Jesús explica la Eucaristía a Sor Josefa


La Eucaristía, maravilla del Amor desconocido

«Escribe lo que sufrió mi Corazón en aquella hora, cuando no pudiendo contener el fuego que me consumía, inventé esta maravilla de amor: la Eucaristía.

Al contemplar entonces a todas las almas que habían de alimentarse de este Pan Divino, vi también las ingratitudes y frialdades de muchas de ellas en particular de tantas almas escogi- das..., de tantas almas consagradas..., de tantos sacerdotes... ¡Cuánto sufrió mi Corazón! Vi cómo se irían enfriando, entrando la rutina, el cansancio, el disgusto, caerían poco a poco en la tibieza.
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¡Y estoy en el Sagrario por ellas! ¡Y espero! Deseo que esa alma venga a recibirme, que me hable con confianza de esposa, que me cuente sus penas..., que me pida consejo y solicite mis gracias...
Ven, le digo..., dímelo todo con entera confianza... Pregúnta- me por los pecadores.... Ofrécete para reparar... Prométeme que hoy no me dejarás solo... Mira si mi Corazón desea algo de ti que le pueda consolar...

Esto esperaba Yo de aquella alma, ¡y de tantas! Mas cuando se acerca a recibirme apenas me dice una palabra, porque está distraída, cansada o contrariada. Su salud la tiene intranquila, sus ocupaciones la desazonan y la familia le preocupa... — «No sé qué decir..., estoy fría..., me aburro —y pasa el rato deseando salir de la capilla— ¡No se me ocurre nada!...» — ¿Y así vas a recibirme, alma a quien escogí y a quien he esperado con impaciencia toda la noche?...

Sí, la esperaba para descansar en ella, le tenía preparado alivio para todas sus inquietudes; la aguardaba con nuevas gracias, pero..., como no me las pide..., no me pide consejo ni fuerza..., tan sólo se queja y apenas se dirige a Mí. Parece que ha venido por cumplimiento..., porque es costumbre y porque no tiene pecado
mortal que se lo impida. Pero no por amor, no por verdadero deseo de unirse íntimamente a Mí. ¡Qué lejos está esa alma de aquellas delicadezas de amor que Yo esperaba de ella!...
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¿Y aquel sacerdote?... ¿Cómo diré todo lo que espera mi Corazón de mis sacerdotes?... Los he revestido de mi poder para absolver los pecados. Obedezco a una palabra de sus labios y bajo del Cielo a le tierra; y estoy a su disposición y me dejo llevar de sus manos; ya para colocarme en el Sagrario, ya para darme a las almas en la Comunión...
He confiado a cada uno de ellos cierto número de almas para que con su predicación, sus consejos y, sobre todo, su ejemplo, las guíen y las encaminen por el camino de la virtud y del bien.

¿Cómo responden a este llamamiento?... ¿Cómo cumplen esta misión de amor?... Hoy, al celebrar el santo sacrificio, al recibirme en su corazón, ¿me confiará aquel sacerdote las almas que tiene a su cargo?... ¿Reparará las ofensas que sabe que recibo de tal pecador?... ¿Me pedirá fuerza para desempeñar su ministerio, celo para trabajar en la salvación de las almas?... ¿Recibiré el amor que de él espero?... ¿Podré descansar en él como en un discípulo amado?...

¡Ahí ¡Qué dolor tan agudo siente mi Corazón!... ¡Los mundanos hieren mis manos y mis pies, manchan mi rostro, pero las almas escogidas, mis esposas, mis ministros, desgarran y destrozan mi Corazón.
Este fue el más terrible dolor que sentí en la Cena cuando vi entre los doce al primer Apóstol infiel, representando a tantos otros que en el transcurso de los siglos habían de seguir su ejemplo.

La Eucaristía es invención del Amor, es vida y fuerza de las almas, remedio para todas las enfermedades, viático para el paso del tiempo a la eternidad.

Los pecadores encuentran en ella la vida del alma; las almas tibias, el verdadero calor; las almas puras, suave y dulcísimo néctar; las fervorosas, su descanso y el remedio para calmar todas sus ansias; las perfectas almas, para elevarse a mayor perfección.

En fin, las almas religiosas hallan en ella su nido, su amor, y, por último, la imagen de los benditos y sagrados votos que las unen íntima e inseparablemente al Esposo Divino.



Jesús a sor Josefa Menéndez