La cizaña de la mala doctrina

El Señor nos propone en el Evangelio de la Misa la parábola del trigo y de la cizaña. El mundo es el campo donde el Señor siembra continuamente la semilla de su gracia: simiente divina que al arraigar en las almas produce frutos de santidad. ¡Con cuánto amor nos da Jesucristo su gracia! Para Él, cada hombre es único, y para redimirlo no vaciló en asumir nuestra naturaleza humana. Nos preparó como tierra buena y nos dejó su doctrina salvadora. Pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue.
La cizaña es una planta que se da generalmente en medio de los cereales y crece al mismo tiempo que estos. Es tan parecida al trigo que antes de que se forme la espiga es muy difícil al ojo experto del labriego distinguirla de él. Más tarde se diferencia por su espiga más delgada y su fruto menudo; se distingue sobre todo porque la cizaña no solo es estéril sino que además, mezclada con harina buena, contamina el pan y es perjudicial para el hombre. Sembrar cizaña entre el trigo era un caso de venganza personal que se dio no pocas veces en Oriente. Las plagas de cizaña eran muy temidas por los campesinos, pues podían llegar a perder toda una cosecha.
Los Santos Padres han visto en la cizaña una imagen de la mala doctrina, del error, que, sobre todo al principio, se puede confundir con la verdad misma, «porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad» y difícilmente se distinguen; pero, después, el error siempre produce consecuencias catastróficas en el pueblo de Dios.
La parábola no ha perdido nada de actualidad: muchos cristianos se han dormido y han permitido que el enemigo sembrara la mala semilla en la más completa impunidad. Han surgido errores sobre casi todas las verdades de la fe y de la moral. ¡Cómo hemos de estar vigilantes, con nosotros y con quienes de alguna manera dependen de nosotros, con aquellas publicaciones, programas de televisión, lecturas, etc., que son una verdadera siembra de error, de mala doctrina! ¡Cómo hemos de cuidar los medios a través de los cuales nos llega la formación, la sana doctrina!
Es necesario velar día y noche, y no dejarse sorprender; vigilar para poder ser fieles a todas las exigencias de la vocación cristiana, para no dar cabida al error, que pronto lleva a la esterilidad y al alejamiento de Dios. Vigilancia sobre nuestro corazón, sin falsas excusas de edad o de experiencia, y sobre aquellas personas que Dios nos ha encomendado.