que era Madre del Hijo de Dios — lo dijo Samuel — ¿no era verdad que lo era? ¿No vive todavía?
- Lo era. El Mesías nació, precedido por aquel que en el desierto alzó su voz, como dijo el Profeta.
- Tú eres el primero que lo asegura. Juan, la última vez que Joel le llevó una piel de oveja — como todos los años hacía cuando llegaba el invierno —, si bien fuera interrogado acerca del Mesías, no dijo: "Ya ha venido". Cuando él lo diga...
- Hombre, yo he sido discípulo de Juan y he oído decir: "He aquí el Cordero de Dios", señalando... - dice Juan.

- No, no. El Cordero es él. Verdadero Cordero que se ha criado a sí mismo, sin casi necesidad de madre y padre. Poco después de pasar a ser hijo de la Ley, se aisló en las cuevas de los montes que miran al desierto y allí se ha educado, hablando con Dios. Isa y Zacarías murieron y él no vino. Padre y madre para él era Dios. No hay santo más grande que él. Preguntad a toda Hebrón. Samuel lo decía, pero debían tener razón los de Belén. El santo de Dios es Juan.
- Si uno te dijera: "El Mesías soy Yo", ¿qué dirías tú? – pregunta Jesús. 
- Lo llamaría "blasfemo" y lo echaría a pedradas.
- ¿Y si hiciera un milagro para probar su condición?.
- Lo llamaría "endemoniado". El Mesías vendrá cuando Juan se revele en su verdadero ser. El mismo odio de Herodes es la prueba. Él, el astuto, sabe que Juan es el Mesías.
- No ha nacido en Belén.
- Pero cuando lo liberen, después de anunciarse por sí mismo su próxima venida, se manifestará en Belén. También Belén espera esto. Mientras... ¡Oh! Ve, si tienes valor, a hablarles a los de Belén de otro Mesías... y verás.
- ¿Tenéis una sinagoga?
- Sí. Recto doscientos pasos por esta calle. No puedes equivocarte. Cerca está el arca de los restos profanados.
- Adiós. Que el Señor te ilumine.
Se van. Dan la vuelta por la parte de delante.
En el portón hay una mujer joven vestida sin ningún pudor. Guapísima.
- Señor, ¿quieres entrar en la casa? Entra.
Jesús la mira fijamente, severo como un juez, y no habla.
Habla Judas, en esto apoyado por todos.
-¡Métete dentro, desvergonzada! No nos profanes con tu aliento, perra insaciable.
Se manifiesta en la mujer un vivo rubor e inclina la cabeza. Trata de desaparecer, confundida, escarnecida por

gamberros y por la gente que pasa.
- ¿Quién es tan puro como para decir: "Jamás he deseado la manzana ofrecida por Eva?" - dice Jesús, severo, y añade -

Decidme dónde está éste y Yo lo saludaré con la palabra "santo". ¿Ninguno? Bueno, pues entonces, si no por repulsa, sino por debilidad, os sentís incapaces de aproximaros a ésta, retiraos. No obligo a los débiles a luchas en inferioridad de condiciones. Mujer, querría entrar. Le guardo cariño a esta casa. Era de un pariente mío.
- Entra, Señor, si no te doy asco.
- Deja abierta la puerta. Que la gente vea y no murmure...
Jesús pasa serio, solemne. La mujer lo recibe reverente, subyugada, y no osa moverse. Pero las burlas de la multitud le

hacen sangre. Huye corriendo hasta el fondo del jardín. Mientras, Jesús va hasta el pie de la escalera; mira de refilón por las puertas entreabiertas, pero no entra. Luego se dirige hacia donde estaba el sepulcro (ahora hay una especie de pequeño templo pagano).
- Los huesos de los justos, aunque estén resecos y dispersos, gimen por un bálsamo de purificación y esparcen semillas de vida eterna. ¡Paz a los muertos que han vivido en el bien! ¡Paz a los puros que duermen en el Señor! ¡Paz a quienes sufrieron, pero no quisieron conocer vicio! ¡Paz a los verdaderos grandes del mundo y del Cielo! ¡Paz!.
La mujer, bordeando un seto que la ocultaba, se ha llegado hasta Él. - ¡Señor!
- Mujer.
- Tu nombre, Señor.

- Jesús.
- No lo he oído nunca. Soy romana: mimo y bailarina. No soy experta más que en lascivias. ¿Qué quiere decir ese Nombre? El mío es Aglae y—y quiere decir: vicio.
- El mío quiere decir: Salvador.
- ¿Cómo salvas? ¿A quién?
- A quien tiene buena voluntad de salvación. Salvo enseñando a ser puros, a preferir el dolor a la pérdida del honor, a

querer el bien a toda costa - Jesús habla sin acritud, pero sin siquiera volverse hacia la mujer. - Yo estoy perdida...
- Yo soy Aquel que busca a los perdidos. - Yo estoy muerta.
- Yo soy Aquel que da Vida.
- Yo soy suciedad y embuste.

- Yo soy Pureza y Verdad.
- También eres Bondad, Tú, que no me miras, no me tocas, no me pisoteas. Piedad de mí... - Ten piedad de ti, tú, primero; de tu alma.
- ¿Qué es el alma?
- Es aquello que hace del hombre un dios y no un animal. El vicio y el pecado la matan y, una vez muerta, el hombre se vuelve animal repelente.
- ¿Podré volver a verte?
- Quien me busca me encuentra.
- ¿Dónde estás?
- Donde los corazones necesitan médico y medicinas para volver a ser honestos.
- Entonces... no te volveré a ver... Yo estoy donde no se quiere ni médico ni medicinas ni honestidad.
- Nada te impide venir a donde Yo esté. Mi Nombre será gritado por los caminos y llegará hasta ti. Adiós.
- Adiós, Señor. Déjame que te llame "Jesús". ¡No por familiaridad!... Para que entre en mí un poco de salvación. Soy

Aglae, acuérdate de mí. - Sí. Adiós.
La mujer se queda en el fondo. Jesús sale severo. Mira a todos. Ve perplejidad en los discípulos, burla en los hebronitas. Un siervo cierra el portón.
Jesús va recto por la calle. Llama a la sinagoga.
Se asoma un viejo malévolo. Ni siquiera le da tiempo a Jesús de hablar.
- La sinagoga está prohibida, en este lugar santo, para los que tienen comercio con las meretrices. ¡Fuera!.
Jesús se vuelve sin hablar y continúa caminando por la calle (los suyos van detrás) hasta que se encuentran fuera de

Hebrón. Entonces hablan.
- Hay que decir que Tú te lo has buscado, Maestro - dice Judas - ¡Una meretriz!
- Judas, en verdad te digo que ella te superará. Y ahora, tú que me censuras, ¿qué me dices de los judíos? En los lugares

más santos de Judea nos han escarnecido; nos han echado... Pero es así. Llega el tiempo en que Samaría y los gentiles adorarán al verdadero Dios, y el pueblo del Señor estará manchado de sangre, y de un delito... de un delito respecto al cual el de las meretrices que venden su carne y su alma será poca cosa. No he podido orar ante los huesos de mis primos y del justo Samuel, pero no importa. Reposad, huesos santos, regocijaos, oh espíritus que habitáis en ellos. La primera resurrección está cercana. Luego vendrá el día en que seréis presentados a los ángeles como los espíritus de los siervos del Señor.